🕷️ CAPITULO 14🕷️

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Gomph seguía junto al pórtico, a las puertas del templo, usando una adivinación para analizar las protecciones personales de Geremis. Uno tras otro, Gomph fue superando con mucho cuidado los conjuros de protección del mago: protecciones elementales, un conjuro que hacía que la carne del mago Dyrr fuera tan dura como la piedra, un conjuro de muerte y... un conjuro de reacción. El último provocó en Gomph un gesto de asombro. Era raro encontrar una protección de reacción. Seguramente el propio lichdrow se la habría enseñado a Geremis.
Ese conjuro haría que recayera sobre Gomph el efecto de cualquier conjuro que lanzara contra el mago Dyrr.
Por desgracia, el hecho de formular un conjuro contra Geremis haría que Gomph se volviera visible, un inconveniente del conjuro de invisibilidad, de modo que se apartó hacia un lado, ocultándose entre las sombras. Desde allí musitó las palabras de un detector de conjuros dirigido únicamente contra la protección de reacción.
Cuando la magia surtió efecto, Gomph sintió un cosquilleo en la piel al hacerse visible. Bien oculto en la oscuridad, una sombra entre las sombras, Gomph orientó su magia contra la protección de reacción de Geremis.
Con la delicadeza de un ladrón que roba una bolsa, el archimago atacó la protección de Geremis. El contraconjuro de Gomph se enfrentó a la magia del mago Dyrr.
En cuestión de segundos, la magia de Gomph prevaleció, anulando la defensa de Geremis.
«Ya te tengo», pensó el archimago.
Curiosamente, casi todos los elfos oscuros de Menzoberranzan redoblaban su resistencia natural frente a la magia cuando eran atacados por ésta. No había detectado ningún aumento de ese tipo en Geremis, de modo que el mago Dyrr era vulnerable.
Geremis alzó la cabeza y volvió a echar otra mirada hacia atrás. Aunque miró hacia más allá de donde estaba Gomph, era evidente que sospechaba algo. Buscó algo en su bolsillo, sin duda el componente de un conjuro.
Gomph se dispuso a hacer su propio conjuro, pero maldijo al darse cuenta de que necesitaría una pizca de polvo para ello. No tenía por costumbre llevar polvo, porque siempre lo había en todas partes, al menos cuando tenía acceso al mundo corpóreo.
Al no poder hacer otra cosa, Gomph invocó el poder del conjuro de cambio de forma y se transformó en un drow diferente. Su carne se endureció, su cuerpo adquirió peso y no tardó en sentir los pies sobre el suelo. Recuperó el olfato y el oído. El olor penetrante del incienso rancio salía en oleadas por las puertas del templo. Larikal elevaba sus plegarias a Lloth en voz baja.
Gomph se agazapó entre las sombras, y el piwafwi de Prath lo ocultó a la perfección.
Con movimientos lentos, sacó una pequeña piedra imán del bolsillo, recogió una pizca de polvo de roca del pórtico del templo y para sus adentros recitó las palabras de un poderoso conjuro. Además infundió un poco de energía adicional del Tejido al conjuro, de modo que a Geremis le resultara más difícil resistirse.
El mago Dyrr extrajo una lente traslúcida de su bolsillo y miró a través de ella. Miró hacia las puertas del templo, justo a donde estaba Gomph, y la lente se le cayó de las manos.
—¡S-Señora! —tartamudeó mientras se ponía de pie con dificultad y empezaba a formular un conjuro—. No estamos sol...
Gomph terminó su conjuro. Un haz verdoso salió de su dedo y dio contra el pecho de Geremis. La advertencia del mago murió en sus labios cuando el conjuro lo envolvió en un nimbo verde y lo redujo a polvo. Larikal se puso de pie y se dio la vuelta, justo a tiempo para ver desaparecer a Geremis. Para entonces ya blandía su maza.
Preciso es reconocer que no gritó pidiendo ayuda. Se limitó a apoyar la mano que le quedaba libre sobre el símbolo sagrado de platino de la araña que llevaba al cuello y empezó a formular un conjuro. El símbolo relució brevemente bajo su tacto, lo mismo que sus ojos.
Mientras entonaba su conjuro, examinó la puerta con su visión aumentada y fijó la mirada sobre Gomph.
Lo vio. No pudo reconocerlo como el archimago de Menzoberranzan, por supuesto, pero sabía que tenía que ser un enemigo. Probablemente lo tomó por un mago Xorlarrin.
Sin tiempo para buscar en los bolsillos la gema que habría usado habitualmente, Gomph cogió con prisa el ocular que llevaba en su bolsillo interior, lo que tenía más a mano, y pronunció las palabras de un conjuro.
Larikal corrió por el pasillo blandiendo la maza, mientras seguía formulando un conjuro que Gomph reconoció y que cargaría su mano de una energía mortífera. Tendría que tocarlo, pero era muy probable que le produjera la muerte.
El mago no se movió de su sitio y formuló su conjuro a toda velocidad.
Larikal acabó primero. Un globo de energía fulminante se formó en la mano de la sacerdotisa, que ya se acercaba a él.
Gomph se retiró de la puerta y acabó su propio conjuro precisamente cuando ella atravesaba el umbral y tendía la mano hacia él.
La magia del conjuro de Gomph transmitió su alma a la gema que tenía en la cadena del ocular justo cuando Larikal le rodeaba la muñeca con la mano.
Con la esencia de su ser en la gema, que se había convertido en un receptáculo mágico no muy diferente de la filacteria del lichdrow, el conjuro letal no podía afectarlo. Su cuerpo sin alma parecería muerto, de modo que Larikal seguramente creería que lo había matado y bajaría la guardia.
Dentro de la gema, Gomph sólo poseía un sentido: una capacidad visceral para detectar las fuerzas vitales que lo rodeaban. Notó la presencia de Larikal cerca de él, sin duda inclinada sobre su cuerpo aparentemente muerto.
La magia del conjuro le permitía intentar desplazar un alma de un cuerpo vivo cercano y obligarla a ocupar su sitio en la gema.
Mediante su conciencia, el archimago buscó a Larikal, buscó su alma.
La tomó por sorpresa. Advirtió su alarma. Ella se resistió, pero él presionó, trató de vencer su resistencia y por fin...
Recuperó la sensación. Estaba mirando el cuerpo de un drow, su cuerpo transformado, y en la mano llevaba el ocular, que emitía suaves destellos, encendido con el alma de Larikal.
—Gracias, sacerdotisa —dijo dirigiéndose a la gema, y quedó sorprendido al oír el tono femenino de su voz.
Por obra de aquel conjuro Larikal no podía hacer nada más que reconcomerse dentro de la gema. Quedaría allí atrapada hasta que Gomph le permitiera salir.
Aunque el hecho de ocupar otra forma nueva, especialmente la de una hembra, era desconcertante, Gomph conservaba todas sus facultades mentales, incluida su capacidad para formular conjuros. Pero ahora sumaba la mayor fortaleza física de Larikal. Eso le gustaba. Iba a serle útil cuando se enfrentara al gólem.
Echó una mirada en derredor y no vio a nadie. Las estructuras Dyrr que lo circundaban parecían vacías. Sin duda la mayor parte de la casa estaba ocupada en la defensa de las murallas.
Su sonrisa de satisfacción se desvaneció cuando el conjuro que le había permitido cambiar de forma expiró. Su cuerpo sin alma recuperó su forma normal y se encontró mirando su propio rostro con los ojos de Larikal Dyrr.
Gomph profirió una maldición. También Prath habría recuperado su forma normal, o no tardaría en hacerlo.
Yasraena ya lo estaría buscando. Tenía muy poco tiempo.
Actuando con rapidez, cogió el hacha duergar y su túnica cargada con sus componentes de conjuros, así como su anillo de regeneración.
Se puso la capa y el anillo, se colgó el hacha de su cinto y formuló dos conjuros sobre su cuerpo sin alma. El primer conjuro redujo su cuerpo al tamaño de su mano. El segundo lo volvió invisible a la visión normal, aunque él todavía podía verlo gracias a su visión ampliada por medios mágicos. Gomph no se atrevió a llevar su cuerpo, en el que todavía estaba la diminuta gema ocular a través de la puerta protegida por temor a desencadenar las protecciones con su carne Baenre. En lugar de eso, lo colocó a un lado de la puerta, en una rendija de la piedra del pórtico. Tendría que confiar en que nadie repararía en él.
Se volvió y...
El amuleto que llevaba Larikal, que él llevaba ahora, le llamó la atención. Lo cogió en la mano, era de electro, con amatistas incrustadas formando una espiral. Lo reconoció enseguida: era un amuleto telepático.
Tardó un instante en sintonizar su conciencia con él. Supo que lo había conseguido cuando una voz conocida sonó en su mente:
¡Larikal! ¡Larikal!
Gomph sonrió. Larikal no había pedido ayuda a voz en cuello porque lo había hecho telepáticamente.
¡Larikal! ¡Responde!
Gomph sabía que era mejor no decir nada, pero no pudo resistirse.
Tu hija está indispuesta en este momento, Yasraena.
A través del amuleto percibió la consternación.
¿Gomph Baenre?, inquirió Yasraena.
No parece complacerte hablar conmigo, respondió.
En la voz mental de la madre matrona se revelaba algo parecido al pánico.
Escúchame, archimago, sé por qué has venido, pero ya he llegado a un acuerdo con Triel. Yo misma voy a destruir la filacteria.
Gomph pensó que se trataba de una mentira poco creíble; pero, aunque fuera verdad, aquello nada tenía que ver con él. Triel jamás se lo había mencionado.
Pero no sabes dónde está, madre matrona, y aunque lo supieras, me temo que el ansia de ver la reincorporación del lichdrow sería demasiado fuerte incluso para alguien con tu voluntad de hierro. Estaré encantado de destruirlo en tu nombre.
Dicho esto, Gomph puso fin a la conexión. Sabía que Yasraena no tardaría en acudir, de modo que respiró hondo y atravesó el umbral del templo. Las protecciones no se dispararon. Gomph jamás sabría si era algo que Larikal llevaba encima o su misma sangre, pero no le importó. Estaba dentro.
Desde la alta cúpula, Lloth lo observaba. El pasillo central se extendía hacia el ábside, hacia el altar negro detrás del cual acechaba el cuerpo imponente de la araña.
El gólem lo esperaba.

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Yasraena corría por los pasillos hacia la cámara de escudriñamiento, indiferente a lo poco digno de su comportamiento. No se atrevía a comunicarse a través del amuleto telepático por temor a que Gomph Baenre la detectara.
En su mente sonó la voz de Esvena.
¡Madre matrona!¡Hemos sido objeto de un engaño! La imagen del cuenco no es lo que parecía ser. Gomph Baenre...
Está en nuestra casa, acabó Yasraena por ella. Envió su siguiente proyección a todas sus hijas y hermanas. Dejad de utilizar el amuleto ahora mismo. El archimago está en el complejo y lleva el amuleto de Larikal. En este preciso instante me está oyendo.
La conexión se cortó, y por primera vez desde que había empezado el asedio, Yasraena sintió auténtico miedo. Si Gomph llegaba a la filacteria antes que ella, todo estaría perdido.
Cuando llegó a la cámara de escudriñamiento, nadie se atrevió a mirarla. Los dos magos estaban cerca del cuenco de escudriñamiento con las cabezas bajas. Esvena no podía establecer contacto visual.
—¿Dónde está Larikal? —preguntó Yasraena a Esvena.
Esvena no encontraba respuesta.
—¡Tu hermana! —dijo Yasraena—. ¿Dónde estaba buscando?
Uno de los varones magos presentes en la cámara intervino:
—Según el último informe de Geremis, iban a buscar en el templo, madre matrona.
El templo. Yasraena casi no daba crédito a sus oídos. ¿Acaso el lichdrow habría escondido la filacteria en el templo, precisamente en el templo? Lo maldijo por ser un tonto arrogante e intrigante.
Yasraena apretó los puños y después los dientes. Todo su cuerpo se estremeció. La furia y el miedo amenazaban con superarla.
—Ve a las murallas y trae a los vrocks y a todos los magos de la casa a los que puedas encontrar —le ordenó a Esvena con los dientes apretados—. Nos encontraremos en el templo. ¡Ve ahora mismo!
Esvena salió corriendo de la cámara.
Yasraena miró a los dos varones.
—Vosotros dos —dijo—, acompañadme al templo. El archimago de Menzoberranzan nos espera.

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Cuando el conjuro de cambio de forma dejó de afectar a Prath, Nauzhror soltó una maldición. Prath se miró las manos, las vio agrandarse y miró con los ojos muy abiertos a Nauzhror, que estaba al otro lado de la mesa.
En ese momento, los magos Dyrr se habían enterado del engaño de Gomph.
Apenas un segundo le bastó a Nauzhror para decidir lo que debía hacer. Nauzhror ambicionaba el puesto del archimago, pero su miedo a fallar a Gomph Baenre era superior a su ambición. Si Gomph conseguía su objetivo y se enteraba de que Nauzhror no había hecho nada una vez expirado el conjuro de cambio de forma, Nauzhror sabía muy bien que sufriría las consecuencias. También sabía que si Gomph fallaba y moría, Triel Baenre investigaría y él pagaría por ello.
A fin de cuentas, el maestro de Sorcere sabía que no podía hacer nada más que esforzarse al máximo y confiar en que Gomph lo consiguiera.
—Levántate, muchacho —le dijo a Prath, que seguía sentado en la silla del archimago.
Prath abandonó el asiento de un salto, como si fuera de fuego.
Nauzhror rodeó el escritorio y se sentó en su lugar. Con la experiencia resultante de décadas de entrenamiento, sintonizó el cristal de escudriñamiento de crisoberilo de Gomph e hizo que le mostrara el panorama de las fuerzas Xorlarrin reunidas frente a la casa Agrach Dyrr. Los soldados y magos estaban inmóviles.
Nauzhror estudió el panorama un momento, fijó la imagen en su mente y dejó que el cristal de escudriñamiento quedara inerte.
—¿Qué debemos hacer ahora, maestro Nauzhror? —preguntó Prath con una voz que denotaba su nerviosismo.
—Ahora —respondió Nauzhror—, debemos apoyar los esfuerzos del archimago haciendo que Yasraena tenga que enfrentarse también a los enemigos de fuera.
Sin más explicaciones, pronunció una palabra de poder y se teleportó a donde estaba el ejército Xorlarrin.

Resurrección [Libro 6] - La Guerra De La Reina Araña - Reinos Olvidados Where stories live. Discover now