° Capítulo 16 °

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Mis padres me informaron que debía acompañarlos a un viaje. No tuve escapatoria, así que me vi obligado a ir con ellos en dirección a un pequeño pueblo apartado de la ciudad.

Los viajes habían dejado de entusiasmarme desde pequeño, pues las distancias que recorríamos resultaban exageradas. Debido a que mi madre le tiene pánico a los aviones, siempre tenemos que trasladarnos en la camioneta, lo cual hace que el viaje sea mucho más tedioso.

Viajar con mis padres no es precisamente una de mis actividades preferidas. Gran parte del tiempo hablan sobre las facturas o los documentos que en ocasiones ayudo a organizar, y el resto se resume en comentar las aventura que tendrán a futuro, repasando los lugares que ya visitaron y recalcando aquellos destinos que aún quedan pendientes.

Los primeros años de mi vida están llenos de recuerdos felices. Cuando yo era un bebé, mi padre estaba obsesionado con tomar fotos, decía que quería capturar cada segundo; su obsesión me acompañó durante toda mi niñez. En las repisas de los libreros hay varios álbumes llenos de fotografías mías, como también hay un sin fin de fotos donde estamos los tres juntos. 

Siendo un niño, yo era la adoración de mis padres. Me llevaban a todas partes porque constantemente me decían que querían que yo conociera el mundo y que visitara tantos lugares como pudiera. En todos y cada uno de sus planes, su hijo estaba en el medio.

Yo estaba presente en sus conferencias de trabajo y prácticamente todos los colaboradores de mis padres me adoraban igual que ellos. Cuando no tenía permitido acompañar a mis padres, paseaba por el edificio, saludando a todos aquellos que me conocían y me llenaban de cumplidos por ser un hijo ejemplar. 

Siempre estuve rodeado de gente que me admiraba y me tenía en alta estima solo por ser el hijo de mis padres. Constantemente me decían "Debes ser igual de astuto que tu madre" o también decían "Seguro eres igual de atento y organizado como tu padre". Por desgracia, sí cumplía con aquellos requisitos. Heredé la astucia de mi madre junto con la obsesión por el orden de mi padre. Esto me convertía en una copia exacta de ambos. Y a todos les encantaba que fuese así.

Los halagos por mi belleza, según decía mi madre, también formaban parte de mi rutina diaria. A decir verdad, prácticamente todo lo que tengo se lo debo a ella; los ojos azules, la tez blanca y las facciones definidas. Si hablamos de los genes de mi padre, gracias a él tengo el cabello oscuro.

Todos los días recibía un cumplido que sonaba casi idéntico al anterior, "Qué apuesto eres", "Estás muy guapo", entre muchos otros. Por si no resultaban suficientes los comentarios en las oficinas, durante mi estancia en la escuela tampoco faltaban.

Cada San Valentín, recibía un sin fin de cartas de amor. No quería verme grosero o desagradecido, así que fingía leerlas. Al llegar a casa las dejaba dentro del baúl abandonado del sótano. Nunca tuve el valor para desecharlas, incluso si ninguna de las personas que me escribían me generaba interés, sé lo valioso que es entregar un pedazo de papel que resultar ser más como un pedazo de tu corazón, pues tiene escritos tus sentimientos.

Al ver las cartas con los nombres escritos, se me revolvía el estómago. Las chicas se llevarían una gran decepción cuando se enteraran de que soy gay. (Si es que en algún momento me atrevía a salir del clóset). Era consciente de que revelar el secreto haría que las expectativas que la gente tenía sobre mí se vinieran abajo tan pronto supieran la noticia.

Mi vida se trataba de viajes y fotografías de una familia feliz y unida. Mi vida era ser un hijo muy bien criado, con unos padres perfectos. Y básicamente, no tenía que preocuparme por nada porque el dinero de mis padres me solucionaban la existencia. Hasta hace un par de años, ambos decidieron que estaban mejor sin mí.

Ser su hijo nunca resultó un obstáculo, porque mis padres disfrutaban de mi compañía, disfrutaban pasar tiempo conmigo. Solía ser así, hasta que los decepcioné.

Cuando salí del clóset, en mi cumpleaños número 17, mis padres estaban histéricos e incrédulos. Pensé que lo peor que podría ocurrir sería que terminarán enojados conmigo hasta el punto de irse de viaje para ignorar mi presencia, pero fueron mucho más lejos.


Minutos después de haber dicho que soy gay frente a mis padres, no hicieron más que mandarme a mi habitación con una mirada llena de lo que más temía: desprecio y decepción. A la mañana siguiente, me despertaron a las cinco de la madrugada, diciéndome que el autobús pasaría a recogerme dentro de un par de minutos.

—¿Qué autobús? ¿Adónde vamos? —pregunté medio dormido.

—Irás tú solo —respondió papá—. Empaca tus cosas si no quieres llegar con las manos vacías.

No tuve opción. Puse una mochila con algo de ropa y las cosas básicas que me llevo a todos lados, el celular y los audífonos. Cuando escuché la voz de mamá gritándome desde la sala para que me diera prisa, tomé el peluche de panda que descansaba sobre una de mis repisas, lo metí dentro de la mochila y bajé las escaleras.


—¿Podrían decirme de qué se trata esto?

—Aquí está tu desayuno —habla mamá entregándome una bolsa de papel—. Podrás comer en el camino. 

Le dediqué una mirada impaciente, esperando que contestara mi pregunta. La única respuesta que tuve fue un tirón por parte de mi padre. Tomándome con fuerza de la muñeca, me acercó a la puerta.

—Queremos que recapacites y te saques de la cabeza la estúpida y errónea idea de que eres gay. Los adultos te demostrarán lo que es correcto. Espero que cuando vuelvas estés arreglado. 

Antes de que yo pudiera decir algo, me cerró la puerta en la cara. Me quedé parado frente a mi casa, con un nudo en la garganta, el estómago revuelto y el corazón desbocado. Cuando escuché el claxon del autobús, me di la vuelta y apreté los labios, tratando de reprimir las lágrimas que amenazaban con escaparse de mis ojos.

Después de tres largas horas mirando a través de la ventana, preguntándome  por qué mis padres habían tomado la decisión de echarme de casa. ¿No está bien amar a una persona solo porque es de tu mismo género? ¿Necesito que me arreglen solo por ser gay? ¿No es correcto serlo? ¿Por qué no lo sería? ¿Por qué me han echado de casa siempre he sido el hijo que todos quieren? ¿Necesito cambiar para que me amen y me acepten? ¿Algo está mal conmigo?

Cuando el viaje terminó y me quedé sin tiempo para darle vueltas a las miles de preguntas que se formulaban en mi cabeza. Levanté la mirada y volvió a formarse un nudo en mi garganta que creí haber dejado plantado en la puerta de mi casa.

Me han mandado a un internado.

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