Capítulo 14

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El lunes marcaba un inicio de capítulo para todos. Yo me enfrentaba a mi primer día de trabajo y tanto Lía como Kai, a su primer día en clase de fotografía.

Caminé hasta la casa de Elías vestida con ropa que no me importase ensuciar, tal y como me había recomendado él. Paré frente a la puerta principal, unos minutos antes de la hora acordada, y esperé unos segundos antes de llamar.

Cabía la posibilidad de que Lía me recibiera y eso era algo que no me entusiasmaba, pero aun así llamé al timbre.

Por suerte Lía ya había salido y fue su abuelo quien apareció tras la puerta.

—¿Estás preparada? —me envolvió en un fuerte abrazo que me pilló por sorpresa.

—Claro, pero ¿por dónde empezamos?

—Por el desayuno. Espero que vengas hambrienta ¡porque yo lo estoy!

Hizo un gesto para que entrase en la casa y una vez dentro me invitó hasta la cocina. Tenía una cafetera italiana al fuego y unas rodajas de pan dorándose en la tostadora.

—Bueno, la verdad es que ya he desayunado algo por el camino —La sonrisa de Elías se desvaneció un poco y eso era algo que no iba a permitir— Pero creo que puedo hacer un esfuerzo para un segundo café.

Elías, aquel señor de experiencia y paciencia infinita volvió a sonreír.

—¿Sabes? Hace tiempo que no desayuno acompañado y hasta parece que el café sabe diferente. ¿No es curioso cómo cambian las pequeñas cosas cuando se comparten? —mencionó mientras colocaba las tostadas en un plato.

—Supongo que sí —respondí y tomé asiento en una silla de la cocina— Yo estoy acostumbrada a desayunar siempre corriendo, espero conocer el sabor del que hablas.

Elías y su nieta siempre habían vivido solos, no tenían una casa tan grande ni lujosa como la de mi padre, pero siempre la habían mantenido muy limpia y acogedora. Estar allí era como estar en una de esas casitas de los cuentos. La puerta trasera del salón daba a un jardincito donde Lía y yo jugamos muchas veces de niñas y asumí que sería allí donde íbamos a construir el gallinero.

Pero volviendo al tema de soledad de la que Elías hablaba... Los padres de Lía llevaban años trabajando en otro país y tan solo pasaban por Caterald en fechas señaladas. Podría decirse que aquel amable hombre que me ofrecía desayunar había ejercido de padre y de madre durante años, y la relación que mantenía con su nieta era muy buena. O eso recordaba yo.

Dejó el plato sobre la mesa y me sirvió una taza de café humeante.

—Claro que lo conocerás. Es maravilloso tenerte de nuevo por aquí, Erea. ¿Te sientes lista para el primer día de trabajo?

Tomé un sorbo de café y dejé que su sabor reconfortante despertara mis sentidos.

—Estoy lista. Aunque estoy un poco nerviosa porque no sé mucho de gallineros.

Me sonrió con complicidad y tomó asiento delante de mí.

—Los nervios son buenos, mantienen la emoción viva. Estoy seguro de que aportarás creatividad.

Elías siempre tenía palabras de ánimo para cualquiera que las necesitara. Y era capaz de convencer a una de que era válida para cualquiera cosa. Estaba segura de que hasta sería capaz de hacerme creer que podría llegar a la luna si se lo propusiese.

—Eso espero...

—¿Lo dices por lo que dijo Lía? No le hagas caso, ella es muy testaruda, ¿sabes?

—Desde luego.

Elías se echó a reír, y removió su café.

—Aún recuerdo cuando se tiró una semana sin hablarme por haberla castigado sin salir.

—Qué suerte, a mi lleva cinco años sin dirigirme la palabra.

Elías río de nuevo y me contagió.

—Aún no está todo perdido, Erea —dijo con tono esperanzador después— Yo sé que tú todavía puedes hacerla volver en sí.

—¿Hacerla volver en sí?

El hombre carraspeó un poco antes de dar otro trago de su café.

—Ella ha cambiado en estos años. Ya no es la misma chiquilla que recuerdas.

—Lo he notado —susurré— Pero, ¿Qué puedo hacer, Elías? Ni siquiera sé cómo acercarme a ella...

Él me sonrió con ternura y contestó con tanta sabiduría como siempre.

—Primero, escúchala. Escucha sus silencios tanto como sus palabras. A veces las verdades más profundas residen en los espacios entre lo que no se dice. Y cuando hables tú, hazlo de corazón —hizo una pausa y tomó una tostada— Recuerda vuestros buenos momentos, pero no temas abordar las gritas. Las relaciones auténticas no se construyen solo sobre los éxitos, sino también sobre la capacidad de superar desafíos juntas. Lía puede haber cambiado, pero eso no significa que no haya espacio para el entendimiento.

Un brillo de determinación se encendió en mis ojos, y recordé algo. Un recuerdo de la infancia se desbloqueó en mi cabeza.

—¿Puedo salir al jardín un momento?

Elías asintió entendiendo lo que quería ver.

Emergí al jardín y no tardé en ver unas ramas extendiéndose como brazos hacia el cielo nublado. La tierra que en mi infancia acogía una pequeña plántula, ahora sostenía un árbol robusto, fuerte y lleno de vida. Esa visualización hizo resonar en mi cabeza las risas infantiles y secretos susurrados entre Lía y yo. El viento jugaba con las hojas, como si llevara consigo fragmentos de conversaciones olvidadas.

Me detuve junto a él y sentí la conexión con aquel árbol.

—Yo me he ocupado de él— dijo Elías a mis espaldas —Sé que la distancia ha sembrado algunas espinas entre tú y Lía, pero te diré algo que aprendí con el tiempo: las raíces más fuertes no se rompen fácilmente. Lo que necesitáis ahora es regar la semilla del entendimiento y la paciencia.

CateraldWhere stories live. Discover now