• Capítulo 17 •

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Hoy es un día de limpieza en mi casa. Mis papás salieron para pasar el fin de semana fuera del pueblo, y yo me encuentro acá abajo, con todas las ventanas abiertas, dedicandome a limpiar todo. Es como un ritual que me relaja y alivia el estrés. El sol entra por las ventanas, iluminando cada rincón, y el aire fresco fluye a través de la casa. Me sumerjo en la tarea, sintiendo cómo el polvo y la suciedad se desvanecen bajo mis manos. Los muebles recuperan su brillo, las superficies se vuelven impecables y el olor a aromatizante llena el ambiente. Cada objeto colocado en su sitio, es como un pequeño acto de cuidado hacia mí misma y hacia mi lugar.
En treinta minutos, terminé de limpiar toda la casa. Cada rincón, cada superficie, brillan con un charco de agua. El sol se filtra a través de las ventanas abiertas, pintando de luz toda la estancia. El aire fresco fluye, llevándose consigo el último rastro de alguna suciedad. Me siento satisfecha, como si hubiera completado una tarea importante.

Mis papás confían en mí, más de lo que puedo expresar, ¿Qué haría sin ellos? La pregunta se cierne en mi mente. Son mi ancla, mi refugio. Sus risas llenan los pasillos, sus consejos me guían. En su ausencia, siento su presencia en cada objeto que toco, en cada esquina que limpio. Son la razón por la que este ritual de limpieza se convierte en algo más. Es un acto de amor hacia ellos, hacia mí misma y hacia este lugar que llamamos hogar.

Así que aquí estoy, en el sofá, respirando profundamente el aire que entra por las ventanas, prendí mi teléfono y me fuí directo a WhatsApp a escribirle.

YO:
¿Sigue en pie lo del helado? >_<

DYLAN:
Sigue en pie.

YO:
Perfecto! Vamos?

DYLAN:
¡Si, daleeeeee! =b

YO:
Listo, ahí voy.

Salí apresuradamente de mi casa y me dirigí a la casa de al lado. Toqué la puerta con una mezcla de nerviosismo y anticipación.

Pasados unos minutos, Cristian abrió la puerta. Su pelo negro estaba despeinado, como si hubiera estado sumido en un profundo sueño. Sus mejillas tenían un tono cálido, probablemente por la siesta que, sin duda, había disfrutado en este día soleado. Vestía una camiseta holgada de color negro y unos pantalones a cuadros en blanco y negro. Sus pies estaban descalzos, conectándolo con la tierra y la comodidad de su piso.
No sabía qué hacer. Me quedé allí, observándolo detenidamente. Cristian parecía atrapado entre dos mundos: el de los sueños y el de la realidad.
Sus ojos apenas se abrían, como si la somnolencia los mantuviera sellados. Después de unos minutos que se hicieron eternos, sentimos los pasos resonando por la escalera. Dylan se sumó a nosotros y salimos de su casa recorriendo el vecindario. El calor estaba pegando fuerte, ya sabés, eran las 3 de la tarde y en todo el barrio no había un puto árbol para refugiarse.

Finalmente, llegamos a la heladería "nueva", aunque para mí no tanto porque ya había estado antes. Cuando entramos, el lugar estaba vacío, salvo por una mesa solitaria. El chico que nos atendió era el mismo que me había atendido el otro día, así que me puse nerviosa y un poco tonta.

— ¿Que sabor de helado queres?— preguntó Dylan volteandose hacia donde estaba yo.

— Mmmm... Tramontana con... Granizado—. respondí mirando el cartel de sabores.

— Chica dudosa.— Murmuró con mueca divertida.— menta con chocolate.

El chico de el otro lado del mostrador se puso sus guantes de látex y agarró la cuchara en forma de pelota, y se puso a servir el pedido. Una vez que los vasos están llenos de helado vamos a sentarnos a la mesa que queda al lado de la ventana.

— Tramontana... — dijo pensativo—.  Nunca lo probé.

Levanté mi cuchara, llena de helado de tramontana, con su cremosidad resplandeciendo bajo la luz tenue. Me acerqué a él con cautela, mi mano sosteniendo la cuchara con delicadeza. Dylan volvió la mirada hacia mí, sus ojos reflejando una mueca de pregunta.

A Distancia Mínima © Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ