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Chuck:

Los dedos de su majestad tocan mi mano enguantada a la hora de subir al carruaje, su mirada va a lugar y nuestros ojos se encuentran.

—¡Su majestad!

La reina rueda los ojos y deja ir mi mano, sube al carruaje y cierro las puertas, evitando que los dos ancianos de un paso al frente.

Son Roan y Marco, ambos hacen una reina reverencia.

—Mi reina, no estábamos enterado de sus actividades para el día de hoy. —Anuncia Marco.

La reina mantiene la mirada en frente.

—Lo dije claro ¿Verdad? Lo que yo haga o no...

—Es entendible, aunque cuestionable. —Interviene Roan. —Sin embargo, hasta que se tome una decisión absoluta y más que todo por su bienestar esperamos que considere al consejo a la hora de tomar una decisión sobre sus actividades como lo es salir de palacio.

Ella suspira.

—Voy al pueblo.

—Mi reina, tal vez debería..

—Iré y si a alguien se le ocurre detenerme, entonces si habrán serios problemas.

—No. —Vuelve a hablar Roan y este llama a los guardias. —No basta que su lacayo vaya con usted, por favor acepte la compañía de la guardia.

Miro a mi reina y ella accede.

El consejo anuncia.—¡Protejan a su reina ante cualquier amenaza!



(***)



Cabalgo al lado del carruaje mientras los seis guardias van tres pasos atrás de nosotros, formados en una columna de dos.

Observo por la ventana del carruaje, la reina lleva un traje blanco largo, con hombreras doradas y botones del mismo color, el cabello fuego lo trae recogido y no hay ni un solo mechón ocultando la belleza de su rostro, pero por más imponencia que vea, noto su impaciencia por llegar y una ligera preocupación.

Trago saliva.—Entre el consejo y usted, mi reina... ¿Hay algo que su lacayo necesite saber?

Posa los ojos sobre mí.

—¿Desde cuándo me exiges explicaciones, Chuck? —Sonríe mirando al frente, pero enseguida vuelve a mirarme.

—Desde que la veo encerrarse en su habitación tras una junta.

Ella traga saliva.

Y yo tengo razón, la ofendieron.

Mi mano se cierra en las riendas del caballo que me traslada.

—No hay ofensa que yo permitiera, por lo tanto, no hubo una. —Me asegura. —Mi encierro se debe a una sola cosa y la voy a comprobar hoy.



(***)



Cruzamos el pueblo y la ruta se abre camino, mejor dicho, ellos la abren para ellos mientras se ubican a los costados esperando ver a su majestad.

Mis ojos no dejan de pasearse por el lugar, observando si cierto grupo se ha unido al recibimiento y termino yendo hacia los guardias dando la orden de mantenerse en alerta y sin bajar la guardia.

En los zapatos de la Reina (#4 Amores en la realeza)Where stories live. Discover now