Capitulo 41

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Ana

Abrí los ojos y me vi obligada a cerrarlos de nuevo, ¿por qué de repente entraba tanta luz?

Me fui acostumbrando de a poco a la claridad que inundaba el lugar. Mi vista deambuló por fin por la habitación.

¿Dónde estaba?

Me senté en la enorme cama como pude, estaba sumamente débil y mis músculos estaban tensos, como si hubiera estado acostada por mucho más tiempo del que debería.

Me obligué a recordar cómo había llegado hasta ahí.

"¿Extrañas a tu esposo?"

"Te llevaré con él"

Oscuridad.

Me tensé, debí haberle hecho caso a mi sexto sentido. Algo no estaba bien, nada en esto estaba bien.

Me levanté de la cama y tuve que mantenerme de pie por un largo rato, como si necesitara confirmar que podía sostenerme por mí misma. Solo hasta ese momento me di cuenta de que llevaba un camisón largo y que mi cuerpo temblaba por el frío que hacía ahora, que no me resguardaba entre las sabanas.

Mi esposo sabía que odiaba el frío, sabía que no era buena tolerándolo. Nunca me traería a un lugar así.

Las alarmas en mi cabeza se encendieron de nuevo. Maldición, ¿por qué era tan confiada?

Logré llegar hasta la puerta y para mi sorpresa, pude abrirla. No titubeé y caminé hasta el largo pasillo de la casa en la que estaba.

Todo era muy oscuro, sombrío. El ambiente era pesado.

Una señora de unos cuarenta años se sorprendió al verme y me sonrió con calidez.

-Señora, ya despertó -acortó los pasos hasta donde yo estaba.

-Hola... -dije con cautela.

-¿Qué hace así tan descubierta? Debe tener mucho frío -me tomó del brazo con suma delicadeza guiándome de vuelta a la habitación que con tanta dificultad me había costado dejar.

-Busquemos algo para cubrirla, no queremos que se enferme -fue hasta un enorme closet y sacó una chaqueta para mí. La acepté, pues la verdad, moría de frío.

-¿Dónde...? -dije por fin y ambas chocamos miradas. Ella para este punto estaba ante mis pies colocándome unas pantuflas.

-¿Y mi esposo? -continué y suspiró. Volvió a prestar atención a lo que hacía.

Terminó con su tarea y me ayudo a levantarme de la cama. Ahora me ayudaba con la chaqueta que había buscado antes para mí.

-Escúcheme con atención -susurró. Su esposo no está aquí, tardará un rato en encontrarla, estamos... lejos -Mi cuerpo tembló y ella lo notó.

-No la lastimarán, no pueden hacerlo -siguió-. Pero por favor no intente nada o las cosas pueden salirse de control, el señor no tiene paciencia y a veces actúa sin pensar.

-¿Quién es? ¿Hablas de Samael? -una punzada de esperanza inundó de repente mi corazón. Si Samael estaba detrás de todo esto sabía que estaría bien. Él sería incapaz de lastimarme -ella negó suavemente y fingió estar haciendo algo con mi ropa.

-Demonios, señora, estamos rodeadas de ellos -me sostuvo cuando mis piernas fallaron-. No le haga enojar, no haga preguntas, no deje que la toquen de ninguna manera, solo espere hasta que la encuentren.

Unos pasos provenientes del pasillo hizo que la señora cambiara la compostura a una de más seriedad, su mirada más fría.

-¡Oh! Ana, querida, despertaste -el hombre que me había engañado ahora estaba frente a mí, la mujer se marchó luego de hacer una reverencia ante él.

Estaba ahora sola con él. Temía.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? -lancé con el poco coraje que tenía.

-Perdona el clima hostil, sé dé buena fuente que odias el frío -dijo ignorando descaradamente mis preguntas y caminó hasta una de las ventanas. Separó las cortinas dejándome ver el paisaje.

Desde donde estaba podía percatarme que era un lugar inhóspito, como si estuviéramos en la cima de una montaña muy alta. Todo estaba cubierto por nieve. A simple vista diría que el día a penas comenzaba, sin embargo, no había rastro del sol por ninguna parte. No había otras casas, caminos o personas que me indicaran donde podría estar.

Será difícil encontrarme.

-Al parecer, esto es lo más lejos que puedes llegar... -lanzó y sonrió como desquiciado-. No dejas de sorprenderme, pequeña Ana. Sinceramente, no pensé que soportarías estar aquí, mirándome, de pie. Supongo que sacaste muchas más cosas de tu padre de las que creía.

Se sentó cerca de la ventana y me indicó una silla frente a él. Le hice caso, sinceramente sentía que en cualquier momento podría desmayarme.

-Sé que tienes muchas preguntas, yo te las iré contestando de a poco -lo mire-. Verás...

-¿Eres diablo? -la pregunta escapó de mis labios sin pensar y él se quedó mirándome. Como si tuviera que decidir como debía sentirse.

De la nada, empezó a reírse a carcajadas.

-Humana, humana... Aún no entiendes nada, ¿cierto? -mi silencio fue su respuesta-. Pues no, lamento decepcionarte, no soy el diablo.

No podía entender nada.

-Pero... Hey, no te sientas triste -espetó con sarcasmo al ver mi cara de confusión-. Sí que conoces al rey negro, a la antigua serpiente... -se levantó de repente y empezó a prepararse un trago.

-Te ofrecería un vaso, pero, no queremos que haya imperfecciones. A pesar de todo sigues siendo humana, ¿no?

¿De qué rayos hablaba ahora?

-¿Por qué dices que lo conozco? -dije tratando de volver a la conversación que estábamos teniendo antes.

-Porque es la realidad, lo conoces desde hace años -probó su bebida y la saboreó-. El alcohol es de las mejores cosas que tienen los humanos, felicidades -dijo levantando su trago hacia mí, como si brindara.

Cielo santo, está loco. Estaba en manos de un loco.

-¿Que es lo que quiere de mí? ¿Por qué me trajo hasta aquí? ¿Tiene algún problema con Azrael? -no entendía el motivo por el cual él me querría aquí.

-No, de hecho, tengo un problema con tu amigo Lucifer.

-¡Cielo Santo! ¿Quién mierda te dijo que lo conozco? -chillé, mi paciencia se había agotado, pero se renovó de inmediato cuando el ente frente a mí me miró con una ceja enarcada.

-A ver, bonita, ¿tú quien crees que es Samael? -me tensé y no sabía qué expresión tenía ahora en mi cara, pero él estaba de buen humor de nuevo.

-Un... ángel... -lancé nerviosa y asintió varias veces dándome la razón.

-Sí que lo es -tomó-. El primer ángel caído, el rey del inframundo, tu amigo es, en efecto, Lucifer -todo a mi alrededor dio vueltas. Sin saberlo, había estado en contacto directo con el diablo por años, le había tomado aprecio, lo quería... lo quiero.

-Pero como... -ahora yo tartamudeaba.

-¿Acaso nunca te preguntaste que era esa chispa cuando se tocaban? ¿Él por qué luego de pasar mucho tiempo con él llegabas a casa muerta del cansancio, débil? Querida, es lo que pasa cuando un humano se acerca a él, lo drena, incluso aunque no quiera hacerle daño, siempre se lleva algo de las personas.

-Te quitaba algo valioso siempre que se acercaba a ti, cada vez que olvidaba quién era y se sentía como un simple humano junto a ti, te robaba algo que nunca más volverás a tener y aunque ese remordimiento lo mataba cada día, era tan egoísta que volvía, volvía a ti aunque sabía que te hacía daño.

Yo estaba en completo shock, ahora cada pieza del rompecabezas encajaba, todo ahora estaba en orden en mi cabeza.

Mis sentimientos eran un desastre.

-¿Por qué estoy aquí? ¿Yo que tengo que ver con los problemas que pueda haber entre tú y Lucifer?

-Con los años mi señor se ha vuelto blando -movió el líquido dentro del vaso como si hablara de algo que doliera-. Mi señor ya no es digno de ser nuestro rey.

-Desde hace mucho tiempo ya, mis súbditos y yo hemos estado esperando este momento -me miró con una sonrisa ladeada, macabra-. Por milenios, hemos estado esperando que Lucifer tenga una debilidad, una, que podamos usar en su contra y sacar provecho de ello -tragué saliva, temblé. 

- Y tú, mi querida Ana, eres el talón de Aquiles del diablo. 


⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

"Cuando estás en el infierno, solo el diablo te puede mostrar el camino hacia afuera."

-Joe Abercrombie-

La mujer de la ParcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora