Capítulo 27

38 7 0
                                    

UN AÑO DESPUÉS

Ana

La medicina era un área de trabajo bastante compleja, pues, tener la capacidad y destreza de salvarle, o al menos, mejorarle la vida a otra persona, requería de mucho conocimiento, paciencia e inteligencia emocional. Cualidades que según la mayoría de mis profesores y compañeros consideraban que tenía, sin embargo, yo difería de ellos y a todos les decía lo mismo:

"El mundo también necesita de buenas enfermeras".

Pero esa, si debía hablar con toda sinceridad, solo era mi excusa segura, pues, en realidad, aunque era consciente de que hubiera pasado mi vida universitaria y práctica sin mucho sobresalto gracias a lo aplicada e inteligente que era, sabía muy dentro de mí, que no hubiera podido lidiar con la muerte de manera tan directa.

Me conocía lo suficiente como para saber que no podría decirle a unos padres que su pequeño hijo no sobrevivió a la cirugía que yo estaba realizando, no podría acabar con los planes a futuro de una persona llena de vida diciéndole que tiene una enfermedad terminal.

Era una pena, pues yo, al igual que todos los demás, sabía que hubiera podido ser una excelente doctora, pero definitivamente, no una persona feliz.

Salí de mi último examen del semestre y el hombre que me esperaba mientras leía la historia de la universidad escrita sobre una enorme placa de metal hizo que me detuviera para verlo a detalle.

Su altura era ideal y el cuerpo fornido de manera natural que lo acompañaba se acoplaba a él de maravilla. Dios se había tomado el tiempo en los detalles, pues sus ojos azules, tenían un tono que había creado específicamente para él. Irónicamente, lo que más me gustaba de él era su pelo semi-ondulado, el cual tenía un toque de blanco grisáceo en el par de mechones que rozaban su frente, contrastando, de manera única, con todo el restante de su cabellera en un fuerte negro azabache. El contraste de ambos colores me mataba.

Volteó de repente y me sonrió. Ahora, siempre que yo estaba cerca sonreía. Acortó la distancia entre nosotros y acarició mi mejilla.

-Hola, mi niña -él me decía así siempre, yo siempre me derretía.

-Hola, guapo -lancé coqueta tomándolo por sorpresa. Se sonrojó y empecé a reír.

-Ahm, ¿nos vamos? -dijo nervioso y solo asentí. Me tomó de la mano, fingiendo estar molesto conmigo por reírme tan descaradamente de él.

-¿A dónde me llevarás? -pregunté mientras íbamos yendo al parqueo.

-Depende... -dijo y abrió la puerta del auto para mí.

Un unánime "Ayyy" se escuchó, proveniente del grupo de chicas que veían la escena con envidia. Sonreí, porque él no se daba cuenta como sus pequeños detalles y su físico afectaban a las demás personas, en su mayoría, a las chicas.

Él las miró confundido y ellas de inmediato volvieron a sus asuntos.

-¿Depende de qué? -dije llamando su atención de nuevo, sacándolas de ese incómodo momento.

-De como te haya ido en los exámenes -volvió a su posición anterior. Ahora, el coqueto era él.

-Pues me fue muy bien, como siempre -espeté con orgullo y él negó sonriendo.

-Pues -dijo al subirse al auto-. Nos iremos de viaje todo el fin de semana -lo miré emocionada.

***

El viaje en auto fue sumamente divertido. Nos conocimos un poco más. Juntos descubrimos que teníamos gustos musicales diferentes, pues, para mi sorpresa, él prefería los ritmos más movidos y bailables a diferencia de mí, que era una romántica empedernida que le encantaba la balada.

Nos detuvimos en cada pueblito que encontrábamos, me encantaba el hecho de estar viajando sin prisas, sin horas. Solo él y yo. Llegamos ya muy noche, nos quedábamos en una hermosa cabaña. Muy parecida a la que él había creado para mí.

Desempacamos nuestras cosas y ahora guardaba las compras que habíamos hecho en los gabinetes de la cocina.

-Ojalá pudiera repetir este día, mañana y pasado mañana -dijo llamando mi atención, mientras me miraba desde el umbral de la puerta.

-¿Sí? -le sonreí y se acercó a mí. Me tomó de la cintura y me colocó con cuidado sobre el desayunador.

-¿Sabes? Tenía preparado algo romántico. Yo tenía un elegante traje gris que la pesada de tu amiga me había obligado a comprar y tú tenías un hermoso vestido que yo mismo elegí para ti -lo mire confundida.

-Pero ahora que estamos aquí, solos -continuó-. Ahora que tienes una pijama rosa que es tres veces tu talla y un raro moño en lo alto de tu cabeza, pienso que definitivamente no quiero, no puedo, dejar pasar un minuto más.

Sacó de su bolsillo una hermosa caja aterciopelada color negro y la abrió para mí. En él, descansaba el anillo más hermoso que había visto en toda mi vida.

-No te pediré que seas mi novia, creo que lo eres desde mucho antes de conocernos, posiblemente, estabas a destinada a serlo desde antes que fueras concebida. No quiero que seas mi prometida -mi cara lo hizo reír y no lo culpaba, seguro ahora era todo un poema-. Quiero saltarme todas esas estúpidas etapas que suelen usar los hombres para saber si están por elegir a la chica perfecta para ellos, pues yo ya sé que eres perfecta para mí.

-Ana, ¿te casarías conmigo? -lo miré como pude, pues lágrimas de felicidad inundaban ya mis ojos.

La Parca lo había hecho de nuevo, pues, justo cuando el reloj marcó las doce de la noche, justo cuando renovaba edad, cuando le agregaba un año más a mi vida,había venido por mí, se había robado mi cuerpo y alma, cuál ladrón por la noche.

A mis veintiuno, yo ya no era mía, era, definitivamente, de él.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.  Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.  Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve"

1 Corintios 13: 1-3

La mujer de la ParcaWhere stories live. Discover now