Capítulo Treinta

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Avery


―¿Qué estás comiendo?

La voz inesperada de mi mejor amiga me hace dar un respingo a la vez que ahogo un grito que afortunadamente no me provoca un ahogamiento trágico. Llevo mi mano libre a mi pecho, donde mi corazón late como loco.

―¡Dios mío, Mer! Casi me das un infarto.

―Lo siento ―Ríe entre dientes―. No era mi intención. Sin embargo, no creas que pasé por alto tu expresión de culpabilidad.

―Yo...

Sus ojos se centran en el bocadillo en mi mano para que entonces sus cejas se arrugan en confusión.

―¿Qué es eso?

―Mm... ¿Manzana con mantequilla de maní?

―¿Ese es un antojo?

―Oh vamos, no hagas esa cara si nunca lo has probado.

―Está bien, déjame probar.

Aunque todavía un tanto escéptica, se acerca para alcanzar un bocado de la rodaja que le extiendo. En un mordisco se lleva la mitad, y la observo masticar con movimientos dubitativos de su mandíbula.

―¿Y bien?

―No está... mal. Es demasiado dulce y pegajoso para mi gusto. Debo decir que no es tu mejor creación.

Bufo, aunque sin estar realmente ofendida.

―Más para mí.

―Provecho, amiga.

―Y, ¿qué quieres hacer ahora?

―Lo que tú quieras por mí está bien.

―Bien, déjame pensar.

―Uff, ¿eso tomará mucho tiempo?

―Idiota ―resoplo junto a su risa―. También puedes usar tu cerebro, eh. Tanto desuso lo va a marchitar ―contraataco en una mueca burlona, sacándole la lengua.

―Touché. No obstante, no se me viene nada en específico a la mente ahora. ¿Quizá podamos dar una vuelta y ver si encontramos algún sitio interesante o se nos ocurre algo en el transcurso?

―Suena bien para mí ―acepto tras tragar la última rodaja de manzana, pasando mi lengua por mis dientes para deshacerme de la sensación pastosa de la mantequilla de maní en mi boca.

―¿Ves cómo sí uso mi cerebro?

―Mhmm, sí, ¿te dolió mucho?

―Cállate ―replica, aunque sin real acidez en su voz―. Mejor ve a... Oh, quizá primero quieras ocuparte de eso ―Señala casi a la vez que siento algo líquido deslizarse por mis pechos.

Al bajar mi mirada, me doy cuenta que la zona de mis pezones se encuentra húmeda, a lo que suelto un profundo suspiro. Al no ser la primera vez que el calostro hace que tenga que cambiarme de ropa, ahora solo resulta un tanto molesto puesto que la sensación de tela húmeda que deja no es precisamente agradable.

―Sí ―Chasqueo mi lengua―. Debería ir a cambiarme. Bien. Deja que limpie esto y...

Un repentino dolor en mi costado inferior de mi abdomen hace que mis palabras se ahoguen mientras exhalo una fuerte respiración, una mano aterrizando instintivamente en la barra para asegurar mi equilibrio mientras la otra la presiona contra la zona punzada.

―¡Avy! ¿Estás bien? ¿Qué pasó? ―La voz de mi amiga se eleva en preocupación a la vez que su figura se planta en un segundo frente a mí en clara alarma.

Fuera Del PlanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora