16 | Tontas inseguridades

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Christopher

Llego al edificio más cansado que de costumbre, con ganas de dormir todo el día y que nadie me joda, entro al pent-house y a la primera que veo es a Miranda en la cocina terminando de poner nuestros platos para comer.

—Señor Morgan —me dice a modo de saludo—, ya me iba.

Miro para el living y no veo a quien me importa, tampoco esta en la cocina con la sirvienta.

—¿Y Rachel?

—En su cuarto, lleva ahí un rato un poco largo.

—¿Durmiendo?

—No que yo sepa.

Le asiento dejando que se vaya a su fin de semana libre y subo a buscar a mi mujer.

Llego a la habitación y ahí la encuentro, llorando en playera y bragas frente al espejo y parada sobre una balanza.

—¿Por qué lloras ahora? —le pregunto.

—Mírame —agita las manos señalando su cuerpo.

La miro de arriba abajo buscando lo que exactamente ella quiere que mire, pero no lo encuentro, así que la vuelvo a sus ojos.

—¿Qué?

—¡Estoy gorda, ¿no ves?! Aumenté como veinte libras —se abanica la cara—. A cada rato tengo que comprar más ropa porque ya nada me entra...

Me le quedo mirando y frunzo los labios intentando contener la risa que lucha por salir de mi boca.

—No puedo caminar más de lo que camino ya aquí en casa porque o me canso o me da asma. Vivo comiendo...

—No te quejas de eso cuando te bajas tres platos —me siento en la cama.

—¡Tú ya ni me tocas!

—No lo hago porque lo prohibió el médico, no porque no quiera —si fuera por mi estaría sobre ella todo el día.

—La cara la siento más hinchada, los pies también se me hinchan a cada nada, y estos malditos rollitos me están volviendo loca...

Se gira como puede tocando esos "rollitos" que solo ella ve, porque no hay nada. Me tapo media cara con el puño cuando apoyo el codo en mi rodilla, pero ya no me contengo y dejo salir la risa.

—¡¿En serio todo esto te da risa?! En vez de ayudarme te ríes en mi cara...

—Ven —extiendo el brazo.

—No —toma su bata—, no sé ni para que te digo las cosas si a nada le das importancia...

Me levanto y en dos pasos ya estoy a su lado tomando su mano, intenta soltarse pero hago más firme el agarre y la atraigo conmigo cuando me siento en la silla del tocador dejándola parada frente a mi.

—Me río por los dramas absurdos que te montas.

—No son dramas Christopher —sus ojos se cristalizan por las lagrimas—, para mí si son problemas, solo que tú lo minimizas todo restándole importancia.

—Le resto importancia porque si son dramas —le limpio la lágrima antes que le baje por la mejilla—, tú sola ves esas cosas.

—¿Cómo me ves tú entonces?

Le detallo la cara, paso los ojos por todo su cuerpo, me detengo en su vientre que todos los días está más grande, dejo las manos en sus caderas donde ella cree que tiene rollos y se mueve incomoda. Regreso la mirada a sus ojos que con el embarazo los tiene más azules que antes.

—Te veo como siempre he querido.

—¿Siempre me quisiste ver gorda? —solloza— Eres un idiota...

—Mía, siempre te quise completa y absolutamente mía —le miro el vientre—. Y llena de mi.

Me mira con los labios entreabiertos.

—Tú te verás como una pelota frente al espejo, pero yo sigo viendo a la misma mujer que pone todos los días desde hace años.

Sus ojos se vuelven a cristalizar, pero ya no de frustración o enojo.

—¿Y si no recupero mi cuerpo? O sea, amo el embarazo y no lo cambiaria por nada en mundo... —sonríe acariciando su vientre— pero también es algo que a ti te encantaba y te volvía loco —hace un puchero.

—¿Has visto que en algún momento me interese como quedarás después? —pongo mis manos sobre las de ella— Nena lo único que me importa es que tanto ellos como tú estén bien, lo demás me vale mierda y lo sabes—la siento en mi regazo—. No sé porque armas tantos escándalos por estupideces.

—Dilo, entonces.

—¿Qué cosa?

—Que me amas, ¿todavía me amas?

Mi acción automática es besarla para borrarle esas inseguridades que se crea, pero me tapa los labios con los pulgares.

—Quiero que lo digas, con palabras. Quiero oírte.

Me quedo absorto viéndole esos ojos que me miran con expectativa a mi respuesta, y al ver que tardo se van apagando de a poco.

—Lo sabía —dice con tristeza, parándose.

Pero la retengo devolviéndola a mi regazo, se niega a mirarme pero tomo su mentón obligándola a hacerlo.

—Te amo, Rachel —la beso—. Deja de llorar y dudar de todo.

El brillo en sus ojos vuelve a aparecer iluminando toda su cara junto con una sonrisa tierna que le ruboriza las mejillas. Rodea mi cuello con sus brazos juntando su frente con la mía.

—Yo también te amo —me besa—, ya debes estar harto de mis quejas.

—Si, y te juro Rachel que, si uno de ellos saca tus mismas quejaderas me corto los huevos.

Suelta a reír repartiendo besos por mi cara, la dejo hacerlo en lo que descanso la mano en su vientre y segundos después, como si hubiese notado mi tacto, uno de los mellizos se mueve llamando la atención de ambos.

—Ellos también quieren escuchar cuanto los amas —se para para dejar el vientre a la altura de mi cara.

—No le voy a hablar a la nada.

—¡No es a la nada, imbécil, es a tus hijos!

—No.

Rueda los ojos poniéndose la bata y antes que se separe de mi le levanto la playera para llenarle vientre de besos. Siento sus dedos acariciar mi pelo y cuando levanto la vista me encuentro con su ojos que me miran con amor.

—Si ya terminamos con la telenovela de hoy —me paro—, te informo que la comida ya debe estar fría de tanto esperar.

—¡¿Y por qué recién ahora lo dices?! —el amor de unos segundos se reemplazó por indignación cuando me mira como si le hubiese rebelado mi peor secreto.

—Hace un rato estabas llorando porque vives comiendo.

—Eso fue antes de saber que había comida esperándome.

Entrecierro los ojos viéndola buscar no sé qué en el vestidor, ya no hay nada de la tristeza que había cuando entre, ahora hay alivio y felicidad y solo porque le mencioné que había comida.

—¿Me ayudas con el pantalón?

Me vuelvo a sentar y estiro el brazo para que me lo de, se apoya en mis hombros para tener estabilidad cuando levanta una pierna y luego la otra.

—Gracias —me besa la frente—, te espero abajo.

Se va y me quito la ropa pesada para darme una ducha rápida, cuando salgo me visto el primer pantalón chándal que veo y bajo a comer con ella, que a pesar de que me dijo que me iba a esperar, seguramente ya debe de estar casi terminando.

Sin cuervos | Fanfic PPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora