XXXV: El consejo de Aria

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Así que ahí estaba Carwyn, en el pasillo a lo lejos. Damien se detuvo en seco antes de que sus pisadas tuvieran la oportunidad de alertar al príncipe y retrocedió hasta doblar la esquina del pasillo. Si el contrario le había visto, no lo había demostrado.

Se apoyó contra la pared, con el corazón acelerado. Su plan para esa mañana había sido estar en los jardines reales... Hasta ese momento. Si quería acudir hasta allí iba a tener que pasar por el pasillo por el que Carwyn estaba, y realmente no era nada que le hiciera especial ilusión.

Se planteó por unos segundos ir por otro camino (si es que lo había) o incluso encerrarse en su habitación por el resto de la mañana, o al menos hasta que Carwyn se marchase de aquel corredor.

Pero unos segundos más tarde se dijo a sí mismo que tenía que ser valiente. Tenía que cruzar ese pasillo aunque costara, porque no podía ir escondiéndose de Carwyn después de lo que había hecho. Probablemente haría contacto visual con él y sería incómodo, pero en cuestión de minutos todo habría pasado.

Y Damien se prometió que en algún momento, no dentro de mucho tiempo, hablaría con él para explicárselo todo. El problema era que no veía que ese momento llegara, que tuviera esa oportunidad. O quizás fuese que no se atrevía. 

De todos modos, no iba a echarse hacia atrás solo por un príncipe apoyado en la pared de un palacio. ¿Desde cuándo influía tanto una persona en él?

De manera que reanudó la marcha, girando la esquina del pasillo y clavando su vista en los rizos pelirrojos de Carwyn a lo lejos. A pesar de ello, obligó a sus piernas a seguir andando mientras una creciente ansiedad se instalaba en su pecho. La risa del príncipe llegó a sus oídos, mirando hacia una puerta abierta en el pasillo la cual probablemente perteneciera a Priscilla, su mejor amiga. Damien tuvo la esperanza de que su voz, sus carcajadas, ahogaran el ruido de sus pisadas.

Pero en el fondo sabía que no servía de nada porque no era invisible, tarde o temprano Carwyn terminaría girando la cabeza para mirar a aquella persona que se acercaba. Echó de menos la oscuridad, aquellos rincones en los que podía fundirse con la negrura y pasar desapercibido en cualquier situación.

Escuchó que Carwyn decía algo, pero Damien no le prestó atención y desvió la mirada conforme se fue acercando a él. 

Su corazón dio un salto en el instante en el que su mirada se cruzó con la de Carwyn de repente, y entonces la sonrisa del príncipe se fue borrando poco a poco mientras algo similar al dolor cruzaba su cara. Damien tragó saliva mientras continuaba andando y, de algún modo, no pudo evitar sentirse culpable. Solo ver esa sonrisa desaparecer en el rostro de Carwyn... Le daba pinchazos en el pecho, le hacía sentir una persona horrible de una manera que nunca había sentido.

Algo en su interior le gritó que se detuviera a hablar con él, que volviera a hacerle sonreír y le explicara que no pasaba nada. Pero de alguna manera sabía que no podía hacerlo, no a plena luz del día y en ese, lugar, arriesgándose plenamente a que alguien le viera. 

Un profundo sentimiento de culpabilidad le invadió mientras pasaba por su lado. Vio que Carwyn le seguía con la mirada y... Bueno, suponiendo que no fuesen imaginaciones suyas, el príncipe abría la boca para hablar pero no salía ni una sola palabra de ella.

Hizo amago de seguirle, extendiendo el brazo como si quisiera agarrarle para detenerle, pero se detuvo al instante y le observó alejarse con un dolor en el pecho, en el estómago y en el corazón. No lo entendía. No entendía qué diablos pasaba, por qué había desaparecido de la nada y no se dignaba a hablarle.

Y no dejaba de darle vueltas al asunto, preguntándose qué había dicho o hecho mal. Aquello no podía ser un simple cambio de humor. Estaba enfadado con él. Enfadado. Y a Carwyn le hacía demasiado daño.

Rogando a la LunaWhere stories live. Discover now