La curiosidad que tenía Roier por ese oso era demasiada, de alguna manera llamaba su atención aún si en realidad este era lo que menos quería.
Era lindo aún con esas gafas oscuras que siempre llevaba.
Pero cuando observó aquellos ojos violetas por p...
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Lograron juntar una gran cantidad se minerales, especialmente cobre, hierro, oro y por suerte diamantes, por ende tuvieron que hacer varios hornos, de esta manera podrían fundir lo necesario más rápido, al menos mientras descansaban un rato.
— Roier, encendé los hornos. —pidió el osezno, o más bien mandó mientras se encontraba organizando sus pertenencias importantes en su cofre, el resto o lo que consideraba como inservible terminaría dejándolo en una esquina.
— Voy. —rápidamente se acercó a uno de los hornos, posó sus manos en este, acercándose lo suficiente para después fingir frotarse y deslizar sus manos de forma "sensual".— Hey bonita, ¿no te gustaría..?
Fue suficiente con que abriera la boca para tener la mirada cubierta por los lentes observándole intensamente con clara molestia, causándole una carcajada.
— Lo decía en serio, dale que tenemos una banda de cosas. —se limitó a decir, volviendo a su labor.
— Ay papi, ya sé que estás celoso. —pronto el se suéter rojo se acercó a este por detrás, apoyando sus manos en los hombros del híbrido y llevando sus labios a una de las felpudas orejas.— Si tú también querías sólo tenías que decirlo, no es fácil resistirse a mis encantos.
La suave voz del menor resonó ronca contra su sentido auditivo, congelándolo, aún si después escuchó una nueva risa y el calor de su cercanía desapareció.
Se quedó quieto en su lugar, observando ido el hueso en su mano que acababa de tomar antes de aquél repentino —no tan repentino— movimiento por parte del castaño. El simple contacto y el aliento caliente contra su sensible oreja que se había adaptado al frío de la cueva hizo estremecer su cuerpo entero e hizo a su piel erizarse, normalmente reaccionaba con un golpe o insulto, pero en esa ocasión se había quedado paralizado.
Maldito Roier y sus extrañas bromas.
Aún con el tono rojizo en sus mejillas prácticamente imprevisible para el contrario volvió a lo suyo, fingiendo que no había escuchado nada y que no había pasado nada. Por suerte su acompañante había obedecido si mandando después de separarse, pues cuando volteó a verlo de reojo este estaba silbando tranquilamente mientras metía al cada horno un poco de carbón.
Suspiró profundamente, cerrando el cofre apenas terminó, yendo con hierro en sus manos para poder procesar este, intentando olvidarse de lo recién ocurrido.
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