2. Las mentiras de la novia

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Se sentó a la mesa cuando creyó que todo estaba en orden y se quitó el delantal que encerraba su cintura para acomodarlo en sus piernas. Se sirvió una cuarta copa de vino y charló despreocupada mientras su abuela era su principal oyente y consejera.

La única que la comprendía.

—Oh, querida, si hubiera sabido que adelantarías la boda, no me hubiera ido a gastar todo mi dinero a Australia —respondió la abuela al oír que su nieta había encontrado trabajo solo para costear su boda.

—No, abuela, no importa, ya todo está en orden, empiezo el lunes en Open Global —expresó ella, mencionando la reconocida empresa y no le dio importancia al ruidoso timbre de su casa que hizo eco por toda la propiedad.

Su padre se levantó de la silla y caminó a la puerta y, fue en ese instante que Lexy encontró algunos segundos de alivio, quien se sentía invadida con tantas preguntas descabelladas e incómodas. No estaba preparada para aceptar que pronto dejaría de ser una mujer soltera.

Le costaba trabajo entender qué sería de su futuro con el perezoso hombre que tenía a su lado.

Vivía en incertidumbre. No sabía si podría terminar sus estudios, conseguir un trabajo estable y formar una familia.

—Lexy, tienes visita —habló su padre desde la sala y Lexy volteó en la silla, liada y preocupada.

¿Quién podría ser, si sus amigos estaban al otro lado de la ciudad, en la universidad y, su novio estaba a su lado, comiendo en silencio?

La joven se levantó desde la silla con dudas y se llevó el delantal de cocina entre las manos, nerviosa por ese extraño cambio de rutina, ese que no solía frecuentar.

Se mordió el labio inferior cuando sus ojos se encontraron con su nuevo jefe. Abrió la puerta de entrada para salir y la cerró detrás ella con temor, anhelante de que Esteban no se enterara de quién la visitaba al otro lado de la puerta.

El hombre lucía diez veces mejor bajo la luz del atardecer y los últimos rayos de sol le favorecían por entero. Cargaba un vino entre las manos y, a su lado, una caja marrón lo acompañaba.

—¡¿Qué está haciendo aquí?!

Lexy se atrevió a preguntar sin titubear y Joseph se sintió más confundido aún.

—Usted me invitó, señorita Bouvier —respondió él y aprovechó del descuido de la joven para echarle una detallada mirada de pies a cabeza.

Traía el cabello suelto y las mejillas rojas le favorecían. Un vestido ajustado, escotado y sobre la rodilla lo dejó flotando y, la delgadez de la tela, le mostró esos detalles que tanto anhelaba explorar.

—Yo no lo invité, señor, solo fui cortés —contestó ella y miró por la ventana, cuidando de que Esteban siguiera en su silla y frente a su plato de comida—. Lo que quería decir era que, no quería verlo por aquí.

Se puso seria y se atrevió a mirarlo a la cara.

Storni se echó a reír y con su mano libre tomó su teléfono móvil para revisar el correo de la muchacha frente a él, intentando no sentirse tan tonto tras el segundo rechazo de Bouvier.

—Le voy a leer lo que usted me respondió para no parecer tan loco —burló él y le guiñó un ojo. Lexy arrugó el entrecejo, asustada—. Señor Storni, no creo que usted quiera traerme el uniforme a casa —leyó textual y respondió—: No, señorita Bouvier, yo no hago entregas a domicilio, eso lo hace nuestro Junior —explicó y Lexy se sonrojó—. Aunque sería bienvenido a cenar con nosotros, mi abuela acaba de regresar de Australia y sería divertido tenerlo en la mesa... —leyó otra vez y Lexy se tocó las mejillas con estrés—. Aquí está invitándome, señorita Bouvier...

Siempre míaWhere stories live. Discover now