05. La pareja del año

16 3 0
                                    

El piso resultó estar en bastante peor condición de lo que habían anticipado. A lo largo y ancho de la casa, los suelos y las superficies de los muebles estaban recubiertos de una capa de roña tan densa que podías rascarla con la uña, y apenas se podía dar un paso entre todas las botellas, bolsas, colillas, y vasos de plástico desperdigados por todos lados. También había cristales rotos, blísteres de xanax y oxy vacíos, manchas misteriosas en los colchones de las habitaciones, paquetes de cigarrillos medio acabados, cajas de pizza y de comida china, y, en los baños, una cantidad preocupante de condones usados.

Y aquello no era nada comparado con los destrozos que había ido haciendo la peña a lo largo del verano. Muchos muebles estaban volcados, todas las bombillas excepto las de las lámparas de techo estaban fundidas y olían sospechosamente a salsa de soja, y se encontraron el microondas en la terraza, chamuscado, con un tenedor derretido dentro y junto a un extintor vacío. Algún imbécil se había dedicado a taponar todos los desagües de la casa con papel higiénico. En una de las habitaciones, alguien había roto una ventana, y, a modo de arreglo, había cubierto el agujero con una plancha de cartón y cinta de carrocero. Y para rematar le había añadido sábanas con una grapadora.

En circunstancias normales, hubiesen desistido a los treinta minutos, pero resultaba que la cocaína las hacía limpiar con bastante afán. Armadas con estropajos, lejía, toallitas desinfectantes, guantes de látex, una botella de vodka, y diecisiete ambientadores con olor a pino, no había fuerza en el mundo que las pudiera detener.

Tuvieron que reponer fuerzas un par de veces, tomando un poco más cuando sentían que se disipaban los efectos para no perder la racha de productividad, pero mereció la pena. Al cabo de tres o cuatro horas, ya habían terminado de despejar básicamente toda la casa. Aún les quedaba lavar las sábanas, barrer, fregar, arreglar la ventana y reemplazar el microondas, pero por lo menos toda la basura estaba recogida.

Tras tirar las enormes bolsas de basura que habían recolectado por la ventana de la habitación de invitados (los contenedores de basura quedaban justo debajo, en el callejón detrás del edificio), las chicas hicieron las rondas por todas las habitaciones al tiempo que iban colgando los ambientadores.

Mientras colocaba el último de ellos, subida de pie en la cama para colgarlo de la lámpara de techo, Kate escuchó a Pam preguntarle algo desde otra habitación.

–¡¿Qué?! –exclamó Kate, frunciendo el ceño. En aquel momento, le vibró el móvil dentro del pantalón de pijama, y se lo sacó del bolsillo para ver un mensaje brillando en la pantalla de notificaciones.

Voy para allá

La oferta sigue en pie?

Pam apareció en el umbral de la puerta, sujetando la escoba–. Te decía que si te has dado cuenta de que hay un puñado de llaves enganchadas al palo de la escoba.

Kate respondió rápidamente, tecleando un par de líneas cortas (Claro, ven cuando quieras, Pam está aquí también), antes de girarse a mirar a su hermana con el ceño fruncido.

–¿A qué te refieres? –cuestionó, poniendo un pie en el suelo y bajándose de la cama.

–Mira.

Pam le indicó que se acercara y le mostró la parte superior del mango de la escoba, en la que habían perforado un agujero y atado un manojo de tres o cuatro llaves con un cordón.

–¿Crees que serán las llaves del bar?

Kate alzó las cejas al tiempo que emprendían hacia el salón, con Pam en cabeza–. A lo mejor. Oye, Corey dice que se viene.

Pam se dio la vuelta con una mueca–. ¿Para qué?

–Para fumar –dijo Kate, y Pam volvió a girarse hacia el frente, chasqueando la lengua y negando con la cabeza.

𝙃𝙀𝙇𝙇'𝙎 𝘼𝙉𝙂𝙀𝙇𝙎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora