Capítulo 10.

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SU VENENO

Vicenta

Aborrezco los vestidos. Desde que tengo uso de razón no me gusta usarlos ya que mi cuerpo enfundado en ese tipo de tela es como un tipo de invitación para que las miradas perversas recaigan en mí, pero siempre me toca ponérmelos cuando se trata de operativos de infiltración.

El que ahora traigo puesto es color negro, tiene mangas largas, cuello alto y me llega a medio muslo. Cualquiera pensaría que es una prenda aburrida, pero ciertamente, debido a que es ultra entallado, resalta cada curva de mi cuerpo, sobre todo mis enormes pechos que parecen sandías y eso me desagrada.

Observo mi reflejo en el espejo con asco, sintiendo que deseo colocarme una bolsa de basura para esconderme porque no me siento bonita incluso cuando me veo exótica. La expresión triste que me regresa el espejo da pena ajena, aun así, se camufla con el maquillaje que me he puesto encima. Es discreto, lo suficiente para resaltar mis facciones, pese a eso, que mis ojos sean grises no ayuda en lo absoluto ya que de seguro llamaré más la atención.

El cabello decidí amarrarlo en un moño bajo pues no me apetece soltarlo, menos después de cómo Esteban lo estiró mientras me violaba.

Tomo el frasquito de mi fragancia favorita que es vainilla y, con manos temblorosas, me rocío un poco en la ropa para después salir de esta habitación que desearía incendiar.

El repiqueteo de mis tacones es como si me clavaran estacas en cada músculo de mi anatomía. Cada paso que doy resuena por el silencio de la mansión y recuerdos nada gratos vienen a mi cabeza otra vez, unos que por supuesto alejo porque entraré a trabajar y necesito estar enfocada en ello, pero resulta difícil cuando todo lo que deseo hacer es echarme a llorar por la mierda de vida que tengo al lado de mi esposo.

Quisiera tanto regresar a prisión, al menos ahí no tenía que mirarlo ni sentir como sus manos y cuerpo me hieren. Pero es imposible, más ahora que existen esas malditas actas de defunción con los nombres de las personas que adoro.

Mi trayecto al jardín es tortuoso y lleno de opulencia pues todo aquí grita «dinero, dinero, dinero», algo que me asquea porque no entiendo cómo pueden existir personas con tanto billete cuando otros apenas tienen para lo básico.

Debería ser ilegal poseer tanto.

Bajo las escaleras en espiral, mis dientes apretándose ante el ardor y dolor en mi intimidad, uno que no cesa pese a que me tomé dos ibuprofenos ya que Esteban me lastimó horrible ahí abajo. Le supliqué a la oreja que se detuviera, pero el imbécil solo aceleró más hasta dejarme herida. Fueron tan duras sus penetraciones que me sacó sangre y tuve que ponerme una toallita sanitaria.

Al final de las escaleras vislumbro la puerta de cristal donde puedo ver ya a mis amigos platicando entre ellos mientras Esteban atiende una llamada. En el lado izquierdo, cerca de una fuente, están Bestia y Cindy platicando de algo que parece divertido pues la rubia está sonriendo como boba.

«Aléjate de él», quisiera gritarle, pero sería estúpido porque ese macho no es nada mío. Solo fue un pequeño desliz que tuve, uno que jamás volverá a pasar, menos cuando Esteban parece cuervo cuidándome.

Ahorita lo que realmente me apena es que Bestia nos haya visto en ese callejón. Me habría gustado tanto pedirle ayuda para que alejara a Esteban de mí, pero eso nada más habría ocasionado problemas.

Apenas salgo al exterior, todos los ojos caen en mí lo cual me incomoda sobremanera ya que me hace ser muy consciente del cuerpo que odio. Pese a eso, no dejo que mis emociones se reflejen en mi rostro o lenguaje corporal pues, a partir de aquí, toca fingir que estoy en completo control incluso cuando en mi cabeza solo hay tornados y tempestades.

Tempestad 1 (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora