° Capítulo 25 °

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Un internado. Estaba en un maldito internado. Mis padres me habían enviado aquí, solo. No supe si reírme por la ironía o echarme a llorar por su abandono. Me tranquilizaba y al mismo tiempo me inquietaba la cantidad de personas que venían en el autobús. Cuatro niñatos que sin duda alguna provienen de familias adineradas como la mía. Cuando llegamos, un hombre de cabello oscuro, vestido con un saco azul marino, nos recibió.

—Apúrense —mencionó con voz rasposa.

Vaya modales, ni siquiera un "Bienvenidos". Entramos a la estructura, todos recorríamos el lugar con mirada curiosa y pegamos un brinco cuando escuchamos un estruendo. El hombre había golpeado a la única chica que venía con nosotros.

—Deja de lloriquear, niña mimada.

La chica soltó un chillido, con lo que se ganó otro golpe, esta vez, contuvo sus sollozos cubriendo su boca con las manos.

—En primer lugar, —volvió a hablar aquel hombre—, nada de llorar. Aquel que derrame lágrimas será castigado. Segundo, no pueden hablar a menos que una autoridad se los solicite. Por último, actúen correctamente, pues todo lo que hagan será monitoreado por las cámaras, y, si es necesario, por un supervisor. No hagan estupideces.

A continuación, nos llevaron a nuestros dormitorios, todos eran idénticos. Habitaciones blancas con literas y dos ventanas con candados. Cuando el hombre se detenía para asignar un dormitorio, abría la puerta y empujaba a la persona que entraría, después azotaba la puerta produciendo un eco que resonaba en los largos y solitarios pasillos. 

Así pasamos por varios dormitorios, hasta que llegamos al mío. Igual que con el resto, me empujó dentro y se marchó con un azotón. Todos los presentes me observaban, pero nadie dijo ni una sola palabra. Me acerqué a la cama vacía, tiré mi mochila sobre el piso y me aventé sobre el colchón duro. Quería dormir e ignorar toda esta mierda.

—No puedes dormir —murmura alguien a mi lado.

Permanecí callado y con los ojos bien cerrados.

—He dicho que no te duermas —dice tomándome del brazo.

—Déjame en paz —contesto de mala gana.

—Te castigarán. 

—¿Castigarme por dormir? —respondo y abro los ojos, encontrándome con una chica de cabello rizado—. Qué estupidez.

—Habla en un tono más bajo —contesta con cierta angustia y yo solo ruedo los ojos—. Te explicaremos cómo funcionan las cosas aquí.

—Por el momento lo único que me interesa es dormir.

—Dios santo, eres demasiado terco. Tenemos horarios específicos para dormir, no puedes hacerlo cuando te da la gana —encojo mis hombros como respuesta y ella sigue hablando—. Como pudiste darte cuenta, en este lugar reina el silencio. Aquellos hombres detestan el ruido y no dudarán en golpearte si no te callas. 

—Bien.

—Tengo la impresión de que eres alguien que le encanta romper reglas, lamento informarte que si haces eso aquí, saldrás herido. Estamos vigilados por cámaras en todos lados, excepto en la zona de los baños, pero no pienses que es un área segura, hay guardias. La primera actividad que realizamos es cambiarnos, todas las mañanas, entran dos hombres a entregarnos nuestros uniformes. Tomamos turnos para usar la ducha y no podemos tardar más de cinco minutos, si te demoras mucho, los hombres te sacarán a la fuerza.

—¿Alguna vez han sacado a alguno de ustedes? —replico arqueando una ceja.

—Lo hicieron con un chico que anteriormente estaba aquí. Después bajamos al comedor, tenemos mesas asignadas y no podemos cambiarnos de lugar. Lo siguiente son las actividades, en esta parte somos divididos por secciones; primero tenemos hora de lectura, luego vienen las lecciones de modales, los instrumentos y al último, las opciones extra, para los hombres, entrenamientos, para las mujeres, sesiones de té y charlas de cortesía.

—¿Voy a tener que tocar un instrumento? ¿Qué opciones hay? —no lo mencioné, pero debería ser un fastidio tener sesiones de té.

—Violín, piano y flauta. Al terminar, regresamos al comedor para después subir a nuestras habitaciones y dormir. Esa es nuestra rutina diaria.

—Me parece aburrida.

—No tienes opción —dice con una mueca—, por cierto, soy Amelie.

—¿No se supone que las presentaciones van al comienzo de una conversación?

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