Capítulo 5 - Jason

2.4K 125 9
                                    

Cenamos algo ligero porque estábamos un poco cansados de tanto ajetreo, pero, aun así, nos quedamos hablando en el salón adyacente a la cocina durante largo tiempo. Rememoramos momentos divertidos, vividos en esa casa, y hablamos sobre estos cuatro años. Me centré en contarles la parte empresarial, más que en la personal. Esa aún me costaba digerirla.

Otto nos sirvió unos vasos de whisky y hubo un pequeño desencuentro entre padre e hija porque ella también quería tomar un poco de esa agua de vida, pero él se lo prohibió. Noté cierta tensión entre ambos que iba más allá de las típicas rencillas padre e hija y la expresión de Gwen me confirmó que ahí ocurría algo que se me escapaba.

No pregunté, pero sí fui cómplice de darle a Gena un poco de mi bebida cuando Otto no miraba. No lo podía evitar, era mi debilidad desde siempre. Esa jovencita me había robado el corazón el mismo día en el que la sostuve entre mis brazos, tras horas del alumbramiento. Éramos tres jóvenes de apenas dieciocho años cuando ella vino al mundo, pero fue el instante más maravilloso de mi vida.

Nos quedamos hablando hasta cerca de la medianoche, momento en el que decidimos irnos a descansar. Gena se había quedado dormida a mi lado y tenía la cabeza apoyada en mi hombro.

—Es increíble el poder atracción que siempre has tenido sobre ella —comentó Gwen, mientras terminaba de recoger los restos de la velada.

—Ya sabes que siento debilidad por Gena —dije y ladeé mi cabeza para observarla con detenimiento.

—Habrá que despertarla para...

—No, ya la llevo yo, tranquila. —Me moví con cuidado de no despertarla.

Metí los brazos por debajo de sus piernas y la elevé en el aire. Gena emitió un pequeño quejido, pero se colocó mejor en mi pecho y se aferró a mi cuello. Apoyó la cabeza sobre mi hombro, sin abrir los ojos. Estaba agotada.

Me despedí de Gwen, ya que Otto se había ido a hablar por teléfono a la terraza, y subí las escaleras con el pequeño cuerpo de mi ahijada bien sujeto entre los brazos. El aroma a cítricos de su cabello impregnó mis fosas nasales y aspiré bien profundo para embeberme de él.

Por suerte para mí, la puerta de la habitación estaba abierta, así que entré sin más y fui hasta la cama. La deposité con tanto cuidado que ni se despertó. Cogí una manta y la cubrí con ella. Me quedé sentado en el borde, observándola con detenimiento. Le aparté el pelo de la cara y le acaricié la mejilla con los nudillos. Un contacto ligero, pero suficiente para que ella abriese los ojos y me mirase con un brillo intenso que me asustó.

—Te quiero, Jason —balbuceó antes de girarse y caer de nuevo en un sueño profundo.

Mi corazón dio un salto en el pecho con tanta fuerza que bien se me podría haber salido. Suspiré, me levanté y me fui directo a mi habitación.

¿Qué demonios me estaba pasando, joder? Mi experiencia en China me había dejado peor de lo que creía. Estaba teniendo pensamientos impuros con mi ahijada. Dios santo, la deseaba. Intentaba ver a mi pequeño bollito, pero me era imposible. En lugar de aquella niña risueña, veía a una hermosa mujer con un cuerpo que me atraía sobremanera..., y eso no estaba bien, nada bien.

Cerré la puerta y me senté en el borde de mi cama, con los brazos apoyados en las piernas. Me alboroté el pelo, ansioso o angustiado..., o las dos cosas a la vez. No podía sentirme atraído por mi ahijada de dieciocho años, joder. Pero era tan preciosa.

La vibración de mi móvil en el bolsillo del pantalón me sobresaltó. Agradecí la distracción o acabaría haciéndome una paja ahí mismo. La alegría se disipó al instante de ver de quién se trataba. Mi pasado llamaba a mi puerta de nuevo.

Cerré los ojos, suspiré y saludé de la forma más fría que pude:

—Hola, Mel. ¿Ocurre algo?

—Oh, cielo, qué frialdad para haberte pasado más tiempo dentro de mí que...

—¿Qué quieres, Melinda? —la corté con sequedad.

—Te echo de menos, Jason —dijo, con ese cantar de sirena con el que me había embaucado en su momento.

—Ya te dije que lo nuestro se había acabado, Mel. Te lo dejé muy claro antes de regresar a Nueva York.

—Lo sé, pero me esperaba alguna llamada o algo. Ya llevas allí dos días y no he recibido ni un triste mensaje para decirme que estás bien.

—No tengo por qué avisarte, ya no somos nada. De hecho, nunca lo fuimos —aseveré. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana para otear el horizonte oscuro que se cernía sobre la bahía de los Hampton.

—No decías eso cuando me follabas sobre la mesa de mi despacho..., y en todos los rincones de Shanghái.

—Intento olvidarme de eso. —Y no mentía, por muy bien que la condenada lo hiciese, pero mi cuerpo me traicionó y mi polla se endureció hasta incomodarme.

—Ohm, no te creo, cariño. Aún recuerdo lo cachondo que te ponían mis gemidos —ronroneó al otro lado del teléfono.

—Cállate, Mel —la insté, tratando de no revivir aquellos momentos donde el sexo y las drogas casi consumen mi alma.

—Dime que te estás tocando para mí, cachorrillo. Dime que echas de menos a tu ama —susurró con esa sensualidad que hacía que mi cuerpo dejase de obedecerme.

—Mel —supliqué.

—Mastúrbate para mí, pequeño mío. Hazlo, yo ya lo estoy haciendo. Estoy pensando en ti, en todos esos momentos juntos en los que me follabas como un perro salvaje y rugías cuando te corrías tan adentro de mí que me hacías sentir la mujer más importante del mundo. Vamos, Jason, dame ese gusto. —Y obedecí. Algo en mi interior seguía atado a ella, de alguna forma que desconocía. Esa mujer se había apoderado de todo mi ser y lograba manipularme hasta realizar las mayores atrocidades en pro del placer más oscuro.

Liberé mi erección y la abracé con una mano, mientras con la otra sujetaba el teléfono en mi oreja. Jadeé con la primera sacudida y ella gimió al otro lado. Oh, ese sonido de su voz... Me hipnotizaba, la muy zorra me tenía a su merced.

—Quiero que te des placer, Jason, y que te grabes en video cuando te corras. Quiero verlo, cachorrillo. Quiero ver cómo sigo haciendo que explotes de todas las formas posibles. Vamos, acaríciate para mí —jadeó ella.

—Sí —dije de forma complaciente al mismo tiempo que movía la mano de arriba a abajo.

—¿Me imaginas ahí, contigo, mordisqueando esas dos pelotitas tuyas? ¿Chupando tu gruesa polla y frotándola contra mis pechos? —Dios, eso me mató.

—Sí, joder, sí —gemí con cada sacudida.

—Córrete, Jason. Dámelo todo, cariño. Vamos, te estoy esperando —me ordenó.

La escuché gemir y me la imaginé sentada sobre ese sofá de piel de color borgoña, abierta de piernas y metiéndose la mano en todo su coño. Sí, ella estaba sucumbiendo al orgasmo cuando lancé el teléfono al colchón y me corrí en la mano, acompañado de un sonoro quejido.

Me dejé caer contra el cristal de la ventana, respirando con dificultad, con una mano sujeta al pene y la otra sosteniendo los restos de mi semen. Otra vez me había envuelto con su voz melosa y sus ronroneos. Era peor que una droga y no sabía cómo librarme de ella.

Me quedé en esa posición unos segundos, hasta que recuperé toda mi presencia y busqué con qué limpiarme. Abrí la maleta con dificultad y saqué una toalla pequeña que tenía. Me limpié a ella y la dejé a un lado. Luego, avergonzado, cogí el teléfono y dije:

—Vete a la mierda, Mel. No me vuelvas a llamar nunca más. —Y colgué.

Con los pantalones en los tobillos y los calzoncillos a medio subir, me senté en el borde de la cama. Me cubrí la cara con las manos y lloré. Lloré en silencio para no despertar a nadie; lloré de rabia, de vergüenza, de dolor; lloré por haberme dejado envolver por una sirena ambiciosa.

Lloré,sin más.

Juego prohibidosWhere stories live. Discover now