Capítulo XXI "Viejos amigos"

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El tiempo le dejo de preocupar hace mucho.

Cuando tienes la muerte durmiendo Justo a ti tan seguido dejas de tomarle importancia a cosas tan ...superficiales como aquello.

Vivió una vida tranquila la mayor parte de su infancia, era más bien una persona que se dejaba llevar, mentiría si dijera que algunas vez le preocupo el que sería de él antes de cumplir los diecisietes años, ser el segundo hijo no te daba demasiadas opciones de cualquier forma.

Así que cuando le ofrecieron entrar a la Orden hospitalaria no lo pensó demasiado, era la voluntad De Dios creía.

Y es que Allard nunca pensaba demasiado.

Bueno hasta que ella llegó.

Helena, su querida y adorada Helena, aún recordaba cuando Fausto llegó con ella en brazos al hospital, les habían llamado por que una persona de procedencia extraña estaba moribunda en las escaleras De la Iglesia, traía una herida tan profunda que la sangre ya había manchado los escalones. Cuando la vio por primera vez era tan delgada y parecía tan débil que les era difícil saber su verdadera naturaleza, supusieron que era un muchacho por los extraños pantalones que traía puestos, nunca lo dudó, quizás por el apuro del momento o solo por que su amistad estaba destinada a concretarse.

Fuera cual fuere la razón, la salvó y bueno lo demás ya era historia.

Decir que saber su secreto fue todo menos sorpresivo, tampoco fue demasiado complicado entender y descifrar las intenciones que su superior tenía con ella.

Todo a su al rededor se volvió aún más...digerible con ella a su lado, le dio un sentido, algo más que simplemente dejarse llevar.

El tiempo comenzó a importar, por que cada minuto que pasaba era un minuto menos que le quedaba para poder ayudarla o cuidarla.

Por ello su partida fue...más difícil de lo que pensó y durante mucho tiempo dolió.

Más ese día la recordaba, pero no con nostalgia, no con dolor o alguna emoción de pesar, sino con agradecimiento y amor.

Ese día la medicina que le había entregado se había agotado, Allard había tomado la última píldora y podía decir tranquilamente que nunca se había sentido mejor, sus manos ya no estaba entumecidas, las llagas de sus cuerpo y rostro estaban por completo cerradas, su nariz, pronta a desprenderse ahora se conservaba firmemente pegada, como debía ser.

¿Era correcto decir que estaba curado de su lepra? ¿Como podría entrar a contar algo como eso?

Le colgaría por brujo o algo similar.

¿Pero era correcto solo esconder algo como aquello?

Dios claro que no, estaba desesperado por contárselo a ella.

Ella y a nadie más que a ella.

Y bueno, cuando cierto hombre supo que se "ausentaría por un par de horas" para ir a visitarle, nuevamente, no le sorprendió su repentino interés con acompañarle.

Fausto era demasiado obvió.

Pero ese día, aún cuando ya parecía haberlo visto todo, como nunca su cuerpo sintió la verdadera sorpresa cuando vio a una muchacha de cabellos castaños, rizados y unos ojos verdes profundos, paseando a la deriva en las calles de Jerusalén.

Estaba sola, perdida, con un rostro inexpresivo y con obvios rastros de haber llorado recientemente.

Era ella, era su Querida amiga y hermana.

¿Que le pasaba? Más bien ¿Que le habían hecho?

El Lazarino corrió despavorido a su encuentro, pasando por entremedio del tumulto de personas sin importarle si las empujaba, lastimaba o cualquier cosas, solo estaba preocupado de encontrarla, sostenerla en sus brazos y simplemente decirle cuando la había extrañado.

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