Capítulo 37

26 4 0
                                    

Samael

Entré al edificio. Era muy tarde en la noche, pero sabía que lo iba a encontrar ahí. Abrí la puerta sin tocar y me miró sin ninguna expresión. Era de las cosas que más disfrutaba de hablar con él. No me temía, a pesar de saber quién era yo realmente, no me temía ya.

Me senté en uno de los sillones en su oficina y poco después lo escuché levantarse. Se acercó a mí después de servir dos vasos con su licor favorito. Era mi favorito también.

Esperó que le diera el primer sorbo a mi trago, mientras se acomodaba en el asiento que quedaba justo frente a mí. No dijo nada. Yo dejaba que el ardor agradable de la bebida me lastimara la garganta.

El alcohol era de las mejores cosas que tenían los humanos.

-Al parecer si se casó tu chica -dijo por fin y levanté la vista del suelo. Lo mate con la mirada.

Él lanzó una sonrisa ladeada, como si se burlara, pero yo sabía bien que no lo estaba haciendo, solo me retaba a hablar. Por lo regular yo siempre hablaba de más cuando me enojaba. Él lo sabía.

-Mi chica... -repetí. Yo sí me estaba burlando. Me estaba riendo de mí mismo. Yo era patético.

Lo merecía.

-¿Por qué ella? -dijo el hombre que por años me había servido de psicólogo, amigo y confidente, después de un rato y lo miré confundido-. De entre todas las mujeres del mundo, a las cuales, de hecho, tienes acceso, ¿Por qué ella?

Lo pensé detenidamente, ¿Cuál de las tantas cualidades que esa mujer tenía podría decirle?

De repente, un recuerdo apareció en mi cabeza. Sonreí.

-Hace mucho tiempo, cuando recién la había traído aquí, cuando ella aún solo era un proyecto más para mí...

Tres años antes

Revisaba algunas cosas en mi oficina, uno de mis demonios entró sin tocar y lo miré con una ceja enarcada.

-¡Oh! ¡Mi señor! ¡Está aquí! -hizo una reverencia nerviosa. Él era para mí, lo que en el mundo de los humanos llamaban "asistente"-. Lo siento.

-¿Dónde más estaría, Casper? -gruñí y seguí con lo que estaba haciendo.

No dijo nada y solo puso unos papeles en mi escritorio, me relajé al saber que era justo lo que necesitaba para terminar con lo que hacía. Se quedó de pie viéndome en silencio. Levanté la vista hacia él una vez más. Mi paciencia estaba a punto de agotarse.

No soy paciente.

-¿Qué? -lancé impaciente.

-Es que, ahmm... Creo que debía estar reunido con esa chica humana desde hace ya un par de horas, mi señor -abrí los ojos como un par de platos.

-¡Maldita sea! Lo olvidé -me levanté de inmediato y empecé a cambiar mi aspecto a uno humano.

La apariencia que había elegido esta vez me gustaba bastante. Era alto, de ese tipo de altura que te hacía ver imponente. Mi pelo negro azabache iba peinado hacia atrás, aunque unos cuantos mechones rebeldes no me obedecían. Llevaba una barba bien marcada. A las chicas de esta generación les encantaban las barbas. Esta vez, llevaba un traje azul marino sin corbata.

Llegué al mundo de los humanos sin mucho esfuerzo, sinceramente iba apresurado. No por ella, eso no me importaba. Solo odiaba el hecho de llegar tarde a mis compromisos. Ya iba dos horas tarde.

Maldición.

El cielo se estaba cayendo y la temperatura estaba lo suficientemente helada como para hacer que una pequeña humana se enfermara. Era más que probable que ya se haya ido. De todos modos, ya estaba aquí. Fui hasta donde quedamos en reunirnos.

Me detuve en seco cuando me di cuenta de que ahí estaba. Ella aún seguía ahí. Su cuerpo estaba apoyado en una de las pilas que sostenía el edificio de la universidad. Al parecer, estaba leyendo un libro antes de quedarse dormida. Su cuerpo estaba temblando un poco por el frío. Me agaché para estar ahora a su altura.

Ella estaba sentada, mientras que su cabeza amenazaba con caer mucho más de lo que debería. Estaba relajada, como si no estuviera de noche y completamente sola, en un lugar nuevo para ella. Sonreí y me quedé viéndola. Era la primera vez que la tenía tan de cerca. Pude verla con detalle, aunque no estaba muy claro.

Era increíblemente bella. Como si el creador había abierto un espacio en su apretada agenda para hacerla con mucho detalle. Apretó sus labios y mi vista viajó hasta ahí. Eran carnosos, no demasiado.

Un trueno hizo que pegara un salto despertándola abruptamente. Se asustó por segunda vez al verme ahí, tan cerca. Cuando me reconoció por fin, me lanzó una sonrisa adormilada.

Y entonces pasó, algo que no pude ver me atravesó de lado a lado. Tuve que tragar, aunque no tenía nada en mi boca. Me miró confundida, no sé qué vio en mi cara, pues ella ladeó su rostro como un perrito que buscaba descifrar lo que pensaba.

-¿Ya terminaste de trabajar? -dijo mientras se estiraba. ¿No estaba enojada?

-¿Por qué sigues aquí, Ana?

-Pero me dijiste que te esperara... -lanzó con voz inocente.

-¿Acaso no ves como está el clima? Evidentemente, te vas a enfermar -le reproché. Aunque era obvio que el único culpable era yo.

-Relájate, no me enfermaré -intentó levantarse y por inercia la ayudé. Era la primera vez que nuestro tacto no había desatado un pequeño choque eléctrico.

Solo yo me di cuenta de eso. Ella era distraída.

Ya en el auto, ella disfrutaba de la ciudad, las luces, la lluvia que no cesaba. Era como una niña que veía un parque de diversiones que estaba por descubrir.

-¿Estás enojada conmigo? -dije tentándola. Su atención volvió a mí.

-Debería -gruñó y me miró mal, con posibles intenciones de intimidarme. No lo había logrado y reí.

No recordaba la última vez que había reído sinceramente.

-Eres un sinvergüenza, Samael -dijo después al verme reír e hizo lo mismo.

Sus carcajadas eran música para mis oídos. Nada que ver con los gritos de dolor y angustia a los que estaba acostumbrado.

-¿Que quieres hacer? -suspiró como si pensara.

-Vamos a mi casa -lanzó con seguridad y la miré con una ceja enarcada. No imaginaba que era una de esas chicas, pero definitivamente, me gustaba.

-Ni en tus mejores sueños, Samael -espetó poco después como si leyera mis pensamientos y rodó los ojos divertida-. Cocinaremos, muero de hambre -volteó a ver a la ventana de nuevo, como si la decisión ya  estuviera tomada.

La decepción fue inmensa.

Llegamos a su casa sin sobresaltos, el departamento que había conseguido para ella estaba en un lugar céntrico y privilegiado, con todo lo que una humana de su edad pudiera necesitar. Para mi sorpresa, todo estaba ridículamente ordenado. Aunque recién se había mudado, todo estaba en su lugar.

Se lavó las manos y empezó a moverse desinteresadamente por la cocina.

-Haré pasta -me encogí de hombros y me senté en una de las sillas del desayunador. Levantó un enorme cuchillo apuntando hacia mi dirección y mi cuerpo se estiró hacia atrás, alejándome-. ¿No te gusta? -gruñó después y yo solo asentí lentamente.

Me regalo una sonrisa y volvió a poner su atención a los vegetales.

-¿Vino? -dijo y asentí de nuevo. Definitivamente, no quería ese cuchillo de nuevo cerca de mi cara.

Buscó un par de copas y sacó una botella.

-¿La abres por mí? -puso la botella frente a mí y lo tomé.

El rostro del diablo.

La miré con sorpresa. La chica, literalmente, era una caja de sorpresas.

-¿Cómo es que una chica tan cristiana y devota le gusta tener al diablo tan cerca de la boca? -lancé con diversión.

-Es un buen vino, me gusta -dijo acercando las copas a mí.

-Conozco cristianos que nunca lo comprarían solo por su nombre -lo abrí con el sacacorchos que me había dado y empecé a servirlo.

-Pues, ¿Qué tiene de malo? Es solo un nombre, además siempre he creído que el diablo está sobrevalorado -dejé todo lo que estaba haciendo para mirarla, ella me sostuvo la mirada.

-¿Sobrevalorado? -dije en un hilo de voz disimulando todo lo que pude. Asintió-. ¿No te da miedo? -dije en voz seria.

-Puede que sí, pero realmente me da más pena que miedo -reí con sarcasmo. ¿Esta niña quería morir?

-¿Pena? -acomodé mi espalda en el respaldo de la silla en la que estaba, ella ahora tenía toda mi atención.

-Sí, me imagino lo solitario que debe sentirse -lanzó en un suspiro y me tensé-. Incluso si está rodeado de sus demonios, debe estar completamente solo y sé que es lo suficientemente inteligente como saber que todo el que está a su lado es por puro miedo o quizá, porque en algún punto lo engañó y ahora le debe algo -mis hombros se cayeron al suelo.

-Estar justo al lado de Dios por tanto tiempo, ser tan valorado y amado por él y de repente no tener nada, pasar de tenerlo todo a no tener nada -repitió-. Esa debe ser una sensación horrible.

Frunció el ceño, como si de hecho supiera lo que se siente, como si lamentara realmente lo que había pasado.

-El diablo está bien, no te preocupes demasiado -rodé los ojos. No sabía como me sentía con todo lo que ella había dicho, pero no me gustaba nada.

-¡No está bien! -yo estaba más que listo por dejar el tema, la mujer frente a mí, evidentemente no-. Solo debería pedirle perdón a Dios.

Solté una carcajada sarcástica.

-¡Imposible! Dios guarda toda su misericordia para los humanos. No importa que tan estúpidos sean o lo que hagan, ¿piden perdón? Perdonado, nunca paso nada -gruñí con tanta amargura que solo me miró confundida.

-¡Oh! No te preocupes -lanzó y se paró frente a mí-. Yo sí te perdono, diablito -continuó con ternura, mientras acariciaba mi hombro y sonreía coqueta.

Todo se detuvo, todo a mi alrededor dio vueltas.

Ella no lo sabía, pero en su juego tonto, había logrado quitar un enorme peso sobre mis hombros. Sin querer, ella había dicho las palabras que yo había querido escuchar por siglos.

Mis ojos chocaron con los de ella, aún tenía su mano sobre mí, su calidez era pura, de esas que no se consiguen ya.

De repente, sin aviso previo, la chica se había convertido en algo que yo quería. Me urgía. Ahora, el "diablo" quería llegar a casa después de un día lleno de frustraciones y encontrar esa cara que lo miraba con ternura y esas manos que lo drenaban de a poco.

Por primera vez en toda mi vida, quería jugar a ser un humano.

La quería para mí.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

"Un hombre valiente es aquel que se atreve a ver al diablo a la cara y decirle que él es el diablo"

James A. Garfield.

La mujer de la ParcaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum