X: En casa de Lancer Rainberd

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Carwyn se esforzó por mantener su semblante serio durante todo el trayecto. Volteó la cabeza para ver a Damien, que en el fondo parecía algo sorprendido al estar recorriendo las empedradas calles de Steelhills. Más bien, quizás lo que le hacía sentir así era la atención que recibían.

Aunque pasaban muchos carruajes por esa ciudad al día, desplazándose en ellos las personas nobles que podían permitírselo, ninguno de ellos era tan elegante  y ostentoso como aquel. Un carruaje  grande, verde oscuro con grabados voluminosos de oro en las esquinas. Materiales de calidad, un chófer perfectamente arreglado.. Y, sobre todo, la cabeza de un príncipe heredero asomándose por la ventana, intentando reprimir la emoción que sentía al ver todo aquello.

Y a Damien le gustaba la atención, después de todo.

—¿Es la primera vez que monta en un carruaje? —preguntó el heredero, formal y fingiendo que era la primera vez que se veía en persona con Damien. 

—No, Alteza —contestó. Luego miró por la ventana unos segundos antes  de seguir hablando—. Como mi padre era un importante noble de Traehock, estoy acostumbrado a viajar en carruajes, aunque ninguno tan espléndido como este.

Traehock, esa ciudad al norte construida entre montañas, que tenía fama de ser horrible en invierno y conocida por sus fieles videntes. El príncipe nunca había tenido la oportunidad de conocer la verdad sobre si esos magos realmente acertaban tanto en sus predicciones o si solo eran un gremio de gente que desde la antigüedad ya no sabía cómo ganarse la vida.

El contrario esbozó una pequeña sonrisa. Carwyn, por su parte, le dirigió una corta mirada asesina, como si le estuviera advirtiendo sobre no hacer comentarios como los suyos (aunque fuese de manera reducida). 

—¿Y dice que lleva bailando desde pequeño? —A diferencia de cualquier otra pregunta que pudiera hacer, con esa realmente tenía la intención de averiguar un poco más sobre Damien. Ahora que estaban acompañados, no podía negarle una respuesta, porque nadie se lo hacía al príncipe heredero. Era el momento perfecto para saber cualquier cosa de la que quisiera enterarse.

—Así es, Alteza. Desde niño me llevo formando en la Academia de Danza Profesional de Traehock. He bailado en muchas fiestas de nobles; sin embargo, desde el fallecimiento de mi padre no he bailado más públicamente. El resto de la historia ya la sabe.

El principal problema era precisamente que Carwyn no sabía como continuar con esa mentira, cómo inventar algo que conjuntase a la perfección con la parte de Damien pero que no sonara ridículo. 

—Realmente me alegro de que Labded haya hecho que nuestros caminos se crucen —dijo Carwyn, esquivando la mentira con la que tenía que continuar—.  Y espero no haberme equivocado con mi elección.

Con ese comentario, el príncipe heredero tuvo la pequeña sensación de que puso levemente nervioso a Damien, que no respondió y continuó mirando a través de la ventana.

( . . . )

La casa de Lancer Rainberd era un edificio de dos plantas en el casco antiguo de la ciudad, probablemente muy caro debido a su tamaño y localización. Carwyn se dio cuenta entonces de lo mucho que parecía cobrar el hombre. Bueno, estaba completamente justificado si tenían en cuenta que era el líder del cuerpo de baile de la realeza. Uno de los  bailarines más reconocidos e importantes de todo el Reino de la Luz. 

Al bailarín le había tomado años abrirse ese camino entre las piedras para conseguir el puesto en el que estaba. Para llegar a lo alto de la pirámide. A pesar de ello, a Carwyn no le parecía que la mejor forma de recompensárselo fuese dándole toneladas de dinero. Si él fuese Lancer Rainberd, le bastaría con tener la satisfacción de estar bailando frente al mismísimo rey, de saber que era el más especial para el monarca en ese ámbito.

Rogando a la LunaWhere stories live. Discover now