Capítulo 3: Una desconocida en el baño

68 9 90
                                    

Su tiempo se había agotado; sabía que era hora de volver, de enfrentar todas aquellas cosas de las que había huido y aceptar la realidad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Su tiempo se había agotado; sabía que era hora de volver, de enfrentar todas aquellas cosas de las que había huido y aceptar la realidad. Y aunque Kevin sabía que iba a ser doloroso, también entendía que había otra persona que dependía de él.

Su año sabático se le había hecho corto y largo a partes iguales; por un lado, parecía que hubiera pasado una eternidad desde que se había subido a aquel avión, pero por otro, al ver a Mia esperándolo fuera del aeropuerto se dio cuenta de que todo parecía igual.

Ella siempre había sido la más fuerte de los dos; aunque fuera más joven e inocente.

Mia era pura determinación, alegría y calidez; aun así, debías ir con cuidado de acercarte a ella cuando algo no había salido como ella esperaba. Innegablemente, su temperamento, era herencia de su madre.

—¡Kevin! —lo llamó nada más verle.

Ambos se sonrieron y casi imitando el cliché cinematográfico de los reencuentros, la joven corrió a sus brazos y se abalanzó sobre él con una mezcla de ansiedad, nostalgia y mucho cariño.

Kevin la estrujó entre sus brazos y aspiró el aroma de su perfume favorito. Luego, la separó de su cuerpo y se levantó las gafas de sol para estudiarla con detenimiento.

—No has cambiado nada —sonrió agradecido.

Y era cierto: Mia estaba igual. El único cambio que había podido detectar Kevin era que se había cortado la dorada melena por los hombros. Su altura y complexión, las pecas que se esparcían alrededor de su respingona nariz y el característico color de ojos que ambos compartían, seguían allí. Así como la inocencia que emanaba.

—Espero que tú sí —se burló ella—. Y que hayas madurado un poco, hermanito.

Ambos se sonrieron tratando de ocultar el sabor amargo de su reencuentro; como si de una sombra del pasado fuera, el recuerdo de la tragedia que había azotado a su familia casi dos años atrás revoloteaba por sus mentes.

Kevin pasó el brazo por los hombros de Mia y la arropó con cariño mientras se dirigían al discreto coche negro.

—Bienvenido de nuevo, joven señor —lo saludó Osvaldo desde el interior del vehículo.

Había sido el chofer de la familia los últimos siete años; después de que su predecesor, su padre, se jubilase.

—Gracias, Osvaldo —lo saludó Kevin acomodándose en el asiento trasero—. ¿Cómo ha estado?

—Muy bien, señor. Gozando de trabajo y de salud.

Mia se subió a su lado y se abrochó el cinturón a prisa. Para Kevin, que la observaba de reojo, era extraño volver a compartir transporte con su hermana.

—¿Dónde quiere que lo deje, señor? —le preguntó Osvaldo.

Aunque la pregunta iba dirigida a Kevin, fue Mía la que se adelantó.

Todas las veces que pudimos ser y no fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora