35. Un castillo para una princesa

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—Ahhh... —musitó, mirando a Lexy de pies a cabeza al menos unas tres veces.

¿Podía retractarse de sus ideas?

—¿Qué pasa? —preguntó Lexy ante el silencio del hombre y se incomodó por la forma en que la miraba—. No te gusta, ¿verdad?

—¡¿Qué?! —reprochó él furioso—. Me encanta, Lexy, me gusta tanto que ya no quiero salir, quiero encerrarte en esa habitación y... —jadeó y se calló cuando un par de dependientes del hotel caminó a su lado—. Te ves preciosa.

—Me encantaría que nos quedáramos aquí —jugó la muchacha y Joseph se emocionó con evidencia—, pero quiero salir, quiero ver la cuidad de noche.

—Lo que tú quieras, mi amor, tus deseos son órdenes —respondió y aprovechó de la soledad para besarla en la boca.

Sus manos subieron hasta su mentón y delinearon la piel de sus hombros con todos sus dedos, subieron por su cuello otra vez y se metieron por su nuca, apegándola a su cuerpo mientras le devoraba la boca con deseo.

Abandonaron el hotel con discreción usando el subterráneo del lugar y viajaron al centro de la ciudad en el elegante vehículo de Joseph.

El hombre condujo a menos de treinta kilómetros por hora por la gran avenida de la ciudad y dejó que Lexy admirara la zona, que se maravillara con sus brillantes y coloridas luces y que preguntara cuanta cosa se le venía en mente.

Él respondió a cada duda de la muchacha con sinceridad y paciencia y se rieron durante la mayor parte del viaje, hipnotizados por sus encantos.

La muchacha se impacientó cuando el hombre aparcó en una zona verde rodeada de altos pinos que oscurecían el entorno y miró a Joseph con curiosidad cuando este apagó el motor del vehículo y se desabrochó el cinturón de seguridad.

—Llegamos.

—¿Dónde estamos? —consultó Lexy y se atrevió a desabrocharse el cinturón de seguridad para imitar las acciones de Joseph.

—En el restaurante —contestó Joseph y caminó junto a Lexy, quien estaba impaciente a su lado.

No bastó que caminaran mucho para que un iluminado y sobresaliente castillo antiguo apareciera ante sus ojos y si bien Joseph conocía ese lugar desde que era un niño, se sintió tan emocionado como la primera vez que lo había visitado, también Lexy, quién exclamó sorpresa y se echó a reír de felicidad.

—¡Es un castillo! —chilló y avanzó con prisa para admirar mejor la antigua construcción.

—Es un castillo —repitió Joseph con alegría y no soltó la mano de la muchacha, esa que le exigía a caminar más rápido—. Amo este lugar, Lexy, es uno de mis favoritos en toda la cuidad.

—¡Es precioso! —alegró ella y detalló el lugar de esquina a esquina, intentando grabar todo entre sus recuerdos. ¡Era un sueño estar allí, más para su falta de experiencia y vivencias!—. Pensé que me llevarías a comer a un restaurante normal... ja-jamás esperé esto —titubeó nerviosa.

Seguían siendo demasiadas emociones para un solo día.

—¿A un lugar normal? —preguntó Joseph, mostrándose ofendido y detuvo el andar de Lexy para acercarla a su cuerpo y abrazarla por la cintura—. Tú no te mereces un lugar normal, linda. Eres una princesa y te traje a tu castillo —siseó sobre sus labios y la besó con tantas ganas que prontamente se quedaron sin aire y se abrazaron para contenerse.

Lexy dejó escapar un suspiro que se convirtió en tiernas risitas y se sonrojó cuando se encontró con los ojos de Joseph, esos que no dejaban de admirarla con un brillo especial en ellos, bajo la oscuridad de esa noche de verano y las tintineantes luces del castillo que los relucía por igual.

Antes de ingresar al castillo, Joseph se tomó privilegios e invitó a Lexy a dar un recorrido por los alrededores del lugar, esos que la maravillaron extraordinariamente.

Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas cuando oyó la verdadera historia del fundador de la fortificación, por allá por mil novecientos diez y agradeció enormemente no llevar maquillaje. Se secó las lágrimas con discreción y aprovechó de la cerrazón del entorno y de la noche para disimular lo emocionada que se sentía.

El interior resultó mucho más fresco y elegante que el exterior y si bien se hallaba repleto de alegres comensales y Lexy tuvo miedo de no encontrar una mesa vacía para ellos, un dependiente del lugar los guio hasta su mesa, esa que se hallaba en una torre de esquina y que los envolvería entre sus paredes de ladrillo trigueño prometiéndoles intimidad.

Una pequeña ventana frente a ellos les entregó la mejor vista del lugar y Lexy se perdió en sus bellas decoraciones, las luces que nunca dejaron de entrechocar y el camarero que descorchó un oloroso vino solo para ellos.

Joseph ayudó a Lexy a sentarse en su silla y se acomodó a su lado para tenerla cerca. Leyeron juntos el menú en voz alta y especularon sobre cada platillo que allí se detallaba.

Debido a la demanda, la cocina se hallaba con un leve retraso entre sus pedidos especiales, y para evitar embriagarse antes de tiempo con el sabroso vino que tenían frente a ellos, pidieron una tabla de verduras, pescado ahumado, quesos y jamón para acompañar la charla mientras llegaba el turno de sus platillos.

La tabla del Rey no se hizo esperar y la pareja disfrutó de la mezcla de sabores que se mimetizó a la perfección con el vino oscuro que bebieron entre risas y divertidas historias que entusiasmaron su noche.

Gigot D'Agneau de Patagonie, un exquisito garrón de cordero llegó una hora después para ayudarlos a calmar el apetito que sentían y comieron en silencio, disfrutando de la rica mezcla de especies, del pan de campo y de las cebollas rusticas que acompañaron la carne.

Una segunda botella de vino llegó junto a un alargado platillo repleto de ostras y, sin embargo, Lexy no estaba segura si podía seguir comiendo, el rico sabor del molusco la enamoró por entero, tanto como Joseph Storni hacía.

Se vieron obligados en regresar al hotel en un taxi y es que no quisieron arriesgarse a tener un accidente. Los dos se hallaban en estado de ebriedad y prefirieron ser precavidos antes que plantarse ante otra complicación.

Subieron al piso en que se hospedaban cogidos de la mano y se olvidaron de todos esos miedos que sentían respecto a su relación, esa que empezaba a tomar forma, una muy bonita y dinámica.

Joseph acompañó a Lexy hasta la puerta de su habitación y quiso despedirse de ella en ese momento, pero la joven se colgó de su cuello y le besó el mentón con tanta dulzura que se le hizo imposible no derretirse entre sus brazos.

El aroma natural de su cuerpo lo hipnotizó con prisa y se rindió poco a poco a sus encantos.

—Lo mejor es que nos veamos mañana —interrumpió e intentó separarse de su cuerpo, ese que le resultaba adictivo.

La joven lo miró con los ojos entrecerrados y esbozó una sonrisita que pronto desapareció. ¿Por qué no quería quedarse con ella? ¿Acaso había hecho algo mal?

—¿Por qué? —insistió ella, inquieta.

No quería separarse de él, no en esa noche tan especial.

—Porque bebí demasiado, estoy un poco ebrio y cuando eso ocurre, no termino jamás —reveló y Lexy se quedó boquiabierta por su confesión—. Si nos quedamos juntos esta noche, te voy a follar sin descanso, Lexy, y sé que estás cansada —jadeó sobre la boca de la muchacha, excitado.

Claro que quería tenerla, quería hundirse en ella hasta el cansancio y sentir la humedad de su cuerpo sobre el suyo, pero su incoherente conciencia —esa que resueltamente no tenía mucha claridad— le clamaba por misericordia.

"Sí te la llevas a la cama esta noche, la vas a perder". —Molestó su conciencia, recordándole lo agudo que resultaba cuando el alcohol recorría su sangre.

—Pero yo quiero que te quedes —pidió con carita de niña buena y el hombre negó con la cabeza, apretando los ojos con fuerza para quitarse las sucias ideas de la cabeza—. Quiero follar sin descanso, Joseph, te quiero a ti, ¡te necesito! —suplicó con voz sensual y, si bien el hombre quería negarse a sus maravillosas palabras, sus bocas se vieron atraídas y terminaron fundiéndose en un apasionado beso que inició su juego.

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