No confíes en ella

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Por favor no lo hagas.

Janeth leyó la nota varias veces, bien, era diciembre y las once de la noche así que la situación parecía una broma. La mujer quitó la nota de su parabrisas y abordó el carro junto a su amiga. Era la tercera vez en la semana que tenía que ir a recoger a Leah al bar, siempre habían sido amigas de esas que confundirías fácilmente con hermanas. Sin embargo, respecto a personalidad, eran todo lo contrario. 

Esa invernal noche el coctelero fue quien la llamó para que fuera a recoger a su amiga, se había pasado de tragos y estaba causando disturbios en el Red Moon, conocido bar de la zona. Ya estaba bastante irritada porque la hubiesen despertado, pero lo que si no se esperaba era encontrar esa estúpida nota en un pósit amarillo. ¿Qué no haga qué? Seguro una broma de adolescentes sin nada que hacer.

Manejó hacia la habitación de ambas, llevaban un par de años compartiendo piso, concretamente desde que habían acabado la universidad. El camino era de treinta minutos, pero para su desgracia todo el trayecto estaba deshabitado, ya que vivían a las afueras de Boston, la nieve cubría las orillas de carretera y lo único visible eran las luces del auto. No parecía que pasaran muchos carros por allí, aunque pese a todo Janeth no tenía miedo, estaba acostumbrada, Leah hacía de las suyas con frecuencia. Con su ebria amiga en el asiento trasero y diciendo idioteces, acompañado de la suave música de la radio a esa hora, Janeth supone que necesita cafeína en su cuerpo. No era la conductora más precavida del mundo, pero entre la calle resbaladiza y la oscuridad de la zona decidió que pararía en la próxima gasolinera, de esas que están en el medio de la nada.

Y eso hizo. Para su buena suerte, Leah se había quedado dormida, así que le fue más fácil estacionarse y bajar del auto. La gasolinera parecía deshabitada, de no ser por el letrero de luces que decía: ABIERTO 24 H, hubiera pasado de largo. Entre más se acercaba a esa la tienda al fondo más frío sentía, seguro a unos cuantos grados bajo cero. Un hombre robusto de piel oscura, que trasladaba un extintor en su espalda se le acercó y le dijo:

—Esta zona no es segura niñita. Abundan muchos maleantes, no deberías estar aquí y menos a estas horas.

—Gracias, señor, pero no soy una “niñita” pronto estaré cumpliendo veintisiete, específicamente —miró su reloj —dentro de cuarenta y cinco minutos.

—Valla, no los aparentas. Tan solo cuídate.

Y ya no volvió a responderle, miedo era lo último que sentía, le preocupaba más llegar tarde a su trabajo mañana por quedarse despierta hasta tan tarde.





Salió de la tienda con un café en manos y una barrita energética, justo lo que necesitaba para los próximos quince minutos de viaje. Le dio un primer trago al café, y sí, tan amargo como le gustaba.
Justo cuando estaba por montar en su auto, otra nota se asomaba por el parabrisas, esta vez si se asustó un poco, pues era la misma letra de la nota anterior. Pero ¿Cómo rayos? Miro a Leah, quien seguía profundamente dormida, o eso creyó.

Esta nota era un poco diferente:

No confíes en ella.

¿No confiar en quien? Se sentó en el auto a pensar. Atando cabos se dio cuenta de que no había manera de que quien escribió la nota las hubieras seguido, pues eran el único auto en esa calle, de eso estaba segura. De otro modo había sido… No, Leah no haría eso, y en qué momento escribió la nota, si cuando Janeth vio la primera recién había recogido a su amiga. Todo era muy extraño.

Un poco temerosa, decidió seguir el camino mientras se tomaba su café, en ningún momento perdió de vista ni los alrededores, ni a su amiga, que seguía exactamente en la misma posición. A tan solo cinco minutos de su destino, sintió que unos fuertes golpes azotaban el auto. Automáticamente, entró en pánico, se derramó lo poco que quedaba de su café encima. Leah no se movía ¿Qué eran esos ruidos? Sin un arma o algo para defenderse, se quedó quieta. Los golpes volvieron y su amiga no parecía notar nada. Le golpeó las piernas intentando despertarla.

—Leah, Leah tenemos un problema. Creo que hay alguien en la cajuela.

Nada, ni un movimiento hizo. Cómo resultado de los fuertes golpes desde la cajuela, el cuerpo de Leah se volteó hacia un lado, dejando visible el otro costado de su rostro, ¡Oh no! Había un agujero en su sien, un agujero de ¿Bala? Y un hilo de sangre seca salía de allí. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Dios mío…

—Leah —dijo Janeth en un grito ahogado.

Los golpes se detuvieron. Por inercia y rabia, la mujer salió del auto y fue directa hacia la cajuela, se quitó un tacón y lo empuñó como arma en su mano derecha, mientras que con la izquierda levantaba la cajuela que ya estaba abierta.

Estaba vacía. En el fondo solo había una nota que decía:

Te dije que no confiaras en ella.

Y el auto aceleró a gran velocidad dejando a Janeth ahí. Con más preguntas que respuestas.

Antología de Cuentos Oscuros (TERMINADO)Where stories live. Discover now