Capítulo 17

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Unas horas después de la sorprendente llamada de Siena, recibí mensajes de Kai. Parecía totalmente ajeno al hecho de que su hermana cotilleara su móvil, y decidí mantener silencio. No solo porque se lo había prometido a Siena, sino también porque admito que me divertía la situación.

Aquella tarde, nos encontramos al principio del paseo fluvial para dirigirnos caminando hacia la playa. Al verlo, no pude evitar bromear.

—¿No te echarán de menos los gatos del parque?

Él respondió con una de sus sonrisas.

—Los he dejado un ratito a cargo de la guitarra —comentó mientras empezábamos a andar uno al lado del otro por el camino de madera—. ¿Qué tal con el gallinero?

—Bastante bien. Hemos dedicado la mañana a hacer un croquis, y luego fuimos a la ferretería a comprar material —evité mencionar el encontronazo con el chico arrogante.

—Entonces mañana os pondréis manos a la obra.

—Sí, me imagino que sí. ¿Qué tal tú en clase?

—De eso quería hablarte —dijo con expresión intrigante—. La clase bien, solo fue la presentación, así que a las once ya estábamos todos fuera.

Lo miré con curiosidad, esperando descubrir que tenía que contarme.

—Suéltalo —le insté.

—¿Te acuerdas de la mujer del parque? ¿Aquella que viste y dijiste que te recordaba a alguien?

¿Cómo olvidarla si era la viva imagen de mi difunta madre?

—Sí.

—Pues resulta que es mi tutora. —declaró.

—¡¿Qué?! —exclamé, quizás exagerando un poco, pero recordar a mi madre siempre me afectaba.

—Es majísima, se llama Daia.

De repente, tuve que dejar de andar y él hizo lo mismo al darse cuenta de que me quedaba atrás. Se hizo un silencio incómodo y me cuestioné que idea se estaría formando de mí en la mente de Kai. Pero no sabía cómo gestionar todo lo que me estaba ocurriendo.

—¿Todo bien? —preguntó alzando las cejas.

No sabía si la revelación del nombre de la profesora era un alivio o me provocaba más confusión todavía. Me di cuenta de que, pese a la sorpresa inicial, la lógica tenía que prevalecer. Mi madre se llamaba Delta, no Daia.

Asentí y seguí adelante con la conversación o, mejor dicho, cambié de tema.

—Bueno, ¿y qué me dices de Lía y Abdel?

Noté un gesto de confusión y luego resopló.

—Se han sentado detrás de mí, y han pasado toda la hora con risitas y cuchicheos.

—¿En serio?

—Son un poquito insoportables.

—¿Pero se reían de...?

—De mí, sí.

Sabía que Lía podía llegar a ser muy pesada si alguien no le caía bien, y quizás si no se lo hubiese presentado le habría ahorrado esa molestia a Kai.

—Lo siento —me disculpé un poco incómoda.

Noté que me miraba a pesar de que yo caminaba con la vista al frente.

—No es tu culpa.

—Si no te los hubiese presentado... —empecé a decir antes de que me interrumpiese.

CateraldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora