02. Niñas podridas

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–No... no sé qué decir... yo...

–Venga, venga, no es para tanto –consoló Kate, rodando los ojos al tiempo que le frotaba la espalda con la mano–. Era una relación de dos semanas, Sean.

Kate se encontraba sentada en un banco del parque junto a Sean Palmer, con las piernas abiertas y los codos apoyados sobre el respaldo. Sean se encontraba doblado sobre sí mismo, con los brazos apoyados en las rodillas y la cara oculta entre las manos. Su cuerpo se sacudía ligeramente con lo que Kate asumió que eran sollozos contenidos.

–No lo entiendo, Kate. ¿Por qué hace esto?

–Por todo lo que te he dicho: mereces mejor que ella, no está preparada para una relación, no eres tú, es ella... –enumeró Kate monótonamente, listando todo lo que Pam le había hecho aprenderse de memoria.

–¿Pero es que no lo ve? Ella lo es todo para mí. No hay nada para mí más allá de ella.

–Créeme, ella está tan destrozada como tú. Fíjate, ha tenido que mandarme a mí a decirte esto porque no quiere ni pensar en el daño que te está haciendo –mintió–. Cuando he salido de casa, estaba en el sofá llorando como una magdalena. Está desconsolada, nunca la había visto así. De todas maneras, Sean, te lo repito: dos semanas –reiteró Kate.

Sean se sorbió los mocos y la miró con ojos enrojecidos–. Tú no lo entiendes. No importa cuánto tiempo hayamos estado juntos. Tu... Tu hermana es especial. Muchas cosas pueden pasar en dos semanas...

Vale, hasta aquí. Kate rodó los ojos y empezó a levantarse del banco, sacudiéndose el culo con la mano para desprenderse de la posible suciedad que se le hubiera podido pegar al charol de los pantalones.

–Sean, con todo respeto, mi habitación y la de Pam comparten un muro, así que sé perfectamente las "muchas cosas" que han pasado en las últimas dos semanas; y, personalmente –añadió, agachándose para estar a la altura de cara de Sean y bajando la voz al tiempo que entrecerraba los ojos–, yo que tú me haría mirar eso de que sólo dures doce segundos, ¿eh?

Dicho eso, se incorporó, le puso cara de "es lo que hay", se dio media vuelta y se fue.

A la vuelta de la esquina estaba Pam, apoyada en una pared al tiempo que se miraba la suela de una de las botas que la hacían parecer siete centímetros más alta de lo que era.

–Mira, tenía un chicle pegado a la suela –informó con un puchero al tiempo que señalaba el chicle en cuestión–. Bueno, qué, ¿vamos a desayunar?

...

–Oye, ¿es que han cambiado el menú? No encuentro las torrijas que nos pedimos la última vez.

–Hombre, ese será el menú de la hora de la comida, no el de desayuno. Se ve que a partir de cierta hora dejan de servirlas. Uf, qué calor –resopló, quitándose la chaqueta y colgándola en el respaldo de la silla.

Se encontraban sentadas en la terraza de una cafetería, rodeadas de una modesta cantidad de gente que las miraba como si fueran criaturas del averno. Kate hizo contacto visual con una señora que se había girado para quedársela mirando, y, poniéndose los dedos con forma de V sobre la barbilla, sacó la lengua y puso los ojos en blanco. La señora negó con la cabeza, frunciendo el ceño en desaprobación, y se volvió a girar, dándole la espalda.

Con una sonrisa satisfecha, Kate volvió la mirada a su hermana, que estaba haciendo un puchero.

–No jodas, pues yo quería torrijas –se lamentó Pam–. ¿Y si vamos al súper y nos las hacemos nosotras en casa?

–De cocinar nada, que de la última vez que se nos ocurrió cocinar a las dos juntas todavía quedan pegotes de chocolate pegados a las paredes del congelador que no salen ni a golpe de martillo.

𝙃𝙀𝙇𝙇'𝙎 𝘼𝙉𝙂𝙀𝙇𝙎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora