XLV: Noche en el bosque

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Priscilla estaba tan cansada por todo lo sucedido que en cuanto tuvo la oportunidad se tumbó sobre una pequeña tela que había llevado en la bolsa. No era muy grande porque tenía que compartirla a trozos con los dos chicos, pero cualquier cosa era mejor que estar tumbada directamente sobre el césped.

Damien, por su parte, se ofreció a hacer la primera guardia después de que Carwyn le curara como podía las heridas que los guardias le habían hecho antes de la ejecución en el Gran Anillo. Al fin y al cabo, él era el que mejor veía en la oscuridad y además, todavía no se terminaba de acostumbrar del todo a dormir por la noche.

Sin embargo, el que más problemas parecía estar teniendo era Carwyn. El asesino ya le había visto dar varias vueltas en su tela. Cuando le observó dar la séptima, una risita se escuchó por parte de Damien.

—¿El príncipe mimado tiene problemas para dormir en cualquier sitio que no sea su cómoda cama del palacio? —preguntó, apoyado en el ancho tronco de un árbol cercano al joven pelirrojo. Este volvió a girar sobre sí mismo para quedarse mirando hacia el chico despierto. Luego se enderezó, quedándose sentado. Se revolvió un poco el pelo.

—No me siento bien aquí —informó, aunque por suerte no sonó como una queja. A pesar de ello, Damien se irguió mientras fruncía el ceño.

—¿Qué? —gruñó. Si aquello significaba lo que él creía que significaba... Carwyn le miró a los ojos y se apresuró a negar con la cabeza mientras se explicaba.

—Espera —pidió—. No me refiero a que... Quiero decir, estoy muy aliviado por poder haber salido del palacio, pero... Damien, tú debes de haber estado toda tu vida yendo de sitio en sitio o pisando lugares como este y peores, pero yo nunca había salido de la ciudad. Creo que es normal que me sienta raro en este bosque. 

—¿No confías en mí? —Otro de esos cambios de humor de Damien hizo que volviera a recostarse sobre el árbol mientras esbozaba una sonrisa de las suyas. Carwyn suspiró mientras cruzaba las piernas y se quedaba sentado cerca de ese fuego que habían encendido. Ahora que lo veía, tampoco estaban tan alejados el uno del otro como en un principio había parecido. 

—Sí, pero...

El asesino se puso en pie sin mediar palabra y se estiró mientras bostezaba. El contrario le miró, como si no entendiera qué estaba haciendo o para qué. Damien le miró antes de hablar.

—Necesito estirar un poco las piernas —se excusó—. Llevo un buen rato sentado sin moverme, ¿vienes?

Carwyn no apartó la vista de esos ojos verdes suyos, como si estuviera tan perdido en ellos que se le hacía imposible entender a qué se refería el asesino con esa propuesta. Parpadeó varias veces.

—¿Qué...?

—El claro es lo suficientemente grande como para darse un paseo de unos minutos. —Damien recorrió con la mirada el lugar. En efecto, serviría para moverse un poco antes de volver a la guardia—. ¿Vienes conmigo?

El príncipe heredero no respondió de inmediato: en su lugar, giró la cabeza para mirar a Priscilla, tumbada en la misma posición desde hacía un buen rato. Su pecho subía y bajaba regularmente, indicando así que estaba profundamente dormida. Se mordió el labio inferior con aire dudoso, pero acto seguido se levantó con un suspiro.

—Está bien, pero no la dejemos sola mucho tiempo. —Después de Aria, no estaba dispuesto a perder a nadie más, sobre todo si ese alguien era su mejor amiga. No le gustaba en absoluto el hecho de tener que alejarse de ella, aunque fuera por unos minutos. Era consciente de que Priscilla sabía defenderse, pero si estaba dormida y se acercaban sin hacer ruido...

Rogando a la LunaWhere stories live. Discover now