Capítulo 3 - Gena

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Un alambre de espinos me envolvía el estómago, mientras permanecía doblada sobre mí misma y me abrazaba la cintura. Podía escuchar el sonido del intestino al protestar. El ascenso del elevador a la décima planta de mi edificio nunca me había parecido tan tormentoso y lento como en ese instante.

—Te dije que no te comieses la bolsa entera —se burló Jason a mi lado.

Lo miré con dolor y desprecio al mismo tiempo porque vi cómo se estaba conteniendo para no estallar en risas. Estaba apoyado contra la pared, a mi lado y con las manos en los bolsillos. Me observaba divertido, el muy cabrón, y por eso le saqué la lengua. Finalmente, estalló en carcajadas.

—Si has vuelto para burlarte de mí, mejor te puedes regresar —protesté.

Jason se rio con más fuerza y acabó contagiándome. Se acercó a mí y me frotó la espalda con mimo para tratar de aliviar mi molestia. Ese ligero contacto, aun siendo sobre la tela de la camisa del uniforme, me provocó una descarga por todo el cuerpo.

—¿Mejor? —me susurró tan cerca que casi me desmayé. Asentí porque fue lo único que logré articular.

Las puertas del ascensor se abrieron por fin y maldije para mis adentros porque quería quedarme un poco más allí con él.

«Gena, por el amor de Dios. Sácate esos enamoramientos de adolescente de la cabeza, que es tu padrino», pensé a modo de reprimenda. Creía haber olvidado todas esas emociones que su sola presencia me provocaban, pero tan solo estaban dormidas.

—Anda, ven —dijo, y me rodeó con un brazo para ayudarme a moverme mejor.

Me acercó a su cuerpo y apoyé la mejilla contra su camiseta negra. Mis fosas nasales se abrieron para dejar entrar el aroma a masculinidad que emanaba de él. Así era imposible no pensar cosas obscenas.

Una puerta al final del pasillo se abrió y mi padre asomó la cabeza con semblante serio. Resoplé al ver su expresión de desagrado y me concentré en aferrarme a Jason.

—Si es que lo sabía... No sé quién de los dos es peor, si ella o tú —nos recriminó el señor Otto von Bismark.

—Déjame que la siga malcriando, joder, que acabo de regresar —respondió mi padrino. Sonreí, divertida y agradecida a la vez. Por primera vez en mucho tiempo me sentía protegida.

—Pero, hija, ¿qué te ha pasado? —preguntó mi madre, que se acercó a nosotros en cuanto cruzamos el umbral y vio mi cara pálida.

—Bollitos —contesté sin más. Si abría más la boca, lo iba a poner todo perdido. Jason se rio y su cuerpo vibró, y yo con él. Le di un golpe en el costado y soltó una carcajada.

—Anda, ven a tomarte algo. Aún tienes que hacer la maleta y sabes que a tu padre no le gusta llegar de noche a la playa —dijo mamá.

Cambié de unos brazos protectores por otros reconfortantes, pero que en los que también me sentía segura.

—A este paso, llegaremos en mitad de la noche —protestó mi padre, resoplando y mirando el reloj de pulsera de su mano izquierda.

—Cálmese, señor von Bismark. Serán solo unos minutos extras —entoné con ironía mientras caminaba hacia la cocina con mi madre, que me iba a preparar un té digestivo para ayudarme con el malestar estomacal.

Lo escuché maldecir a lo lejos, pero me concentré en mamá, que parecía tan feliz y relajada como yo.

—Te ha gustado la sorpresa, ¿verdad? —comentó al llegar a la cocina.

Me senté en uno de los taburetes de la barra de la meseta central y sonreí como una tonta. Sabía a qué se refería.

—Siempre fue tu debilidad, tu padrino. Sabía que te iba a alegrar su regreso —dijo.

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