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—No, Rin—Sesshomaru sostuvo la mano de la chica, impidiendo que lo tocara en esa área.

—¿Por qué?

—No es necesario.

El hombre la hizo a un lado levantándose de la cama. La jovencita lo miraba fijamente esperando una explicación.

—¿Entonces? ¿No me dirás?

—Te lo dije antes. Ahora no es el momento.

—Pero ¿por qué no? ¡Yo quiero!

—No seguiré discutiendo contigo por esto—el hombre se agachó y recogió finalmente las sabanas.

—Está bien, pero no te vayas por favor.

Sesshomaru le dedico una intensa mirada antes de rendirse a sus demandas.

—De acuerdo—se aproximó a la cama y ocupo su lugar correspondiente.

Rin no pudo evitar sonreír al ganar esa batalla. Ella rápidamente lo siguió y se apoderó del otro extremo de la cama.

—Duerme— la regañó su hermano, cuando la chica comenzó a acercarse a él.

A Sesshomaru le resultaba evidente que Rin tenía otras intenciones, unas no muy inocentes. Pero esta vez no pensaba caer, no se rendiría ante sus designios.

Los dedos de la más joven empezaron a trazar círculos en el pecho del hombre. Rin jugueteaba con aparente desinterés, a pesar de que en el fondo quería despertar la llama otra vez. Sin embargo, los segundos pasaban y no había rastro por parte de Sesshomaru de querer subir al otro nivel. Así que, se animó a hacer algo más atrevido, después de todo estaba segura de querer tener su primera vez con él.

—¿Qué crees que haces?—la encaró Sesshomaru, cuando sintió aquella mano llegar a su parte íntima.

—Quiero hacerlo—le notificó ella, mirándole fijamente a los ojos. Su mirada demostraba seguridad y convicción, no había indicios de duda en sus orbes.

—Rin, ¿crees que esto es lo único que quiero contigo?—la voz del hombre se mostró cansada—. No, quiero más que una noche. Quiero más que sexo contigo. No sé si aún no lo has entendido, pero te amo. Mi amor por ti es sincero, estoy dispuesto a esperarte el tiempo necesario.

—¿Es por qué soy menor de edad?

—Es porque no quiero que te arrepientas luego. Es porque te imagino mía, luego de llevarte al altar.

Sesshomaru suspiro, en ese momento acudían muchos pensamientos a su mente. Muchos sueños que deseaba realizar.

—No sé si podré hacerlo, pero ese es mi deseo. Eso es lo que quiero contigo, Rin.

La muchacha mordió su labio inferior, asintiendo. Tenía muchas ganas de llorar, de decirle que sí, que si lo lograrían, pero tenía miedo. La realidad era que no sabía que iba a pasar. El destino era incierto.

De esa forma, los dos se quedaron dormidos, abrazados, sintiendo la compañía del otro como un refugio. Aquel era su momento de paz, de tranquilidad, el sitio más deseado para ambos. Porque todo parecía estar bien cuando estaban juntos…

[…]

Ese domingo en la mañana, el timbre de la familia Taisho fue tocado. Izayoi se apresuró a atender el llamado, encontrándose con una desconocida en la entrada. La mujer usaba unas gafas oscuras y una pañoleta cubría su espeso cabello castaño. Ambas se miraron fijamente por algunos segundos, como buscando reconocerse mutuamente; Sin embargo, no hubo ningún resultado.

—Buen día, ¿a quién busca?—Izayoi decidió romper el silencio.

La mujer se retiró las gafas y revelo unos ojos que le parecían familiares.

—Vengo por mi hija—expresó la mujer con simpleza.

—¿Su hija?

El rostro de la pelinegra, perdió el color. ¿De qué hablaba esa desconocida? Izayoi tenía una idea de cuál era el tema de conversación, pero le aterraba confirmarlo. No, esa mujer no podía ser la madre biológica de su pequeña niña.

—Creo que está confundida, señora. Por favor, váyase—Izayoi intentó cerrar la puerta, pero la desconocida se lo impidió.

—Usted y yo sabemos que estoy en lo correcto. Rin es mi hija, yo soy su verdadera madre.

—¡¿Verdadera madre?! ¡¿De qué está hablando?! Su única madre he sido yo todos estos años. ¡No sea tan ilusa de venir a presentarse en mi casa y querer llevarse un título que no le corresponde!

—Izayoi, ¿qué pasa?

Toga se acercó al escuchar los gritos. Su esposa se veía agitada, su mirada se mostraba más fiera que nunca. Izayoi era una mujer pacífica, pocas cosas llegaban a enfadarla.

—¿Usted quién es?—se dirigió a la extraña mujer, al no obtener respuesta de su compañera.

—¡Ella no es nadie!—gritó Izayoi.

—¡He venido por mi hija, ya se lo dije! No me importa lo que usted diga, yo soy su madre—se defendió la susodicha.

—¿Usted es…?

El hombre se quedó sin palabras, la situación era más complicada de lo que imaginaba. Afortunadamente, Rin no se encontró en casa. De lo contrario, sería una situación mucho más difícil.

—Soy la madre de Rin—declaro con firmeza aquella mujer que se presentaba a interrumpir la paz de esa familia.

—¡¿Su madre?! ¡¿Cómo puede nombrarse como tal?!

—Mi esposa tiene toda la razón, usted dejó abandonada a una criatura recién nacida. No venga ahora a mi casa a hacerse la digna. ¡Por favor, váyase, antes de que llame a la policía!

—¡Las cosas no son como ustedes la piensan! ¡Yo nunca quise abandonar a mi hija!

—Señora, eso ya no importa. Retírese.

—¡No, claro que no me iré! ¡No me iré sin que me escuchen antes!

Izayoi no deseaba escuchar las palabras que esa mujer tenía para decir, pero aún así su corazón bondadoso quiso brindarle una oportunidad:

—Sea breve, la escucharemos.

Mabel entró en aquella hermosa casa, detallando cada detalle. Se alegraba de saber que su hija había tenido una buena vida, una que ella no hubiera podido brindarle. Escapar de un esposo maltratador no le resulto fácil, sin embargo, se regocijaba de haber librado a su hija del infierno en el que se convirtió su existencia durante todos esos años.

—Yo nunca quise dejarla—inició recordando aquel día y el motivo que la llevo a tomar la decisión de abandonarla—. Mi esposo bebía mucho, siempre llegaba borracho. ¡Él me maltrataba, señora!—expreso, mirando fijamente a los ojos de Izayoi—. En una oportunidad había intentado tocar a mi niña y yo no lo iba a permitir. Decía constantemente que su llanto le estorbaba, que era un gasto innecesario.

El placer de lo prohibido Where stories live. Discover now