Sakura

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Elías terminó de fregar los platos mientras su pequeña nieta jugaba en la alfombra con una de sus amigas.

—Te he dicho que ese osito de peluche es mío, ¡Devuélvemelo! –Gritó Lía enfadada.

Su amiga Erea se abrazó todavía más al peluche que sostenía, sin intención de dárselo.

Los brazos de la nieta de Elías se cruzaron y lanzó una mirada de odio hacia su compañera.

—¡Se lo diré a mi abuelo! —Amenazó.

Elías, que ya llevaba un buen rato escuchándolas, decidió intervenir en la discusión.

Se sentó entre las dos niñas.

—A ver, ¿Qué pasa ahora?

Lía se acercó a él y se abrazó a su brazo derecho.

—Me ha robado mi osito —Protestó ésta comenzando a lloriquear.

Erea también se aproximó más a Elías y lo cogió de la mano que le quedaba libre.

—Es mentira abuelo, es mío –Afirmó.

Ese comentario hizo sonreír a Elías, pero a su nieta no le hizo ni pizca de gracia.

Lía arrojó el primer juguete que pilló hacia Erea, pero no atinó.

—¡No es tu abuelo! —Chilló furiosa.

Elías hizo entonces un gesto de desaprobación.

—Bueno, ya me habéis hartado –Dio una palmada y recogió el juguete que acababa de arrojar Lía— Suerte que tienes mala puntería, con esto podrías haberle quitado un ojo —Le indicó.

Lía siguió acusando a Erea con la mirada y no mostró interés en lo que decía Elías.

—¡Venga niñas, las dos al jardín, vamos a plantar un árbol! —Exclamó.

Las dos niñas se pusieron en pie de un salto.

A Lía pareció habérsele pasado la rabieta, y Erea al fin soltó el peluche, que dejó de ser el centro de atención instantáneamente.

—¡¿Plantar un árbol?! –Vocearon las dos a la vez, y echaron a correr hacia el jardín.

Elías sonrió. Al final había sido buena idea pasarse aquella mañana por la floristería y haber comprado aquella pequeña plántula de cerezo japonés.

Siguió a las niñas ya con la maceta en la mano, y se paró en la mitad del jardín.

Lía y Erea lo observaron con expectación.

Elías cavó en la tierra un agujero de un tamaño considerable para que el cerezo pudiese caber y a continuación lo sacó de la maceta.

Se lo mostró a las pequeñas que miraban entusiasmadas.

—¿Alguna lo quiere plantar? –Preguntó.

—¡Yo! —Pidió Erea con impaciencia despertando de nuevo el desagrado de Lía.

—¡No, yo! —Protestó– ¡No es tu abuelo!

Elías se arrepintió de haber formulado la pregunta, había provocado otra riña más.

—¿Para qué pregunto...? —Resopló cuando vio que las niñas empezaban a empujarse la una a la otra— ¡Vale, vale! ¡Estaros quietas! Parecéis carneros.

Las niñas ignoraron al adulto y prosiguieron con su patética pelea.

Elías, derrotado, hizo caso omiso e introdujo las raíces del cerezo en el agujero, que luego fue tapando hasta dejar solamente visible la parte superior.

—¡Este cerezo sois vosotras! –Dijo levantando un poco la voz para atraer su atención.

Las jovencitas dejaron los empujones al percatarse de que el futuro árbol ya estaba plantado.

—Sí, sois vosotras —Continuó Elías, y se acercó más a las niñas. Cuando las tuvo cerca le dio dos toquecitos a cada una en la nariz —Si a partir de hoy no cuidáis de él, morirá. Y lo mismo pasará con vuestra amistad.

CateraldOù les histoires vivent. Découvrez maintenant