Capítulo 1: Solo nos tenemos el uno al otro

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—Gracias —se sonrojó. Debía empezar a acostumbrarse a incluso pensar en inglés.

La suerte de su vida había sido que su abuela materna fuera británica; había crecido viendo como su madre y ella interactuaban en el idioma. Al final, ella también había terminado por relacionarse con la abuela de esa manera.

Aunque el acento americano lo consumía a través de la música y de la televisión y se adaptaba perfectamente.

Tras agradecer nuevamente al señor por su ayuda y de hacer malabares para poder arrastrar las tres maletas a la vez, abandonó la zona de llegadas y se aventuró a buscar una cafetería dentro de la terminal ocho; había estado estudiando el mapa de la terminal y sabía que a poca distancia quedaba una justo al subir por unas escaleras. Para su suerte y fortuna, justo al lado, había un ascensor que contribuiría a que la pobre siguiera conservando ambos brazos.

Le quedaba casi dos horas para tomar el autobús camino a la fraternidad, debía mantenerse despierta y necesitaba un poco de paz mental para poner en orden sus prioridades; primero se ocuparía de activar su nueva SIM telefónica y de avisar a su familia de que todo había ido genial. Luego, volvería a repasar mentalmente cuantas paradas iba a hacer el autobús hasta su destino; y por supuesto revisaría por milésima vez que todos sus papeles estuvieran en regla. Ella era así; necesitaba tenerlo todo bajo control.

Pero, sin duda, no contaba con que, a las nueve y cuarto pasadas de la noche y con la lluvia salpicando el arcén, la gente se refugiaría e iría en busca de algo caliente; porque era uno de esos extraños días de verano en el que la temperatura bajaba y te pillaba por sorpresa sin nada con lo que abrigarte.

Por ello, al salir del ascensor de espaldas y a trompicones, arrastrando nuevamente su equipaje, no se dio cuenta de lo abarrotado que estaba el sitio y de que habían tenido que poner un par de mesas adicionales hasta que chocó con la espalda de otra persona.

—¡Maldita sea! ¡Quema! —exclamó el agraviado.

La torpeza de Gala había terminado por derramar el café de un muchacho de lo más variopinto; iba vestido en un chándal negro de una conocida marca de lujo, cubría sus ojos con unas gafas negras y se escondía debajo de una gorra azul. Todo apuntaba que quería pasar desapercibido, pero apestaba a alcohol.

Temerosa de que el joven se violentara, Gala se apresuró a disculparse:

—¡Lo siento, lo siento, lo siento!

Todo el mundo la miraba y sentía las mejillas encendidas.

Pero lejos de tener una mala reacción, el chico movió la mano en el aire para quitarle hierro al asunto y arrancó un par de servilletas para limpiar el estropicio que le había salpicado en la sudadera.

—Deja que te compre otro café —le suplicó Gala un poco más relajada y en voz baja. El desconocido negó con la cabeza; no parecía una persona de muchas palabras—. Es lo mínimo que puedo hacer.

Entonces se la quedó mirando; el joven levantó la barbilla y la vio por primera vez. Detrás de sus gafas negras no podía verle los ojos, pero sentía como la penetraba con la mirada. Ese momento se le hizo eterno.

Luego de unos extraños segundos de incomodidad, volvió a desviar su atención.

—Voy a llegar tarde —murmuró arrastrando las palabras. Gala vio como sacaba un reloj de bolsillo plateado de su pantalón y se lo acercaba para intentar descifrar la hora—. Quédate con la mesa.

Sin más dilación recogió una mochila que portaba como único equipaje y se la llevo al hombro antes de levantarse. Al hacerlo, miró por última vez a la joven a la que le sacaba una cabeza y comprendió que, si no fuera por lo jodida que tenía la vida, habría tratado de ligar con ella.

Todas las veces que pudimos ser y no fuimosWhere stories live. Discover now