🕷️ CAPITULO 20🕷️

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Inthracis se sacudió los últimos efectos del cono de frío del mago drow. Todavía le zumbaban los oídos por el aullido banshee del mago, aunque en ese momento se encontraba demasiado lejos de la magia para que lo afectara de otro modo. Sus nycaloths no habían sido tan afortunados.
Las cosas no habían salido de acuerdo con los planes de Inthracis. El klurichir y la multitud de arañas se abrían paso entre el regimiento. Sus tropas luchaban con denuedo, pero el enorme demonio y las arañas superaban sus previsiones. Los muertos cubrían el campo de batalla. Por supuesto que podría haber invocado ayuda, pero no contaba con nada capaz de igualar al klurichir o a la multitud de arañas.
Tenía que mantener ocupados al klurichir y a las arañas al menos hasta que consiguiera matar a las sacerdotisas.
Sacó una fina varilla de basalto del carcaj que llevaba sobre el muslo e invocó su poder.
Un impulso de energía negra salió de él y avanzó como una oleada a través del campo de batalla. A su paso, los mezzoloths y nycaloths heridos se agitaban y se ponían de pie, tambaleantes, incluso los que acababan de morir por la magia del mago drow. Los yugoloths no muertos no serían unos combatientes tan eficaces como los vivos, pero servirían de ayuda contra la multitud de arácnidos y puede que incluso contra el klurichir.
Envió su proyección mental por todo el campo, impartiendo una orden a los no muertos:
Atacad al klurichir y a la multitud de arañas hasta su destrucción total.
Los no muertos se aprestaron a obedecer, uniéndose a sus camaradas vivos en la barahúnda. Satisfecho, Inthracis consideró cuáles eran sus opciones.
Vhaeraun quería que matara a las tres sacerdotisas. Sólo vio a dos. Estaban luchando la una contra la otra en el sendero que bajaba de la montaña. Pensó que o mataba a esas dos rápidamente o no las mataría nunca. Ya se vería si Vhaeraun quedaba satisfecho o no. Inthracis ya había visto suficiente.
Proyectó mentalmente hacia todos los nycaloths del Regimiento del Cuerno Negro que habían sobrevivido, el siguiente mensaje:
Dos de las tres sacerdotisas están en el sendero que baja desde el Paso del Ladrón de Almas. Teleportaos hasta allí, matadlas y retiraos del campo de batalla.
A continuación, los pensamientos de Inthracis volvieron a centrarse en el mago drow. Evocó las palabras de uno de sus más poderosos conjuros nigrománticos.

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Quenthel trató de alcanzar a Danifae con su látigo. La cautiva de guerra trató de esquivarla haciéndose a un lado, pero fue demasiado lenta. Las serpientes le clavaron los colmillos en el brazo y le inyectaron el veneno. Este hizo poco efecto porque seguramente Danifae se había protegido contra el veneno, pero Quenthel quedó satisfecha al ver el derramamiento de sangre. También quedaron satisfechas las serpientes del látigo, que rieron y bisbisearon.
Danifae rechinó los dientes y se lanzó a la carga, imprimiendo un balanceo a su estrella matutina con la clara intención de decapitar a Quenthel. Esta dio un paso atrás, paró el golpe con el escudo y contraatacó con su látigo. Las serpientes rebotaron en la cota de malla de Danifae, que impulsó la empuñadura de su espada por debajo del escudo de Quenthel, asestándole un golpe en el vientre.
El impacto dejó a Quenthel sin respiración y la hizo retroceder. Danifae avanzó. De repente, la cautiva de guerra lanzó un grito de dolor.
Una espada surgió desde el lado derecho de su pecho haciendo saltar salpicaduras de sangre, que alcanzaron a Quenthel. La sorpresa hizo que a Danifae se le abrieran los ojos como platos, contemplando los dos palmos de acero que sobresalían de su pecho.
De pie detrás de Danifae, terminado su conjuro de invisibilidad por el ataque lanzado, había una hembra drow. El odio contraía su rostro de tal modo que a Quenthel le llevó un momento reconocerla.
Era Halisstra Melarn.
La sacerdotisa traidora acercó la boca al oído de Danifae y susurró:
—Adiós, prisionera de guerra.

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Pharaun se sabía vulnerable. Sus conjuros de protección habían sido desactivados y era poco lo que podía hacer. Las heridas que le habían causado los nycaloths seguían manando sangre, mucho más de lo que hubiera sido previsible de unas heridas de tan poca importancia. Tampoco sobre eso podía hacer mucho, y la pérdida de sangre lo estaba debilitando. No podía darse el lujo de afrontar un duelo prolongado de conjuros.
Él y el ultroloth describían un círculo mientras se medían con la mirada. Allá abajo la matanza continuaba. Los alaridos del klurichir atronaban el aire. El borboteo de las hormigas sonaba como las olas del Mar Oscuro.
El ultroloth inició un encantamiento mientras sus dedos describían en el aire intrincados gestos. Pharaun respondió con su propio conjuro.
El ultroloth terminó primero y un haz negro brotó de sus dedos. Pharaun viró bruscamente, pero no fue lo bastante rápido. El haz lo alcanzó en el brazo.
La energía negativa lo impregnó totalmente. Por un instante, sus pulmones quedaron paralizados; el cuerpo, inerme; la mente, turbia. El conjuro borró de su mente media docena de sus conjuros más poderosos.
Tuvo que hacer un esfuerzo para continuar su propio encantamiento. Parpadeando, aturdido, lanzó las palabras arcanas. Cuando consiguió pronunciar la sílaba final, movió una mano debilitada en dirección al ultroloth y un campo verde de energía envolvió a la criatura.
Pharaun sabía que no había dañado al mago yugoloth. Sólo había impedido que éste se teleportara o recurriera a cualquier otra magia de traslación. Resultaba extraño que hubiera recurrido a ese conjuro, pero el mago tenía una idea.
Mientras el ultroloth trataba de entender el conjuro de su oponente drow, Pharaun procuró superar su entumecimiento y sacó de su piwafwi una diminuta bola de guano de murciélago y una pizca de cuarzo. Iba a necesitar la formulación de otros dos conjuros en rápida sucesión para que su estratagema funcionara. Sosteniendo el guano entre el pulgar y el índice pronunció las palabras.
El ultroloth sacó la espada y arremetió contra el campo verde que lo rodeaba. Pharaun supuso que la espada debía de tener la capacidad de absorber o desactivar los efectos mágicos con los que entraba en contacto.
La hoja se encontró con la magia de Pharaun, abrió una brecha visible en el campo de energía e imprimió una vibración a la totalidad del mismo, que sin embargo, se mantuvo.
Pharaun lanzó un suspiro de alivio y terminó el primero de sus dos conjuros. La bola de guano se transformó en una pequeña cuenta de fuego. Apuntó al ultroloth.
La cuenta salió disparada de su dedo y se detuvo justo frente al ultroloth, sin explotar. Allí empezó a girar, acumulando energía.
El ultroloth sabía lo que era aquella cuenta: una bola de fuego de explosión retardada. La criatura movió sus manos de largos dedos para realizar los gestos que le permitirían efectuar un conjuro que contrarrestara la bola de fuego.
Dándose prisa, Pharaun lanzó el polvo de cuarzo al aire y velozmente formuló su segundo conjuro. Lo completó al mismo tiempo que el ultroloth terminaba el suyo.
El detector de conjuros de Pharaun envolvió en una cápsula al ultroloth y a la cuenta en una esfera de fuerza. Al mismo tiempo, el conjuro del ultroloth, que no iba destinado a contrarrestar la bola de fuego, tal vez porque pensó que sus palabras lo protegerían, hizo que un campo de energía negra destellara en torno al mago drow. La magia envolvió el cuerpo de Pharaun y lo mantuvo rígido. No podía mover ni siquiera el dedo meñique, aunque su anillo todavía le permitía volar. Era una estatua flotante.
Situados en los extremos opuestos del campo de batalla, ambos se miraron: el elfo oscuro, inmóvil y vulnerable; el ultroloth atrapado e incapacitado para teleportarse.
Pharaun empezó mentalmente una cuenta atrás: cuatro... tres...
La cuenta situada cerca del ultroloth aceleró su movimiento giratorio e intensificó su brillo.
El ultroloth comprendió el peligro inminente y empezó a golpear frenéticamente con la espada el muro de fuerza. El borde del arma desgarró la esfera, pero no lo suficiente para que pudiera escabullirse por la abertura.
La cuenta giraba cada vez más rápida y empezó a emitir un zumbido. El ultroloth abrió otra brecha y trató de salir a través de ella.
Dos... uno...
El ultroloth asomó la cabeza y los hombros por la abertura del globo de fuerza justo cuando la cuenta de Pharaun se prendía fuego.
Dentro del globo se desencadenó un infierno. Una lengua de fuego salió por la grieta abierta en el lado de la esfera, se tragó la cabeza del ultroloth y se elevó veinte palmos hacia el cielo.
Desde abajo, desde el campo de batalla, se elevó un grito de conmoción de los yugoloths.
Dentro de la esfera, la explosión quedó concentrada. Pharaun no tenía duda de que el ultroloth se había protegido contra el fuego y el calor, pero no había defensa posible contra aquella tormenta de fuego. El calor devoró el resto del cuerpo del yugoloth.
Cuando el fuego se extinguió un momento después, quedó una carcasa retorcida y negra a medias entre el exterior y el interior de la esfera. Eso era todo lo que quedaba del ultroloth.
De haber podido moverse, Pharaun habría sonreído.

Resurrección [Libro 6] - La Guerra De La Reina Araña - Reinos Olvidados Where stories live. Discover now