VI. NO ERES DE LOS NUESTROS

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Amanda arrancó el coche, habíamos salido de la casa por la puerta de atrás consiguiendo evitar  al servicio para evitar preguntas incómodas que pudieran desvelar mi suplantación de identidad. Me quedé en silencio mientras el coche avanzaba rumbo a la ciudad admirando el paisaje, mi compañera  al ver mi expresión de fascinación quiso explicarme hasta donde llegaban los límites de la finca. Los padres del verdadero Óliver debían de tener una fortuna si podían permitirse todo esto. Le pregunté si alguien sabía que sus padres eran adoptivos y le expliqué que los míos eran unos yonquis enganchados a la heroína que me habían abandonado al nacer, ella hizo un gesto de negación como si todo aquello le pareciera verdaderamente increible. 

Nos preguntamos si debíamos separarnos al llegar  ya que a priori parecía ser la mejor opción, yo lo buscaría a pie por el centro de la ciudad y ella daría vueltas con el coche, se acercaría a preguntar en los hospitales y la policía por si le había ocurrido algo grave e incluso iría a lugares donde ya lo había encontrado otras veces. Me explicó entonces que no era la primera vez que esto ocurría, de vez en cuando se marchaba sin decir nada y acababa apareciendo varios días después tras meterse en algún lío. Me dio la sensación de que mi hermano no se portaba muy bien con la familia y empecé a formar mi propia teoría de que hubiera descubierto que no eran sus padres de verdad y que sus escapadas fueran en busca de su verdadera familia. Compartí mis pensamientos con Amanda, ella me miró con cara pensativa y tras unos segundos de reflexión me contestó que no era posible porque si le conociera no pensaría eso.

Bajé del coche en el centro de Valencia, frente al ayuntamiento y me despedí de ella. Me había dado doscientos euros en efectivo para comida o por si necesitaba un taxi y un teléfono por si necesitaba ponerse en contacto conmigo o me surgía alguna emergencia. Empecé a sentirme una persona totalmente diferente, tenía dinero suficiente, un atuendo elegante y un teléfono como el resto de las personas. 

Levanté la vista hacia el enorme edificio que tenía enfrente, el reloj del ayuntamiento marcaban las 12 en punto del mediodia, el día era muy agradable y soleado propio de la primavera en Valencia. Comencé a caminar hacia la plaza de mármol llena de gente, todo se veía muy diferente, la gente ahora si que me miraba al cruzarse conmigo sin evitarme, ya no era invisible. Se me ocurrió entonces que debía compartir todo esto con Jordi, habían pasado solo veinticuatro horas desde que nos despedimos pero tenía muchísimo que contarle sobre lo ocurrido.

Subí por una calle comercial llena de tiendas hacia la plaza de la Reina en busca de mi preciado amigo, sobre estas horas estaría frente a la catedral dándole de comer a las palomas como hacíamos siempre. Pasé por la puerta de una hamburguesería, el olor me recordó cuanta hambre tenía y no pude evitar hacer una parada y dirigir mi mirada hacia el interior del local. Tras unos segundos decidí entrar, tratándose de una cadena de comida rápida no perdería más de cinco minutos en saciar mi hambre. Alguna vez había estado dentro para pedir un café y utilizar el  aseo pero nunca para comer. En el mostrador había una chica que me había atendido alguna vez, la miré sonriendo pero ella ni me reconoció, seguramente por mi atuendo. Pedí un menú completo gigante con todo, me sentía super bien, era la primera vez que no me miraban como si no pudiera pagar. Busque un sitio vacío para sentarme con la bandeja de la comida en la mano con tanta suerte que descubrí a Jordi tomando un café en una esquina junto a la ventana. 

Me senté frente a él sonriendo, esperando su cara de sorpresa al verme y con ganas de compartir aquel festín. Él ni se volteó, se dirigió hacia mi de forma muy desagradable para decirme que no se iba a quitar de allí sin despegar la mirada hacia el cristal de la ventana. Partí mi hamburguesa en dos y le puse la mitad frente a la cara, ¡Toma! le dije. Él se giró y tomó la hamburguesa dudando, la engullí sin mirarme, probé entonces a darle parte de mis patatas esperando que esta vez me reconociera pero sin éxito, pasé a la ofensiva final y le ofrecí mi refresco, él me miró muy extrañado, lo olió y luego se lo bebió entero, sin inmutarse lo más mínimo me dio las gracias, se levantó y salió de allí echando chispas.

Salí tras él corriendo con el tiempo justo para ver como giraba la esquina de la calle que daba acceso a la plaza de la Catedral. Aceleré el paso, entre el gentío pude localizar su figura avanzando hacia la zona donde le dábamos de comer a las palomas. Adelanté rápido y corté su camino agarrándole del hombro. Él se giró bruscamente y me empezó a increpar con una piedra en la mano y gritándome que no tenía dinero para pagarme y que además le había ofrecido yo la comida. Me puse a reir y le dije que me mirara bien de arriba a abajo y que aunque me había cortado el pelo era yo, su mejor amigo. Él me miró extrañado ante el convencimiento de mis palabras y me pidió que le acompañara al parque que había detrás de la catedral para poder conversar tranquilamente.

Jordi se sentó en un banco y me pidió por favor que me sentara junto a él, yo accedí encantado. Me preguntó directamente si yo era un policía o un agente de la condicional, yo le miré extrañado en silencio y continuó la conversación poniendo un montón de excusas acerca de porque había tenido que robar aquella vez un bocadillo o la botella de vino de no se cual tienda. Me contó una historia sobre sus padres que le maltrataban de pequeño y como se escapó de casa siendo un crío aún, luego sus padres le habían localizado gracias a la policía y tras varias palizas no aguantó más y se volvió en contra acabando con la vida de los dos. Como fue su experiencia en prisión, incluso me enseñó una herida que yo no había visto jamás y que según él le habían hecho con un pincho en la cárcel. 

Le dije a Jordi que estuviera tranquilo, que no era nadie de la condicional si no su mejor amigo, le conté con pelos y señales como fue el día que nos conocimos y como había sido nuestra vida hasta el día anterior estando juntos, también le expliqué como habían sido mis últimas veinticuatro horas con la esperanza de que todo esto fuera una estúpida broma. Se limitó a quedarse callado unos segundos, lo había dejado sin palabras. Finalmente se giró y me preguntó si le estaba tomando el pelo o consumía drogas. 

Sin vacilar se levantó extrañado, a la defensiva, sin entender muy bien como conocía algunos detalles de su vida personal. Intenté hacerle entrar en razón porque cada vez entendía menos las cosas y necesitaba ayuda urgente para localizar a mi hermano y no perder más tiempo con explicaciones que no iban a ninguna parte. Él accedió a ayudarme previo pago de cincuenta euros, cómo el dinero no significaba nada para mi se los entregué en mano y emprendimos camino juntos hacia el cauce del rio para preguntar a otros mendigos si habían visto a alguien parecido a mi por la zona y es que ser invisible tenía sus ventajas porque nos permitía observar detenidamente al resto de la gente.

Cruzamos las torres de Serrano y bajamos por las escaleras al antiguo cauce ahora convertido en parque. Para ser día laboral estaba repleto de gente paseando, haciendo un picnic en el césped recién cortado ya que el día tan espléndido invitaba a ello. Avistamos un grupo de indigentes y nos dirigimos hacia ellos, Jordi me pidió que me mantuviera alejado unos metros para evitar desconfianzas y se acercó él solo. Pude observar como hablaba con ellos mientras me señalaba y les mostraba los cincuenta euros. Jordi volvió de nuevo con noticias, al parecer no había nadie con mi descripción por el cauce pero estarían atentos a la espera de poder recibir una recompensa. Le respondí que quería hablar con ellos pero él me miró de arriba a abajo y me dijo. ¡Tú no eres de los nuestros! 



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