运气

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Amaya asintió, sintiendo la misma energía en el aire. A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que este pasaje subterráneo los estaba conduciendo a un lugar misterioso, y la búsqueda de la abuela Gojo tomaba un giro inesperado en las profundidades de la ciudad.

Al llegar a una sala oscura al final del pasaje, encontraron a la abuela Gojo, pero.......


















–¡GojoGojoGojo!–gritó ella desesperadamente, una pared con barrotes la detenían antes que llegara hacia ella

Amaya buscó una manera de abrir la los barrotes. Inspeccionó, buscando alguna debilidad o mecanismo oculto.

–¿Abuela, cómo llegaste aquí? ¿Qué ha pasado?–insistió Amaya, su voz reflejando urgencia. La espalda de la anciana era todo lo que se podría ver.

Sin embargo, la respuesta no llegaba, y la ansiedad se apoderaba de ella.

–Abuela Gojo, por favor responde–suplicó angustiada, sintiendo el peso de la incertidumbre.

–Amaya, ella está–Sukuna intentó decir, pero fue interrumpido por la determinación de Amaya.

–No, no, ella está bien. Solo necesitamos sacarla de aquí–afirmó, redoblando sus esfuerzos para encontrar una solución. Esto hizo resoplar a el Rey, así con su técnica rompió todos los barrotes con un solo movimiento. Con rapidez ella se acercó a Gojo, cayendo de rodillas, al darse cuenta de que la abuela Gojo no respondía y al notar la falta de vitalidad en su cuerpo, sintió un nudo en la garganta. La realidad de la pérdida se apoderó de ella, y su desesperación aumentó. La dio vuelta para tener una mejor visión de ella y...

–¡Abuela Gojo! –exclamó Amaya, pero no hubo respuesta. Se dio cuenta de la realidad ante sus ojos y un dolor profundo se apoderó de su corazón. Con ambas manos la sacudió pero esto sería inútil. Ambos ojos de Gojo faltaban, dejando un agujero en los orificios de estos.

Sukuna, aunque no mostró emoción abiertamente, observó con una mirada penetrante la situación. La realidad de la muerte de la abuela Gojo les recordaba en que mundo cruel se encontraban.

–Nonono, esto no puede estar pasando–lloró ella, mientras se apegaba más a la anciana. Sentía una mezcla de tristeza y desconcierto.

La impactante escena revelaba la crueldad con la que la abuela Gojo había sido tratada. Amaya, al notar la ausencia de los ojos de la anciana, sintió una mezcla de horror y rabia. Sukuna, aunque mantenía su expresión imperturbable, no podía ocultar la incomodidad ante la brutalidad del descubrimiento.

–¿Quién pudo hacer algo así? –murmuró Amaya, con los ojos fijos en los vacíos orificios donde solían estar los ojos azules de la abuela Gojo.

Sukuna gruñó ligeramente, revelando su disgusto ante la brutalidad infligida a la anciana.

–¿Quién sería capaz de hacer esto?–preguntó con un susurró

–Pues los humanos, ¿quién más?–vocifero él, mientras pasaba una de sus manos tirando atrás su cabello para entender la situación.

–Malditos bastardos, no me imagine que llegarán a ser algo tan cruel, y eso que a mi me llaman maldición–escupió él mientras se daba la vuelta y con una mano tapaba su rostro. Amaya sintió la furia crecer en el aire mientras Sukuna, por un momento, dejaba entrever una vulnerabilidad que rara vez mostraba. Aunque sus palabras resonaban con enojo, la impotencia subyacente se dejaba entrever en sus acciones.

–No permitiré que queden impunes por esto. Hay límites incluso para mi paciencia–vociferó Sukuna, su voz resonando con un tono más oscuro.

Ella no quería moverse, ni siquiera podía respirar apropiadamente. A pesar del dolor y la indignación, no quería dejar el cuerpo de la abuela Gojo tirado en el suelo. Con determinación, se arrodilló junto a ella y buscó una forma respetuosa de rendir homenaje.

–No podemos dejarla así. Merece un descanso digno–murmuró Amaya, con la voz entrecortada por la emoción.

Sukuna, aunque mantuvo su expresión impasible, asintió levemente, reconociendo la importancia de honrar la memoria de la anciana. Juntos tenían la misma idea, con pesar en su corazón, propuso una opción drástica para asegurar que el cuerpo de la abuela Gojo no fuera profanado.

–La vamos a quemar. No podemos permitir que alguien más use su cuerpo de ninguna forma–expresó Amaya, con determinación en sus palabras.

Sukuna, comprendiendo la necesidad de evitar posibles usos oscuros, asintió en silencio. Juntos, la llevaron afuera, donde en una colina prepararon un simple pero respetuoso ritual funerario.

Llamas danzaban en el viento mientras el cuerpo de la abuela Gojo se consumía, marcando el final de una vida llena de sabiduría y valentía. Amaya y Sukuna observaban en silencio, rindiendo homenaje a la mujer que había dejado una huella imborrable en sus vidas. Amaya recordaba las historias que la abuela Gojo solía contarle, mientras Sukuna guardaba respetuosamente el legado de la anciana en su corazón. El viento susurraba susurros de despedida, llevándose consigo la esencia de una vida bien vivida.

A medida que las llamas se extinguían, dejando solo cenizas en su estela, Amaya y Sukuna permanecieron en silencio, reflexionando sobre la fragilidad de la existencia y la fuerza que se encuentra en el recuerdo. La colina quedó impregnada de la serenidad que solo la despedida bien honrada puede traer.

Con la llama apagada, Amaya se puso de pie, mirando hacia el horizonte con determinación. Sukuna, aún con su expresión imperturbable, respetaba la decisión de Amaya de asegurarse de que la abuela Gojo no fuera olvidada ni profanada.

Ambos sabían que la vida seguiría, pero la memoria de la abuela Gojo persistiría en sus corazones, una llama interna que los guiaría en los días que siguen.

Con la colina ahora envuelta en una calma melancólica. Ambos se dirigieron de regreso a la cuidad. Había una mezcla de tristeza y determinación en sus ojos, sabiendo que el camino hacia la justicia y la paz aún estaba por delante.

Ella caminaba con la mirada al suelo, ¿ahora que haría? Gojo ya no está, avanzaba con paso pesado, su mirada fija en el suelo como si buscara respuestas en cada paso. El vacío dejado por la ausencia de Gojo pesaba sobre ella, pero en su interior crecía una determinación silenciosa.

A medida que caminaba, recordaba las lecciones de la abuela Gojo, las palabras de aliento y sabiduría que la guiaron en el pasado. Con cada recuerdo, su postura se enderezaba, y aunque la tristeza persistía, también surgía una fuerza renovada.

Ella quería vengarse de quien le hizo el acto tan cruel a la anciana. Pero sabía que la venganza no aliviaría el dolor ni devolvería a Gojo.

–La verdadera fuerza no reside en la venganza, sino en la justicia. Busquemos la verdad y asegurémonos de que aquellos responsables enfrenten las consecuencias–recordó con serenidad

Amaya, aunque aún ardía en cólera, asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de Sukuna. Juntos, decidieron investigar a fondo, buscando respuestas y la verdad detrás del cruel acto contra la anciana Gojo. Con cada pista descubierta, la resolución de Amaya se fortalecía, canalizando su ira hacia la búsqueda de justicia.

Luck | R.Sukuna |Onde as histórias ganham vida. Descobre agora