Capítulo 30 - Gena

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Cruzamos las puertas de urgencias del hospital Monte Sinaí y nos acercamos al mostrador para informar a la recepcionista quiénes éramos. Unos minutos después, las puertas de acceso al interior se abrían y el doctor Kavanah aparecía ante nosotros.

—Está estable. Ha pasado la noche bien y no hay rastro de ninguna hemorragia. Aún la mantendremos sedada e iremos retirando la sedación a lo largo del día para observar la evolución, pero todo apunta a que la podremos subir a planta antes del viernes —nos explicó, apenas abrimos la boca para preguntar.

—¿Cuánto tiempo se quedará ingresada, doctor? —quiso saber Jason.

—Para estar seguros de que no existan lesiones ocultas que nos puedan dar problemas más adelante, es preferible dejarla aquí una semana. Después, si todo está correcto, podrá volver a casa —contestó.

—¿Pue-puedo verla? —tartamudeé. Temblaba como una hoja, pero la mano de él posada sobre la parte baja de mi espalda me transmitía algo de calma.

—Sí, claro. Vengan conmigo, pero les advierto que sigue sedada. —Seguimos de cerca los pasos del doctor, que nos guio de nuevo por los intrincados pasillos de la zona de hospitalización de las urgencias.

A esas horas parecían estar menos atareados y todo se veía de otra forma. Anoche, entre mi aturdimiento y el ajetreo del personal y los enfermos, parecía que iba directa al matadero. Miré a Jason de soslayo y lo vi observarme con precaución. Me custodiaba y se preocupaba por mí. Agradecí tenerlo ahí conmigo porque yo sola no hubiese podido soportar todo eso.

Llegamos a la misma habitación que la pasada noche y la volví a ver ahí, tan inmóvil que se me rompió el corazón en mil pedazos. Maldito cabrón, hijo de puta. Ojalá se pudriese en el infierno. Era lo que se merecía, morirse y dejarnos a mamá y a mí ser felices de una vez por todas.

—Le he enviado una copia del informe a la policía —comentó el doctor a nuestro lado. Los dos lo miramos, intrigados—. El protocolo para estos..., casos, nos obliga —dijo.

—¿Estos casos? —pregunté desconcertada.

—Abusos y maltrato —aclaró Jason. Lo miré a él—. Tu padre será juzgado por maltrato —me explicó.

—Así es. Siento mucho si nadie te lo ha notificado, cielo, pero lo que le ha hecho a tu madre va directo al juzgado de violencia de género y puede que le caigan muchos años de cárcel —completó el médico la explicación de Jason.

Giré la cabeza de nuevo hacia mi madre.

—Bien, que se pudra allí dentro y nos deje en paz... a las dos —aseveré.

Los dedos de Jason me arañaron la espalda de forma sutil, me transmitía su apoyo.

—El protocolo solo me obliga a presentar informe sobre mi paciente, pero, me siento en el deber de preguntar: —Desvié la mirada hacia el doctor y esperé— ¿Tu padre te hizo algo a ti? —La mano de Jason en mi espalda se cerró en un puño y escuché cómo su respiración se aceleraba. Se estaba conteniendo.

—No, no me hizo nada porque... —Miré de nuevo a mi madre—. Ella se interpuso entre los dos y... él la tomó con ella, como siempre —confesé, sin más.

—¿Cómo que siempre? ¿Es que esto ha pasado más veces? —La voz de Jason sonó autoritaria, no me atreví a mirarlo. Cerré los ojos y respiré bien profundo—. Gena —me llamó, esta vez con algo más de suavidad.

—Casi de continuo desde... desde hace cuatro años. —Y levanté la vista hacia él. Estaba perplejo, pero pronto vi asomar la rabia en esos dos océanos grises que me miraban.

Juego prohibidosWhere stories live. Discover now