—¿Y cómo está la abuela? —preguntó el hombre y entendió que la mentira se había expandido incluso a sus padres—. La encontré en la feria local y dijo que estabas quedándote con ella por el fin de semana.

—Sí, sí... queríamos ponernos al corriente... la boda, Australia, ya sabes —mintió y se sintió peor cuando entendió que estaba haciéndoselo a su propio padre.

¿Hasta dónde iba a llegar?

—Bien, pequeñita, cuídate mucho, nos vemos el domingo.

—Sí-sí el domingo —afirmó ella, asustada.

Y cuando se proponía a finalizar la llamada y a llamar a su abuela para confirmar la información, el hombre acotó:

—Te quiero, Lexy, por favor vuelve a casa.

—Sí, papá, el domingo —aseguró con un amargo nudo en la garganta.

La incómoda llamada terminó y Lexy se derritió sobre su cuerpo, atemorizada por todo el daño que estaba haciendo y todas las mentiras que regaba sobre su familia.

Ella no podía negar que la relación con sus padres era complicada. Ellos la adoraban y se preocupaban de su alimentación, vestimenta y el techo bajo el que vivía, pero no le importaban sus sentimientos y sueños. Les importaba más que se casara y que dejara de ser una carga.

Lexy estaba atrapada en un tira y afloja para nada sano y sus miedos no le permitían avanzar, mucho menos liberarse de las cuerdas que la controlaban a toda hora del día.

—¿Alguien sabe qué tu novio te golpea, Lexy? —escuchó la voz de Joseph y saltó atemorizada en su posición—. Usar la depilación como excusa no suena muy veraz. ¿No crees?

Volteó y encontró al hombre en el inicio de la habitación, con una bandeja entre las manos y muecas de disconformidad que llevaron a Lexy a dudar sobre sus respuestas.

—No.

Apretó cada músculo de su cuerpo y para no mostrarse tan nerviosa, se cruzó de brazos por encima del pecho, manteniendo el teléfono entre las manos.

—¿Sabe tu padre qué tu novio te golpea? —preguntó.

—¡¿Qué?! —chilló ella, alarmada—. ¡Claro que no, nadie lo sabe!

—¿Y cómo lo ocultas tan bien? —insistió.

Lexy levantó los hombros para entregarle poca importancia a las preguntas de Joseph y transcurridos algunos segundos, con aires de suficiencia dijo:

—Soy escurridiza.

—¿Evitas a la gente para que no te vean así? —dijo, señalándola por completo.

—Uso maquillaje, Joseph, o ropa que cubre los moretones, eso es todo —ironizó con desagrado.

—No me refiero a los golpes, me refiero a ti... —musitó el hombre y Lexy se quedó boquiabierta en su posición, entendiendo su referencia—. ¿Cuándo piensas decirle al mundo qué eres víctima de violencia? —insistió él y dejó la bandeja con comida sobre la cama.

—No lo sé —contestó nerviosa.

—Necesitas ayuda, linda. Los golpes en la cabeza son complicados, no puedes seguir soportando, tu cuerpo no es una roca —le dijo sincero.

—Lo sé.

—Sí lo sabes, ¿por qué no haces nada? —fastidió otra vez—. No se lo dices a tus padres porque crees que no te creerían, ¿verdad? —insistió y la chiquilla explotó en un llanto que lo paralizó—. Lo siento, soy el menos indicado para hacer esto.

—No, no importa —jadeó ella, limpiándose la cara con las mangas de la camiseta—. ¡Es muy difícil, Joseph! —chilló rabiosa y él la dejó encontrar alivio—. Las personas que deben apoyarme, no lo hacen. Mi madre me regaña porque no hago nada bien y mi padre vive en otro mundo. Vive en el mundo de "Lexy es feliz porque Esteban la ama" —hipó—. Que me llamara ahora ha sido de otra galaxia. —La muchacha jadeó y se tambaleó de lado a lado, cansada por la impotencia que sentía—. No puedo confiarle esto a mi abuela, ella podría... po-podría... —titubeó, sollozando, pero conteniéndose.

Joseph entendió que la joven no iba a continuar revelándole su verdad y cogió la taza con té tibio entre sus dedos y caminó hasta donde Lexy se hallaba. La empujó con suavidad hasta la cama y la obligó a ponerse cómoda en ella, todo para ofrecerle el té y un platillo de galletas de mantequilla que su hermana había horneado el día anterior.

—Podrías dejar de esconderte —aconsejó. Lexy le miró con angustia—. Eres increíble, Lexy —suspiró—. Si le mostraras a la gente lo que eres en verdad... —Se rio. Ella se ilusionó un poquito más—. ¿Y qué quieres estudiar el próximo año? —consultó.

El hombre desvió la conversación y se sentó frente a ella para admirarla en silencio, esperando su respuesta.

La joven lo miró con grandes ojos y sonrió a duras penas. Él se atrevió y estiró su mano para secarle las lágrimas que humedecían su rostro, deseando transmitirle consuelo después de tan tenso momento.

—Ya no quiero seguir estudiando.

—¿No quieres terminar ninguna carrera? —investigó Storni.

—No soy buena terminando cosas —acotó ella, risueña, feliz de ver que el hombre tenía un don para comprenderla, para guiarla en un camino que la mantenía lejos del dolor.

—Sí eres buena terminando cosas —dijo y le guiñó un ojo con gracia. La chiquilla frente a él se sonrojó y negó con la cabeza—. En Open Global financiamos la educación de nuestros mejores trabajadores. Tal vez, sí sigues en la empresa, podrías acceder a educación gratuita.

—¿Qué intentas decirme? —preguntó Lexy con los ojos entrecerrados.

—Intento decirte que eres inteligente, Lexy, no puedes desaprovechar tu juventud haciendo nada.

—Pensé que querías que me quedara en la empresa, co-contigo —dijo ella con congoja, malentendiendo las cosas.

—Sí, Lexy, quiero que te quedes en la empresa. —La miró con intensidad para acotar—: Conmigo. —Lexy se quedó boquiabierta, casi al borde de un soponcio—. Aprendiste el trabajo de Alejandra en menos de una semana, ella tardó casi un mes.

Juntos se rieron y por inercia se acercaron un poquito más, hundiendo el colchón con el peso de sus cuerpos. Sus rodillas se tocaron y también sus manos, donde buscaron conectar sin sexo, algo que también les resultaba muy bien.

—Pero Alejandra volverá y ocupará su puesto —jugó ella sin mirarlo, pisando en terreno desconocido.

—Inventaría un puesto para que te quedaras en mi oficina, linda —contestó él y se engulló una galleta para no seguir hablando de más.

"¿Te crees Gerente? No puedes inventar puestos laborales, así como así. No prometas cosas que no podrás cumplir". —Interrumpió su conciencia y Joseph cerró los ojos para evitar pensar en lo que ella decía.

Desde allí, la pareja evitó charlar sobre trabajo o proyectos futuros y se abrazaron en el centro de la cama para platicar sobre sus gustos personales. Se conocieron un poco más y se mostraron conformes con la cercanía de sus cuerpos, con la calidez que creaban encima del colchón, mientras seguían comiendo galletitas de mantequilla.

Para cuando Lexy cayó rendida entre sus brazos, a Joseph lo inundó la tristeza y es que regresó al silencio desgarrador que su dormitorio siempre le ofrecía.

No sabía qué hacer, no sabía a quién escuchar ni mucho menos a quien acudir. Emma iba a insistir que no les incumbía la vida privada de Lexy, pero él seguía sintiendo que tenía que hacer algo para salvarla.

Sin embargo, la cálida y alegre muchachita seguía allí, él no consiguió dormir a su lado y solo se tumbó junto a ella para admirarla en una profunda oscuridad que lo hizo sentir vacío.

Siempre míaWhere stories live. Discover now