25. Primeros sentimientos

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Lexy cogió lo primero que encontró, lo que resultó un chaleco holgado de cuello alto que la mantendría cálida durante la madrugada. Si sus cálculos no le fallaban, tenían por delante un viaje hasta la capital de cinco horas y tal vez un poco más.

Se despidió de sus padres con tranquilidad y les explicó que los llamaría en cuanto llegara al hotel y estuviera registrada y, tras eso, se marchó junto a Daniela, quien apoyó su mentira siempre.

En las afueras de su propiedad y bajo la oscuridad de la noche, Joseph esperaba a por ella. Estaba sentado en su auto con las luces apagadas y se hallaba sumido entre sus pensamientos cuando las mujeres aparecieron ante él.

Daniela le golpeó el vidrio con los nudillos y le sonrió feliz cuando entendió que su trabajo ya había terminado.

—Sus padres se quedaron tranquilos —reveló la mujer y le entregó un archivador blanco con documentos que Lexy desconoció y que no había visto antes—. Nos vemos allá, que tengan lindo viaje —dijo, guiñándole un ojo a la muchacha frente a ella.

Joseph bajó de su auto con prisa y todo para recibir la maleta que Lexy llevaba entre sus manos. Abrió el maletero y la acomodó en el centro con cuidado, mirando de reojo a Lexy, quien seguía de pie junto al coche, muy alterada e intranquila.

—¿Qué te preocupa? —preguntó él y se acercó a ella con timidez.

—¿A mí? —jadeó Lexy, muy nerviosa. Joseph asintió a su pregunta—. Todo. —Se tocó las manos para seguir hablando—. ¿Por qué no me dijiste que Anne Fave es la Asesora y que estará todo el tiempo con nosotros? No quiero sonar metiche, pero si nos descubre en esto... —titubeó—... esto que tenemos, nos va a despedir a los dos.

Joseph se echó a reír con soltura y no pudo contenerse cuando su cuerpo clamó por ella con un fuego que lo quemó entero. La agarró por la cintura con pujanza y la apegó a su cuerpo por igual, para sentirla y para inundarse de su delicioso aroma, ese que no podía sacarse de la cabeza.

—No tienes que preocuparte por Anne Fave —detalló tranquilo y le abrió la puerta para invitarla a que ingresara al auto, todo un caballero—. Los contratos de los Asesores se renuevan cada seis meses, y a Annie ya le quedan tres semanas —explicó y sonrió al ver el brillo de los ojos de la muchacha frente a él.

—¿Annie? ¿Son muy cercanos? —consultó ella, medio celosa y observó a Joseph cuando se arrodilló a su lado, mientras le acomodó el cinturón de seguridad sobre las caderas y el pecho.

—No, Lexy, no somos cercanos —confesó él y Lexy arrugó el entrecejo, muy confundida—. Me he acostado con ella unas cuantas veces, pero no sabe nada de mí vida, ni de lo que me gusta o no me gusta. No somos amigos, no somos cercanos; solo es trabajo y sexo, una mala combinación —reveló nervioso.

Resultaba dificultoso para él hablarle a Lexy de sus conquistas. Le resultaba intimidante.

Se sentía desnudo ante ella y eso lo ponía entre la espada y la pared. Le gustaba revelarse de ese modo con alguien, pero a su vez no, y lo ponía inquieto el hecho de que ese alguien fuera Lexy, su secretaria de reemplazo y a quien probablemente no volvería a ver una vez que todo se terminara.

—¿Y qué hay de nosotros? Estamos combinado sexo y trabajo —consultó ella y contuvo un suspiro cuando el hombre deslizó una de sus manos por su pecho y le atrapó el seno con lentitud.

—Sí, estamos combinado muchas cosas, Lexy; me estoy desafiando a mí mismo contigo y temo... —musitó lento y guardó silencio para no revelar el fondo de sus sentimientos.

La boca se le secó cuando sus dedos se encontraron con el duro pezón del seno de la muchacha, esos que iban en total libertad bajo la gruesa chaleca que escondía su delicada figura. Lanzó la cabeza hacia atrás e inhaló hondo, donde intentó encontrar un poco de control para su pervertida cabeza.

—¿Qué temes, Joseph? —insistió ella y se revolvió inquieta en su posición.

Un silencio se quedó estancado entre los dos y, aunque Joseph hubiera querido dejar la boca cerrada, no pudo y tuvo que revelarle lo que sentía o iba a explotar en cualquier segundo.

—Temo perderte —musitó y clavó sus ojos en los de Lexy.

—¿Por qué dices eso? —preguntó ella.

—Porque no eres mía, no como yo quiero —aseguró nervioso.

—¿Y cómo quieres qué sea? —insistió la jovencita, ansiosa de saber más.

—Mía y de nadie más —siseó sobre su boca y escarbó entre su ropa para meterle mano y sentir su piel—. Tan mía que, nadie se atreva a mirarte, ni a tocarte, ni siquiera a pensarte —la poseyó con sus palabras, con los ojos cerrados, jadeando excitado al sentir la suave textura del pecho de Lexy y la dureza de sus pezones que le rozaban los dedos.

La joven gimió al mismo ritmo que las caricias que Joseph le dedicó y se derritió sobre el asiento, aprisionada por el cuerpo del hombre y el cinturón de seguridad que la retenía inmóvil y en una misma posición; jadeo entonces con fuerza, terminando aquel suspiro con un gruñido que despertó a Lexy y, en cuanto la muchacha abrió los ojos, su boca se encontró con la de Joseph, la que tanto deseaba y soñaba.

Sus labios se unieron en un suave roce que generó esa electricidad que los recorría por igual y tuvieron que abrazarse para controlar los temblores que le subían por las piernas.

Era la posición más incómoda en la que se habían encontrado antes, pero eso no fue obstáculo para que pudieran hallar una calma después de todo el éxtasis que sus cuerpos generaban.

Siempre míaWhere stories live. Discover now