El abuelo también viene, llamo a media mañana a saludarme y a decirme que en unas horas ya estaba en Roma.

Solo me queda esperar a que los tres locos que viven en mi casa me autoricen que puedo salir de la habitación.

Tomo el móvil y llamo a Rafaella. Aunque está en el primer piso, tengo prohibido bajar.

-Dime.-dice, cuando contesta.

-Voy a salir.

-Está bien, cariño. Baja por la escalera que da directo al estacionamiento y no mires nada del primer piso. ¿Estamos?

-Estamos.-acepto.-No observare nada.

-Te amo.-corta, después de decir eso. No alcanzo a decirle que también la amo.

Salgo de nuestra habitación y cuando paso por la escalera cierro los ojos para no ver nada, pero después los abro, caminando un poco más hasta llegar a la escalera.

Elijo el auto en el que me iré y salgo del estacionamiento con una camioneta de seguridad atrás.

No tengo mucho que hacer en la calle pero definitivamente es mejor que estar de prisionero en una habitación.

Recorro las calles de Roma, hasta que llego a la mansión Riccardi Ferrer, donde la seguridad me deja pasar de inmediato cuando bajo la ventana del auto y me identifican.

Dejo el auto en la entrada y camino al interior.

-Dile a Christian que lo estoy esperando.-le ordeno a su sirviente.

-El señor ya está enterado. En un momento esta con usted.

No le respondo y lo único que le queda es retirarse haciendo una leve reverencia.

Me siento en el único mueble, color verde pistacho que tienen, es el único que resalta entre los muebles blancos.

Después de unos minutos baja el infeliz removiéndose el cabello mojado.

-¿Y mi hija, dónde está?-busca a mi espalda.

-No viene conmigo. Estoy aquí solo.-me examina curioso.

-¿Y a que vienes?

-¿Puedes cuidar a mis hijos después de la navidad? Solo es un día. Te pagare bien.

-¿Crees que estoy por plata? Estás hablando con un presidente dueño de bancos internacionales, bastardo. No estoy en un nivel en el que puedas pagar por algún servicio que ofrezca.

-Unas monedas no le hacen mal a nadie, infeliz.

-Debí recibirte a balazos, en lugar de bajar a hablar contigo.

-Lástima que no quieras gozar de la compañía de mis hijos.-le cuestionó.-Se los comentaré para que ya no te aprecien.

-No soy niñera, bastardo.

Ruedo los ojos.

-Me retiro. Tengo que hacerle la propuesta a Fabio.-le doy la espalda.

Juego con su cabeza y con su ego. Nunca le dejara el camino libre a su peor enemigo.

-¡Quieto!-grita y regreso a mirarlo.-¿Para qué quieres que los cuide?

-Tengo una cita con mi esposa.

-¿De dónde te broto lo buen esposo?-pregunta con sorna.

-Soy un buen esposo, infeliz. Mejor que tú, que cada tanto la paras cagando.

Me he enterado de su vida y las mierdas que le ha hecho a su mujer.

-Ambos tenemos nuestras cagadas, Kuznetsov.-se recuesta en el borde de su comedor, extendiendo las piernas y cruzando los talones.-Ustedes creen que yo no me entero de nada pero incluso puedo decirte la fecha y hora en que te llevaste a mis nietos a Mónaco, mientras mi hija iba a buscarme diciendo que todo estaba bien entre ustedes cuando en realidad estaban más jodidos que nunca. Esperaba que considerara el divorcio pero sabemos cómo es de loca, los desafíos le fascinan y el amor que siente por ti la puede.-estoy sorprendido de que sepa tanto sin siquiera haber preguntado.-Algún día te enseñaré a ser buen padre, para que lo apliques con mis nietos y buen esposo para que lo apliques con mi principessa.

DINASTÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora