Capítulo 23 - Gena

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Jason se puso manos a la obra y comenzó a sacar utensilios de los armarios. Colocó una olla llena de agua al fuego y dejó caer dentro un puñado de tallarines. Mientras la pasta se cocía, desperdigó una serie de alimentos sobre la encimera de la meseta central y comenzó a picar varios de ellos, después de pasarlos bajo el grifo del fregadero.

Me senté en uno de los taburetes de la barra para observarlo. Era algo que me encantaba, ver con qué gracilidad manejaba los cuchillos y preparaba lo que iba a ser una deliciosa comida

—Mmm, tomatitos Cherry —dije cuando abrió una bandeja de plástico con un montón de ellos dentro.

Estiré mi cuerpo por encima de la encimera y alargué una mano hasta la cajita para coger uno, algo que hizo que la camisa se abriese y mis pechos quedasen al aire. Jason desvió la mirada hacia ellos, dejó el cuchillo a un lado y estiró la mano hasta pellizcar uno de mis pezones.

—Espera a la comida, golosa —murmuró de forma seductora.

Apretó los dedos y gemí, pero ya tenía el tomatito en la mano y me lo metí en la boca. Él se acercó a mí y me besó, sin dejar de ejercer presión sobre mi endurecido botón.

—Quiero que me folles sobre la encimera —jadeé, excitada. Esa forma de aplicarme dolor me empezaba a gustar y mucho.

—Después de comer, te follaré donde quieras —afirmó contra mi boca.

—¿Con la camisa puesta? —quise saber. Dios, me estaba llevando a la locura esa forma de seducir que tenía. Acarició mis labios con la lengua.

—Con la camisa y en todas las posturas que desees —prometió de una forma tan sensual que tuve un micro orgasmo. Los dedos de mis pies se encogieron y gemí de nuevo cuando tiró del pezón para soltarlo de golpe.

Jason volvió a su labor de cocinero, como si no hubiese pasado nada. Me cerré la camisa y me senté de nuevo en el taburete. Un tomate rodó hasta mi mano. Lo miré y levanté la vista hacia él, que me sonrió y me guiñó un ojo de forma cómplice. Otra descarga recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Este hombre provocaba cosas en mí increíbles.

Hora y media más tarde, terminábamos de degustar un delicioso plato de tallarines al pesto. Comimos con un vino tinto muy sabroso y afrutado que él había elegido expresamente para ese momento.

—Si mi padre te viese dándome alcohol, te mataría —bromeé antes de darle un último trago a mi bebida.

—Creo que a Otto le molestaría más los que hemos hecho en la cama, que una simple copa de vino. Además, estás conmigo y sabes que siempre te consiento. —Se apoyó en los brazos de mi taburete, se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Se relamió tras separar la boca de la mía y sonreí. Todo lo que hace me provoca, me excita. En serio, debería de estar prohibido ser tan jodidamente sexy y atrapante.

—Ese señor tiene un grave problema de sobredosis de sangre alemana corriendo por sus venas. —Jason se carcajeó y yo me reí también.

Se levantó, cogió los platos y se fue al fregadero para dejarlos en agua.

—¿Qué te pasa con tu padre? ¿Por qué esa relación tan nefasta con él? —me preguntó, mientras se secaba las manos a un trapo.

Me pilló bebiendo el vino que le quedaba en su copa cuando soltó esa pregunta y me atraganté. Unos hilos rojizos arroyaron por la comisura de mis labios, que limpié corriendo con la mano.

—Más bien es a él al que le pasa algo conmigo. Al parecer, soy un fraude de hija —contesté, sin más.

—No digas eso, Gen. Tus padres te quieren, los dos. Fijo que fue un mal entendido...

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