Capítulo XXVII "Las cartas sobre la mesa"

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— Hay mucho que explicar. — Demandó el veterano, quien se encontraba recostado en una silla de la recamara, en su semblante ya maltrecho por el cruel paso de la lepra, se mostraba sin tapujos la gran mezcla de decepción, rabia y confusión, quizás hasta una pequeña pisca de duda. — Y quiero toda la verdad.

Fausto se irguió rígido ante su mentor, serio ante todo, aún no lograba abrir la boca del todo, quizás la vergüenza o temor de que aquel a quien quería como un padre le repudiase sin compasión ante las decisiones tomadas con anterioridad. No se arrepentía, pero tampoco es que fuera fácil explicar la complicada y además delicada situación en la que se había envuelto aquella noche cuando sus impulsos más viles quisieron exterminar la gran mentira que era Elijah.

— ¿Y bien? ¿No hablas ahora muchacho? — demandó intentando mantener la compostura ante su débil estado actual. — Nunca he sido un hombre cruel o de actuar rígido para que tengas tanto temor de abrir esa boca, no espero serlo ahora, menos en mi estado.

— No es mi intención que su situación empeore y me temo que la verdad sea, quizás, demasiado para asimilar — se atrevió a formular, manteniéndose aún estoico e inamovible, aún cuando sabía que para el viejo hombre que estaba enfrente seguía siendo un niño ante sus ojos.

— Mucho mundo han visto estos viejos e inservibles ojos Fausto, al igual que mis oídos han escuchado tantas bendiciones como las más crueles barbaridades, se gran parte del contexto de aquella historia que te esfuerzas tanto en ocultar de mi, así que te sugiero que hables ya, sino eres tú será Allard y aun si ninguno de los dos me dice lo que quiero escuchar convocar a la Jovencita no será un problema para mí, si sigue teniendo un mínimo de dignidad responderá ante la figura que alguna vez respetó, ¿o acaso lo dudas?

— ¡Helena es una mujer íntegra...! — Exclamó con potencia, más conteniendo su ímpetu casi de inmediato.

— Helena, con que ese es su nombre, al menos ya tengo algo — Carraspeo agudizando su fina mirada ante el arrebato de su pupilo, le leía con facilidad.

— No dudó que ella o Allard le contarían todo, ambos le respetan de sobremanera, más espero pueda entenderme al intentar evitar esta conversación, es usted prácticamente un padre para mí, mi más grande temor es desilusionarle y temo que eso sería lo mínimo que lograré si soy completamente sincero con todo.

— Evitar solo servirá por un tiempo, no puedes correr para siempre, algún día te cansarás y para tu suerte y para la mía mucho no es el tiempo que me queda, así que si aquello es tan grave como amenazas será poco el tiempo que mi corazón aguante resentido.  — exclamó con simpleza, suavizando su mirada e incitándole nuevamente a que hablara sin tapujo, sin mentiras. — además tu lo has dicho, eres prácticamente mi hijo, nada que puedas haber hecho logrará borrar ese hecho.

— Bien...— exclamó incómodo e indeciso de donde empezar — No sé toda la historia, pero puedo aclarar que mi conocimiento no es hasta una semana antes de que ella dejara el leprosario...

— Continúa.

— Era ya de noche, todos habían ido a la capilla para rezar más solo faltaban Allard y "Elijah" se estaban tomando su tiempo así que decidí ir a buscarles, jamas pensé que le encontraría en una pelea, no me fue evidente al principio, había tenido mis sospechas, con la figura femenina que había visto en los baños hace unos días atrás todo tomo mucho más sentido cuando comenzó a gritar y maldecir, ya no ocultado su voz, ni sus gestos ni nada, fue tan evidente que me cuestione mil veces el como pude confundirle en algún momento con un hombre.

— ¿Y que hiciste en ese momento?

— Intente matarla — admitió con sinceridad y demasiada franqueza — Estaba muy molesto, me sentía traicionado, usado, no me siento orgulloso del como mi impulsividad tomó las riendas por sobre mi raciocinio, ella se defendió desesperada, me suplicaba que la dejara, que aquello no era lo que parecía, mi comportamiento fue excesivo, lo admito— bajo su cabeza, rememorando demasiado bien aquel incidente, recordando como si apenas hubiera pasado tal incidente — Luego apareció Allard y bueno, no me dejo muchas opciones, o me cortaba la yugular con su espada o la soltaba, opté por la segunda opción.

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