Capítulo 9: La gallina de huevos de oro

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—¿Y habla y escribe bien el inglés? —curioseó Marcus.

—Su abuela es británica.

—¿Cómo sabes tú eso? —se sorprendió Kevin. Si sabía eso, probablemente supiera el motivo por el que no le tenía mucho aprecio.

—¿Y por qué odia a Kevin? Es un chico de diez. —Samantha, siempre defendiéndolo con capa y espada.

«Ni se te ocurra soltar más esa lengua», pensó con intensidad, mientras penetraba a Mia con la mirada. Obviamente, su hermana no podía leerle la mente, pero la forma intimidante con la que la contemplaba, le dejaba claro el mensaje.

—Desconozco los detalles, pero seguro que son sabrosos. —Mia se pasó la lengua entre los labios para provocar a su hermano; él, le correspondió con otra patada en la espinilla—. ¡Ay! —se quejó.

Mia no dudó en devolverle el golpe, provocando que Kevin soltará un gruñido. Lo suyo había sido una caricia, en comparación con la intensidad con la que le había pateado su hermana.

—¿Se puede saber qué hacéis? —Marcus desvió la mirada debajo de la mesa.

En medio del caos momentáneo, el móvil de Kevin se iluminó y vio un mensaje de Davide: «¿Tomamos algo?», preguntaba.

—Voy a salir —anunció sin pensárselo dos veces—. Estaba todo delicioso. Gracias, tía Sam.

El joven besó la mejilla de su tía y ella cerró los ojos con ternura.

—¿Ves? —insistió Marcus mientras veía como Kevin se alejaba.

—Deja que se divierta. Está en la flor de la vida —lo reprendió—. Seguro que ahora que ha vuelto, tiene que recuperar el tiempo perdido con Wendy.

Y no podía estar más equivocada; lo que quería Kevin era perderla de vista de una vez por todas. Pero parecía que aquella noche, la suerte, tampoco estaría de su lado.

Después de recoger su americana, Kevin llamó al ascensor y esperó impaciente a que el tintineo le avisara de su llegada. Pero cuando las puertas se abrieron, otra persona esperaba en su interior para desembarcar.

—¿Qué haces aquí? —Kevin levantó una ceja. Su tortura tenía horario de lunes a viernes; los fines de semana y las vacaciones, siempre que no existiera algún compromiso social que requiriera su presencia, disfrutaba de su libertad.

Pero su pregunta quedó en el aire. La pelirroja saltó a la tercera planta con un pequeño regalo entre las manos; de color blanco y con un bonito lazo rojo.

—¡Vaya! ¡Hola, Wendy! Parece que no os ponéis de acuerdo —se sorprendió su tía. Por supuesto, pensaba que había quedado en verse con ella.

—Buenas noches, Samantha, Marcus —los saludó con gran decoro—. Hola, querida —dijo refiriéndose a Mia; ella, posicionada de espaldas a sus tíos, le devolvió el saludo simulando una arcada.

Kevin tuvo que esforzarse para ahogar una carcajada. Sabía que Wendy no era santo de su devoción, pero jamás habría pensado que su hermana la despreciara con tanta intensidad. Supongo que ella tampoco podía perdonar el comportamiento que había tenido tras la muerte de sus padres.

Pero Wendy ni se inmutó.

—¿Por qué estás aquí? —volvió a preguntar Kevin en un susurro; no entendía que la podía haber llevado a aparecer un veintiséis de diciembre en la residencia de los Bosman, caída la noche.

—Te he traído tu regalo de Navidad —le respondió sin borrar la falsa sonrisa que se había dibujado al entrar en escena—. Supongo que yo no tengo uno.

Todas las veces que pudimos ser y no fuimosWhere stories live. Discover now