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Chuck:

No hay una puta carroza o carruaje cerca y menos caballos, conozco las rutas más accesibles, pero igual de peligrosas y no tengo los datos de Arcelia sobre la erupción, como quiera es jugármelas toda y no puedo hacer eso al llevar conmigo al mayor tesoro del reino.

Me decido por una de las rutas adentrándome por los bosques, cruzo camino hacia el reino de Arcaría, pero antes de llegar a los limites debo estar seguro que estaremos a salvo.

No suelto la mano de su majestad mientras corremos, el vestido se le destroza en el camino y tropieza un par de veces, para cuando nos detenemos a descansar una cuarta vez ya no hay rastro superficial de lo que es "Una reina" en ella, al menos no físicamente.

—Detengámonos un minuto.

—¿Estás seguro?

Volteo a mis espaldas, aun veo el volcán, joder.

Y los temblores son más recurrentes.

Me giro a ver a la reina, tal vez no deberíamos...

Y me detengo al ver lo agotada que esta, su ropa llena de barro y el rostro también.

—Venga aquí. —La guio hacia una roca y me rasgo la ropa que traigo debajo, tan fácil de romper y se lo coloco sobre la herida.

Diana retrocede.

—Aun duele...—Menciono yo. Cada vez que veo esa cortada quiero enterrar mi espada en el cuello de Lucian.

—Estoy bien. —Ella mira mis manos con sangre seca, culpa de la jaula. —Chuck...

Saca un pañuelo de entre sus ropas, aparentemente limpio y me envuelve la mano.

—No debería.

—Déjalo. —Pide ella y hace presión. —No hay coronas aquí.

Se concentra en la herida y levanta la vista a mi rostro.

—En realidad nunca ha habido coronas entre nosotros...

No es buen momento, pero no puedo evitarlo, le cojo la mejilla sana y atraigo su boca contra la mía.

El beso es calmado y tranquilo, me lo corresponde despacio y calma mi furia, mi corazón vuelve a latir tranquilo y soy yo quien separo nuestras bocas.

Entrelazo nuestras manos y la miro a los ojos.

—Debemos seguir, mi reina.

Ella asiente y partimos nuevamente.





Diana:

El agotamiento físico es mental...

Repito la frase en mi cabeza no sé cuántas veces, pues ya he perdido el conteo que al inicio empecé con el fin de no entrar en aburrimiento, de por si llegar a Arcaría es bastante tiempo a carruaje, caminar es...

No sé cuánto tiempo nos tomara.

—Necesito parar.

—No podemos, mi reina, lo siento.

—No, Chuck. —Aprieto su mano. —No puedo, juro que.... Voy a...

Me desvanezco y me sostiene en sus brazos, ya no sé si lo que retumba es el volcán, si ya empezó a hacer erupción o si la lava está rozándonos los pies, lo único que sé es que mi cuerpo empieza a decir que no.

Estoy tiritando de frio, embarrada en barro y con mucha sed, él debe estar igual y aun así esta esforzándose...

—Mi reina, debemos seguir. —Me suplica. —Por favor, Diana.

—Chuck...

Realmente quiero, pero el cuerpo no me responde, siento que si me paro me desmayare.

Mis pensamientos se pierden y cierro los ojos un breve instante.

—La llevare en mi hombro.

Abro los ojos y en efecto, así es, su olor, el mismo que me cubre cuando está frotando su cuerpo contra el mío me hace despertar, solo que ahora hay una mezcla con el sudor, la tierra e incluso la suciedad.

No se cuánto tiempo pasa hasta que nos detenemos y ahora estoy en sus brazos, escucho que maldice.

Y luego...

Por favor, Diana, debes reaccionar...

¿Qué está pasando?

Déjame...

—Jamás...

Parece un sueño.

—¿Por qué no?

Un leve silencio me hace cerrar los ojos.

¿Piensas que abandonaría a la mujer que amo?

Abro los ojos y veo su rostro, su preocupado rostro manchado de barro.

—Chuck...

Yo la amo...—Pronuncia una y otra vez. —La amo tanto, Diana.

Una luz a nuestras espaldas lo hace voltear y a mi elevar la cabeza un momento, porque luego caigo rendida y pierdo el conocimiento.

En los zapatos de la Reina (#4 Amores en la realeza)Where stories live. Discover now