capítulo 9 - pesadillas reocurrentes

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A pesar de ser una noche tranquila y sin tormenta, Scarlet se re-torcía en la cama, sudando, murmullando palabras entre los dientes. Soñaba que se ahogaba en un lago oscuro en medio del bosque y lo único que iluminaba su camino a la superficie era la luna llena. Ella in-tentaba llegar desesperadamente, pero había una fuerza bajo el lago que le sumergía aún más profundo cuando intentaba escapar. Cada vez que se soltaba, le agarraban con aún más fuerza y le volvía a hundir.

Llegó un momento donde el monstruo le volvió a soltar, y Scarlet tuvo dificultades para mantener la respiración. Logró salir a la superfi-cie, respirando hondo y tosiendo con fuerza, pero le volvieron a aga-rrar de la pierna, sumergiéndola bajo el agua fría. El monstruo jugaba con ella, se burlaba de sus intentos de salvar su propia vida. Scarlet aceptó que iba a morir en manos de un ser invisible y que jamás habría otro mago de la magia oscura en Zai. Cerró los ojos, esperando que la muerte llegase a ella. Pero, ocurrió algo totalmente inesperado, sintió como le soltaban la pierna poco a poco y aquella fuerza se escondía de nuevo en el fondo del lago. Su cuerpo empezó a ascender como antes. Su pelo daba vueltas en el agua mientras subía con mucha rapidez ha-cia la superficie, inconsciente.

Sintió como el aire helado recorría todo su cuerpo al romper la tensión del agua, el agua en sus pestañas de cristalizaron, su piel pálida carecía aún más color, parecía una estatua de hielo que flotaba por el lago. Iba perdiendo fuerzas y esperanzas de salir viva de ahí. Hasta que sintió un ligero tirón de su brazo que le desplazaba por la superfi-cie del agua. Ella no podía ver quién le estaba ayudando, pero sabía que era un humano, ya que escuchaba su respiración agitada al hacer fuerzas.

Notó como el desconocido pasaba sus manos por la espalda, agarrándola entre los brazos. La persona que le había salvado comenzó a correr nada más tener una buena agarrada, Scarlet solo podía ver los árboles y el cielo lleno de estrellas y constelaciones. La velocidad de aquella persona incrementaba cada vez más, resoplaba fuertemente, hasta que finalmente se detuvo.

La tumbaron en el suelo acto seguido. El desconocido pasó por su lado rápidamente, como si estuviera buscando algo importante entre los árboles y los arbustos. Scarlet solo le podía ver las piernas al des-conocido, y su visión se iba volviendo cada vez más borroso, incapaz de ver las estrellas brillantes en el cielo.

Cerró los ojos.

Scarlet volvió a abrir los ojos pasadas unas horas, bostezando. Pensaba que habría salido el Sol, pero al alzar la barbilla vio en el cie-lo miles de estrellas, lo que confirmaba que seguía siendo de noche. Sintió una alivio al darse cuenta de que seguía viva, y que ya no se en-contraba tiritando muerta de frío. A su izquierda, sentía calor y el chi-charrón de una hoguera.

Se pudo levantar del suelo ligeramente utilizando la fuerza en los brazos. Examinó sus alrededores atentamente, en busca de la persona que le había salvado de aquél monstruo. Como no, la persona encapu-chada se encontraba sentada sobre el suelo, mirando fijamente al fuego que se reflejaba en sus ojos. El hombre se dio cuenta de que la chica estaba despierta al instante, pero aún así no dijo nada, mantuvo su mi-rada en el fuego que rugía y calentaba con fuerza. Y, durante unos mi-nutos, hubo un silencio entre los dos, solo los animales nocturnos rom-pían aquél silencio.

Scarlet quiso hablar.

—¿Hola? ¿Quién eres?— preguntó.

La persona se quitó la capucha, revelando ser un hombre de unos treinta años. Su barba estaba recogida en una trenza, su pelo negro le llegaba a los hombros. Sus ojos grises la observaban, y en ellos había una ligera chispa de emoción y curiosidad, como si estuviera volvien-do a ver a un antiguo amigo.

—¿Eres tú el que me ha salvado?— prosiguió Scarlet.

—Sí.— dijo, su voz apagada.

Scarlet pasó una mano por su pelo lleno de barro seco. Se vio obligada a seguir la conversación para que no se volviese vergonzoso, además le debía la vida.

—Gracias, señor. ¿Cómo se llama?—

El desconocido sacudió la cabeza, ignorando por completo la pre-gunta de Scarlet. Quería esconder su identidad.

—Eso no es importante, he venido porque necesito que me hagas un favor.— explicó.

Scarlet asintió, curiosa. No sabía qué necesitaba exactamente, pero después de haberle salvado la vida haría cualquier cosa. Se quedó observando como el hombre metía la mano en uno de sus bolsillos, sacando un pequeño objeto de él. Sin enseñárselo a Scarlet, lo metió en su mano, apretándosela bien fuerte.

—Guarda esto.—

Nada más abrir la mano a comprobar lo que se encontraba en él, los ojos de Scarlet hicieron lo mismo. Rápidamente se sentó derecha, le faltaba el aire y estaba empapada de sudor frío. Seguía en su nueva habitación, no en medio de un bosque con un desconocido. Suspiró ali-viada de nuevo al ver que solo se trataba de una simple pesadilla.

Lily se encontraba ya despierta, vestida con unos pantalones car-gos azul oscuro, botas negras con cordones grises y una chaqueta negra. Su pelo negro estaba recogido en un moño, su piel brillaba aquella mañana. Scarlet deseaba poder tener la autoestima y el físico de su compañera.

—¿Sigues dormida? Vas a llegar tarde a la clase de la profesora Aqua. Si ve que llegas tarde en tu primer día te expulsará de la clase, sin excepciones.— avisó, riéndose irónicamente. —Te expulsará de to-das maneras, los no-magos como tú no pueden aprender igual de bien que los verdaderos magos.—

«¿Qué tiene esta chica en contra de los no-magos?»

Eran simplemente personas que no querían practicar la magia por-que pensaban que la magia era innecesaria, era otra forma de pensar y de vivir. El hecho de que una no-maga quería aprender era algo extra-ordinario, no era algo de lo que reírse. Es como reírse de un vagabun-do que buscaba trabajo.

Scarlet no iba a bajar, debía esperar a las órdenes de Arthur.

—Yo... Ya iré más tarde.— comentó Scarlet.

Lily dejó los ojos en blanco.

—¿Acaso pensabas que iríamos juntas, no-maga? No quiero que me vean contigo.— dijo Lily, abriendo la puerta.

Al abrir la puerta, Scarlet se fijó en que había dos chicas esperan-do a Lily afuera. Una era una chica de piel oscura, con el pelo rizado, iba vestida de azul como Lily. La otra chica era de piel pálida y pelo rubio, vestida de color verde. Las dos charlaban con Lily alegremente durante unos segundos, hasta que la rubia notó a Scarlet por detrás del hombro de Lily.

—¿Desde cuándo tienes compañera de habitación?— susurró la rubia, ojeando de vez en cuando a Scarlet.

Lily gruñó, dejando los ojos en blanco.

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—Es nueva, es una no-maga.— respondió Lily.

Las demás chicas estallaron de risa al escuchar esa última frase, cerrando la puerta fuertemente para asustar a Scarlet. Lo único que po-día pensar Scarlet era cómo trataban a las personas que simplemente querían aprender magia pero nunca tuvieron la oportunidad. Era total-mente injusto.

Al levantarse de la cama, Scarlet notó que en su mesilla de noche se hallaba algo extraño. Sobre su mesilla yacía lo que parecía ser un anillo de boda, pero en vez de tener un diamante brillante tenía una piedra roja pequeña incrustada que estaba desgastado por los lados. En Zai casi todos los magos llevaban accesorios llamativos como collares, anillos, pendientes y joyas... Pensó que podría ser un regalo de bien-venida de Arthur, ya que le había comprado a Scarlet la ropa y los ob-jetos necesarios para vivir en Zai. Agarró con los dos dedos delicada-mente el anillo, observando cada uno de los detalles. Se encontraba gravado en su interior una palabra desconocida en cursiva, las iniciales O.A. Parecía un anillo normal, pero no era de su gusto exactamente.

Scarlet decidió guardarlo en un cajón de su escritorio, olvidándo-se completamente de él.

Las Crónicas Nefalem: Malicia (LIBRO #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora