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—Tardaste—señaló Rin cuando vio entrar a Sesshomaru en la habitación media hora más tarde.

—Disculpa, mi amor, no quise hacerte esperar tanto.

La chica hizo una mueca, de alguna forma, se sintió culpable. Habían pasado tres días recluida en ese centro clínico y él no se había separado de ella en ningún momento.

«No es suficiente», era lo único en lo que podía pensar.

—Estás cansándote de mí, ¿cierto?

—Pero ¿qué cosas dices, Rin? Nunca me cansaría de ti, por favor, no vuelvas a repetirlo.

Sesshomaru no lograba entender sus cambios de humor. A veces eran tan volátiles, en un momento podía sonreírle y al siguiente estaba llorando.

—¡Es verdad!—las lágrimas se hicieron presentes a una velocidad sorprendente—. Si no lo estás ahora, lo estarás pronto. Te cansarás de mí, es un hecho.

—¡No lo haré!—él se acercó determinado, dispuesto a demostrarle que estaba completamente equivocada.

—¡No te acerques!—lo detuvo cuando estaba a escasos centímetros de hacer contacto con su cuerpo—. Mírame a la cara, Sesshomaru—pidió—. ¿Ves lo que soy ahora? Soy una inválida, me pasaré la vida postrada en una silla de ruedas, no hay más futuro para mí. Se acabó.

—Deja de decir eso.

Él no lograba entender por qué insistía en menospreciarse de esa manera. Su estado era algo transitorio, estaba plenamente convencido de que lograría recuperarse en poco tiempo.

—¡No, vete! Se acabó, ¿lo entiendes?

—¡Nada se ha acabado!—sujetó su rostro, aun cuando ella no quería que la tocara—. Ahora, escúchame bien—exigió mirándola directamente a los ojos—. Saldrás de esto, eso es un hecho. ¡Te lo prometo, Rin!

La chica negó, porque no quería ilusionarse con una recuperación que no sabía si podría suceder. Sin embargo, Sesshomaru disperso sus dudas con un beso, la beso de esa forma en que siempre lo hacía, esa forma tan entregada y pura.

«No merecía su amor», era en lo único que podía pensar, pero aún así quería más. Era una egoísta.

[…]

—Vamos, cariño, tú puedes.

Izayoi alentaba a su hija, mientras esta se sostenía de ambos extremos de las barras paralelas de fisioterapia. Unos pocos pasos, era lo que lograba conseguir, luego de dos meses de rehabilitación.

El proceso era lento, a veces sentía que no avanzaba nada, pero le reconfortaba saber que tenía personas a su lado que la amaban y la apoyaban.

Sesshomaru todos los días iba a visitarla, la llevaba al parque, la paseaba en la silla de ruedas mientras le mostraba los hermosos colores que se apreciaban en la naturaleza. Él no perdía oportunidad para decirle lo mucho que la amaba, siempre le robaba un beso cuando estaba distraída y le sonreía de aquella manera picara que tanto le encantaba.

En esos meses, le había demostrado de una y mil maneras que la amaba. Siempre dispuesto a tenderle su mano cuando las fuerzas le faltaban, o cuando las lágrimas llegaban y sentía que no podía encontrar la luz nuevamente.

—Todo estará bien, mi amor—le susurraba.

Y ella le creía. Creía en sus palabras y en esa convicción que tenía sobre su recuperación. Era por eso, que estaba ahí, una vez más intentando coordinar sus pies y dar un paso más.

—Muy bien, lo has hecho muy bien—la felicitó su terapista, dando por concluida esa jornada.

—Ya casi—su madre se acercó a ella y la abrazo.

Rin ocupó su lugar en la silla de ruedas y fue traslada por su madre hasta el estacionamiento. Sin embargo, Izayoi se detuvo de manera abrupta al divisar a una persona frente a ellas. La castaña también la reconoció, era la misma mujer que se había aparecido en su colegio.

Mabel, al verse descubierta en su espionaje, salió corriendo. Ella se había mantenido esos meses en las sombras, velando desde la distancia que la recuperación de su hija marchara bien. Luego de la amenaza de aquel joven, sabía que no debía acercarse demasiado, pero en esa oportunidad se había descuidado.

—¿Ella es…?

—Sí—confirmó Izayoi.

Tenía la sospecha, de alguna forma lo supo desde qué la miro por primera vez. No quería confirmarlo, ni saber más detalle, y, ahora, sentía que esa mujer estaba sufriendo también y que merecía ser escuchada.

Su mentalidad en ese tiempo había madurado tanto, ya no era la misma chiquilla caprichosa, había aprendido a valorar cada cosa.

—Mamá, quisiera hablar con ella.

— ¿Estás segura, amor?

Su madre no parecía muy convencida de que lo hiciera.

—Sí, creo que merece una oportunidad. Al menos una para ser escuchada.

—Está bien, me contactaré con ella.

[…]

—Rin, ¿por qué quieres hablar con esa mujer?

—No lo sé—confesó la chica.

En su mente no existía una razón clara, era una simple corazonada.

—Me parece que está sufriendo, no quiero cargar con esa culpa.

—Si está sufriendo es porque se lo merece. Recuerda que no es una persona digna de tu confianza.

—Puede ser, pero quisiera darme la oportunidad de juzgarla por mi propia cuenta.

—Yo solamente no quiero que te haga más daño.

—Lo sé, siempre estás cuidándome—la muchacha le sonrió con ternura. ¿Cómo no amarlo, si lo único que hacía era desvivirse por ella?—. Pero no te preocupes, todo saldrá bien. Prometo no llorar, aunque me partan el corazón en mil pedazos.

—Eres tan terca...

Sesshomaru suspiró.

—Tienes razón.

—Bueno, ya que no hay manera de que cambies de parecer. Entonces, estaré contigo para el momento en que decidas verla. ¿Está bien?

—Sí, está bien.

El hombre le dio un beso en la frente, antes de levantarla de la silla de ruedas. Con suma delicadeza la tomo en sus brazos y la traslado a la cama.

—Ahora es hora de dormir, debes estar muy cansada.

—Sí, un poco.

—Gracias—le susurro él—. Gracias, porque sé que estás dando todo de ti para recuperarte. Ya verás que pronto verás los resultados.

—Creo que soy yo la que debe de agradecer.

—No, yo no he hecho nada extraordinario.

—Has hecho demasiado. No tienes idea de cuánto—la muchacha lo jalo del brazo, hasta que tuvo su rostro a unos centímetros de distancia—. Gracias por regalarme tu amor incondicional—dicho eso, lo beso en los labios.

El placer de lo prohibido Kde žijí příběhy. Začni objevovat