Capitulo 9. Rompiendo las reglas (Parte III)

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El señor Roberts tomó las sábanas y se acurrucó como si sintiese el frío en el interior de los huesos. Dio vueltas y vueltas pensando que tarde o temprano terminaría por conciliar el sueño. Pero no fue así.

Se levantó y se dirigió a la cocina por un vaso de agua; una sed inexplicable le invadía las entrañas. Se sentó en la mesa de la cocina y se mantuvo sin mover un solo musculo en completo silencio.

La señora Petterman, hizo su ronda a media noche como le era costumbre. Encendió las luces de la sala y los salones, comprobó con sutileza si las personas de la limpieza hubieren hecho su trabajo correctamente. Luego se dirigió sigilosa y calmadamente con su lámpara a la cocina, no pudo sino asustarse al observar la figurilla inmóvil en medio de la habitación.

–¡Santo Dios! –Gritó y encendió las luces– ¿Señor Roberts? –indagó la mujer al ver que el hombre no decía nada.

El señor Roberts se mantuvo aún en silencio. Parecía, no salir de su ensimismamiento. Siguió sorbiendo tranquilamente su agua.

–¡Señor Roberts! –el hombre derramó el agua por el susto.

–¿Qué pasa? –preguntó exaltado.

–¿Por qué no enciende las luces si va a salir a deambular por allí? ¡Caray me ha dado un susto de muerte!

–¿Estaban apagadas? –dijo el señor Roberts sin parecer muy consciente de su entorno.

–¿Se encuentra bien? –Preguntó inquietada la mujer –la última vez que lo vi de esa forma fue hace treinta años. Cuando se casaba el difunto padre del señorito Adrián.

–Sí... es decir, no. No estoy bien. –expresó exhausto–. Estoy preocupado por Adrián.

La matrona sirvió té que había en la cocina y arrastrando un taburete se sentó junto al señor Roberts– Tome –le dijo entregándole una gran taza de té–. Cuénteme, sabe que puede desahogarse conmigo.

–No sé porque estoy preocupado. –Se sinceró– Pensé que me sentiría feliz una vez que Adrián se casara, aunque no me estaría del todo bien forzándolo a ello. –El señor Roberts hizo una pausa– Pero ahora él quiere a una joven y no sé cómo debería lidiar con esto.

–¿Al señorito le gusta una jovencita? Eso sí es una sorpresa. –a la señora Petterman pareció iluminársele el rostro.

El señor Bell asintió en silencio mientras observaba el té caliente que sostenía entre las manos.

–El día en que Adrián tuvo el accidente –prosiguió– me quedé despierto a su lado toda la noche. Durante sus sueños, lo único que mencionaba una y otra vez, era el nombre de esa mujer. Creo que él de verdad le necesita para apaciguar su adolorido corazón –El señor Roberts dio un suspiró cansado– pero me da miedo... me da miedo perderlo como perdí a su padre.

La mujer tomó con calidez las manos del señor Bell.

–No se preocupe tanto. Su nieto sabe lo que hace mejor que nadie. Él solo sigue a su corazón. Déjelo ser y verá que él estará perfectamente bien. –la señora Petterman se alejó y volviendo a hablar con tono risueño le dijo– Esos problemas son los que ni siquiera un té con miel y una buena plática pueden resolver, pero no podemos evitarlos. Lo único que usted puede hacer por él es felicitarlo si le va bien y consolarlo si no.

El señor Roberts pareció meditar seriamente las palabras del ama de llaves.

–Bien –se levantó de pronto–creo que es momento de volver a la cama. Querida señora Petterman, su té y sus consejos han actuado estupendamente para devolverme el sueño.

La búsqueda del príncipeWhere stories live. Discover now