Capítulo XXV "Baldwin"

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Baldwin acarició lentamente el rostro aterciopelado de su amada, adorando cada segundo que su mano permitía captar el calor y suavidad que de ella emanaba. Sus ojos estaban cerrados, su respiración era lenta, más su rostro aún permanecía levemente hinchado, quería imaginar que estaba bien, que ya todo había pasado, pero la verdad no podía estar más alejado de la realidad. Arropo una vez más a Helena antes de separarse por completo de ella, aún dudaba si era lo correcto, su mente y corazón no le permitían estar en paz estando alejado de su presencia.

— Ella se encuentra bien mi rey — le tranquilizo Allard quien ya la había revisado con anterioridad — Solo muy conmocionada, lo que pasó quizás no sea fácil de superar.

— ¿Quien no lo estaría si hubiera estado tan cerca de la muerte? — Pregunto con ironía, la situación le parecía aún irreal. — No quiero dejarla, temo que despierte y se sienta insegura, pero aún más que piense que la deje.

— Ella es fuerte, me quedare con ella todo lo que sea necesario, nada malo le pasará — intentó tranquilizarle, dudando si tenderle una mano de apoyo a quien era la figura más grande de autoridad en todo ese reino.

— No lo dudo, pero eso no logra tranquilizarme. — Admitió con gran fatiga — Allard ella confía en ti, se que está en buenas mano, tienes mi respeto y absoluta confianza, tengo una deuda contigo que no terminaré  jamás de pagar.

— No majestad, soy yo quien la tiene, salvo a la única familia que tengo actualmente, mi devoción siempre estará con usted y no dude en que la cuidaré, nisiquiera por un solo momento — aclaró con gran fervor.

— Puedes estar seguro que no lo hago, aliviabas  mi carga de una forma que no te imaginas, gracias.

Baldwin sonrió agradecido, de alguna forma sabía que aquel hombre era de fiar, no le agradaba nada la idea de irse pero había demasiado que hacer, demasiado en que pensar.

Comenzando con los nobles y "hombres De Dios" que se acumulaban en su puerta frente a los recientes hechos.

Salió de la habitación sin demasiado entusiasmo, dirigiéndose al que era su despacho en un marcha tranquila pero constante, siendo perseguido por el selecto grupo de soldados que siempre le acompañaba. Ya era una hora próxima a la cena pero la verdad el apetito hace un tiempo se había ido de su cuerpo, al igual que las ganas de tener que soportar desagradables cuestionamientos mientras intentaba probar bocado. No, definitivamente no estaba de ánimo para eso, más estaba seguro que las visitas no se harían esperar al ver su nula presencia, quizás ni siquiera deberías esperar demasiado tiempo como pensaba.

Entro a sus aposentos, negando en todo momento la entrada de alguien que no fuera él a menos que previamente le informaran, realmente no quería ver ni oír a nadie.

Pronto diviso su escritorio en la gran habitación, como esperaba barios pergaminos esperaban a ser atendidos por su mano, aunque si era cien por ciento real consigo mismo, dudaba ser de lo más útil a esa horas y en esas circunstancias. Tomó asiento, ojeando descuidadamente la información que tenía enfrente, con pluma en mano, no fue mucho lo que su mente le permitió hacer, provocando sólo su frustración.

No fue sorpresa para él que pronto dejara todo lo que estaba haciendo y solo se dedicará a sostener su cabeza con frustración. Retiro su máscara dejándola aún lado, de repente el hecho de usarla lo ahogaba enormemente, al igual que las vendas que cubrían gran parte de su cuello, solo que esas no eran tan fáciles de retirar, aún que poco y nada le servían en la actualidad, las llagas carcomidas y prácticamente necrosantes habían desaparecido casi en su totalidad.

Los médicos aún no encontraban una explicación, el ya tenia clara sus conjeturas.

Y es que ¿Como podría no tenerlas? Todo le parecía exageradamente claro ahora, incluso se creía un gran estupido por no haber notado nada con anterioridad, siempre se creyó muy listo, pero, Helena realmente lo había superado en cuanto astucia se trataba.

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