Capítulo XVIII "El peón"

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— ¡No lo permito! Esto es una aberración, una falta de respeto a mi y a toda la nobleza, ¡Una...! — Gritaba completamente encolerizada la madre del rey, la rabia parecía estar inyectada en sus ojos rojos, al igual que en la sangre en sus venas, no caía en si misma ni en la decisión tan poco ventajosa que su hijo había tomado.

— Madre, ni tú ni nadie podría lograr que mi hermano cambie de opinión sobre ese muchacho, gritar solo logra alterarme los nervios — Exclamó la princesa de melena rizada, ya completamente cansada de los gritos y comentarios de su progenitora, apenas comenzaba el día como para seguir tolerando aquello durante más tiempo, pues si algo conocía de aquella mujer era que no gozaba cerrando la boca.

— ¿Como puedes estar tan en paz frente algo como esto? — Lloriqueo en completa histeria la mujer mayor — esto es insultante.

— Es un puesto bien ganado, no veo el problema además de su procedencia humilde — Comentó la joven, restando importancia a lo que claramente volvía loca a su madre. La verdad es que poco le importaba, tener a ese chico en la corte sería una experiencia excitante sin duda, pero dudaba que durara demasiado en aquellos muros, la mujer se preocupaba demasiado.

— ¿No ves el caos que esto provocará? La aprobación de tu hermano va en picada, no darle ese lugar aún noble de buena posición traerá muchos problemas.

— ¡El es el Rey! — Vocifero enfatizando la última palabra, mirando de forma gélida a su madre mientras hablaba — ¿Que pueden hacer unos pobres hombres con pomposos títulos contra la voluntad divina? No tiene que gustarles madre, solo deben obedecer.

— Ruego a Dios por el día en que tu Hijo se convierta en el próximo rey, espero así mismo te conviertas en una mujer más sensata, sino su reinado será más corto que tu primer matrimonio — Gruño con desdén. — Si me escucharas un poco para variar, sabrías el por qué digo lo que digo.

Sibila se mordió la lengua con amargura, apretando sus ropas tratando de contener la rabia que emergió de ella apenas escuchó aquellas palabras tan hirientes e insultantes, ¿qué sentido tenía quedarse a discutir con una mujer tan necia? Ella no era su hermano, lo único que había sacado de su padre fueron sus ojos, lo demás era puramente de su madre, incluida su actitud explosiva y petulante.

Se levantó de la mesa, empujando la silla que la sostenía en el proceso, no le importaba si a su madre le parecía impropio o mal educado, debería agradecer que no hizo un escándalo por semejante falta de tacto, en otro tiempo quizás su personalidad más emocional no hubiera tardado en hacer una escena.

La joven princesa no le miró, ni cuando le ordenó volver a sentarse, ni cuando gritó su nombre en reiteradas ocasiones mientras se dirigía hacia la puerta, mucho menos cuando sacó su verdadera personalidad y comenzó a despotricar encolerizada por su intento de ignorarla. A Inés no le gustaba ser omitida, no lo soportaba, mucho menos por su hija mayor quien debería ser la más sumida en su control.

Sibila no era una mujer exactamente paciente y su madre al contrario parecía tener el talento innato para alterar a cualquier persona que no estuviera de acuerdo con ella, era mejor huir, pensaba.

La bella mujer camino sin rumbo por los pasillos del castillo, con sus damas a solo pocos metros de ella, aún con la reciente pelea contra su madre en la mente, no fue exactamente difícil voltear a ver en cuanto una de las muchachas que la seguían soltó un repentino grito chillón, sus ojos se posaron rápidamente en la joven, quien ni se molestó en escudarse pues ni siquiera le estaba mirando, pues sus ojos estaban más que ocupados en otro sitio.

— ¡Los caballeros reales! — chilló la jovencita, brotando de ella una emisión bastante genuina y para la princesa algo exagerada.

Las otras damas olvidaron por un momento a la mujer, ignorando el protocolo no dudaron en concentrar su vista al reciente grupo que se reunía en el patio central y que, gracias a su actual ubicación tenía privilegiada vista.

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