Capítulo 4

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El plan de echarme la siesta se había ido al garete. El sueño se había esfumado después del disgusto de mi padre y aunque el cansancio perduraba, al menos tenía a Blue conmigo y sentía que me protegía cual amuleto.

No quería permanecer ni un minuto más en aquella casa, solo de pensar que me podía cruzar con mi padre me generaba ansiedad. Así que bajé las escaleras hasta llegar a la puerta trasera de la casa. Atravesando el pasillo escuché unas risas que procedían de la cocina. Tenía tantas ganas de desaparecer que ni siquiera me paré a husmear, con mi suerte tal vez me encontraba a mi padre y a Kayra en pleno acto sexual y no estaba preparada para presenciar eso.

Salí al jardín y dejé que los perros de Zac me olfatearan. Se dice que los perros recuerdan tu olor, aunque hayan pasado años, y parecía cierto. Respiré cuando los animales se relajaron y siguieron olisqueando por el jardín. Tenía clarísimo que recibir un mordisco era la señal definitiva para regresar pitando a Suiza, pero por suerte no ocurrió.

No sabía a donde ir, aparte de acercarme a la casa de Lía, pero ya había tenido bastantes discusiones. Vagué sin rumbo por las calles de Caterald y me compré una botella de agua que bebí entera tan pronto como la abrí. Fuera de la casa de mi padre, el calor era asfixiante y ya no me quedaban más capas de ropa que pudiera quitarme. A pesar de las críticas de Kayra sobre mis vaqueros rotos, al menos permitían que mis piernas se airearan un poco.

Desde el centro del pueblo divisé un pequeño parque rodeado de árboles. Aunque no tenía recuerdo alguno de ese lugar, me pareció el sitio perfecto para resguardarme del ardiente sol y descansar un poco.

Con lo que no contaba es que una vez dentro me encontrase con un poblado de majestuosas estatuas de mármol. Me acerqué cautelosamente a la más cercana, para verla con más detalle. Era un dragón, enorme y poderoso con las alas extendidas hasta el cielo, parecía estar a punto de echarse a volar. La curiosidad me llevó a tocar una se sus alas, pero retiré la mano al notar la piedra como una placa de cocina encendida.

No, desde luego, no iba a sentar mi culo bajo ese dragón abrasador. Pero, en cambio, al examinar las otras estatuas visualicé una que tenía forma de ninfa. Estaba estratégicamente ubicada a la sombra de un árbol gigante, y tenía un banquito de madera a su lado. Estaba vacío y me invitaba a tomar asiento.

Me senté apresuradamente en aquel banco divino, que una ninfa de los bosques guardaba solo para mí, cuando los acordes de una guitarra sonaron en el aire. Levanté la cabeza para saber de dónde provenía y justo en frente de mí, lo vi.

En el banco del otro lado, había un chico que punteaba las cuerdas de una guitarra y no tardé en reconocer que canción tocaba: "Cardigan" de Taylor Swift.

Ver cómo dominaba la melodía de la canción era alucinante, pero más alucinante fue cuando comenzó a cantar. Su voz era calma y delicadeza. La suavidad con la que cantaba era como una caricia de brisa fresca en aquel agosto caluroso. No podía entender como la gente cruzaba por delante de él sin hacerle caso. En serio, entre tanta indiferencia se podía ver una dolorosa verdad: las flores más hermosas nacían en medio de un montón de gente ciega, o en este caso, sorda, que no sabía apreciar su esplendor.

Me acomodé mejor sobre el respaldo del banco y lo seguí observando. Él no se daba cuenta de que yo estaba allí; estaba completamente en su rollo y con los ojos cerrados.

Llevaba una camiseta de los Guns ando Roses que asomaba timidamente bajo su chaleco vaquero desgastado. Las uñas pintadas de negro mate, igualito que sus Converse que seguro habían vivido muchas aventuras. Pero lo que más destacaba de él era su pelo: sus mechones azules caían sobre sus ojos, como si hubieran robado los colores del cielo nocturno.

CateraldWhere stories live. Discover now