Prólogo

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–¿Es verdad lo que dicen sobre el príncipe? –Inquirió el reportero apoyado de pie junto a la barandilla.

La rubia se quitó las enormes gafas estampadas en brillantina y mordió la montura de éstas.

–Arrogante, pretencioso, maniaco, personalista, arbitrario, insensible –el hombre se ocupó de enumerar las características con tanto afán que se olvidó de mencionar unas cuantas más. –Y tan frío e inexpresivo como un témpano de hielo.

–Déjame contarte un secreto. –La chica se inclinó hacia el hombre y le hizo un ademán para que se acercara a ella. Se detuvo a solo centímetros de su cara y susurró con picardía –eso y mucho más.

El hombre se separó de ella un poco atontado por el sonrojo que le había causado la cercanía y el embriagante perfume de la mujer. Seguidamente anotó lo dicho en su libreta y la cerró.

–Bueno, eso es todo lo que necesito para hacer la publicación. En verdad ha sido un placer haberme reunido con usted. –el caballero extendió su mano para despedirse.

–Espere. –Dijo ignorando el gesto del hombre– Agregue algo más a la lista: Impotente –. La mujer se colocó nuevamente sus lentes y recogió la bolsa del asiento contiguo.

–Pero, ¿No sería abusar demasiado de la opinión pública? Digo, no siente usted pena por lo que pueda decir la gente de su ex pareja, más sabiendo, que todos los recientes escándalos giran en torno a sus noviazgos.

–Merecido lo tiene. Nuestra boda no duró más que un titular en el periódico y una centena de arreglos florales que aún conservo en un patético almacén. ¿Pena dice? ¿La tuvo él por mí?

La mujer colocó con calma propina sobre la factura en su mesa.

–El amarillismo, se ha creado para algo. –Continuó– Fui víctima de ello por tantos años, que merezco, al menos una venganza razonable.

El hombre se rascó la nuca con incomodidad.

–Pues si humillarlo delante de todo el país es lo que quiere, creo que no puedo oponerme, después de todo, el titular es bastante candente.

–Pero recuerde, no debe mencionar mi nombre.

–Señora–

–Señorita–Le corrigió.

–Señorita. Aunque no mencione su nombre, todo el mundo sabrá que el informante fue usted.

–Pues mejor así. –Dijo– que sepa que con Caroline Hendrik no se juega.

Ahora de pie, la mujer obtuvo una mejor visión del reportero apoyado en el balcón. Observó con escrutinio la figura de aquel hombre desde los pies a la cabeza.

–¿Es usted soltero? –preguntó con evidente insinuación.

–Soy felizmente casado. –respondió el joven encendiendo un fino cigarrillo que sacó del bolsillo interior de su saco.

Carolina se mordió el labio con desdén y apretó los puños. Caminó hacia donde estaba el hombre de traje y le quitó de la boca el cigarrillo apagándolo en la copa de agua que había dejado sin tocar.

–¿Por qué todo el mundo está casado o se está casando últimamente? ¿Tiene eso sentido?

El chico miró a la mujer con estupor. –Cálmese. Obtendrá la venganza que quiere. ¿Por qué hace tanto drama?

–eso es porque–

–Shhh –el hombre calló a Caroline poniendo un dedo sobre sus labios.

–¡Que le pasa no sea insolente! –el hombre tuvo que utilizar su mano completa para cubrir la boca y abrazar de espaldas a la rubia, para que pudiera ver lo mismo que él veía.

–Haga silencio un momento y mire por el balcón ¿No es ese Adrián Bell?

Los ojos de Caroline se abrieron como platos al comprobar que lo que decía el reportero era verdad.

–¿No debería estar a estas horas en la recepción de bodas? –preguntó desconcertado el joven mientras echaba un vistazo a su reloj.

–¡Ese desgraciado! –exclamó Caroline y empezó a reír a carcajadas como una mujer desquiciada.

El reportero la miró confundido.

–¡Se está escapando otra vez!

La búsqueda del príncipeWo Geschichten leben. Entdecke jetzt