Cap. 4: Miedo

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Aome acababa de regresar de su época, traía varias cosas, entre ellas un regalo para Kyoko.

— Kyoko, esto es para ti. — decía sentada en el suelo recién limpiado de la cabaña con el resto a su alrededor.

— Pero te dije que no necesitaba nada.

Aome sacó de su mochila un bote de champú y otro con acondicionador, además de un cepillo para el cabello.

— No puedo creer como no pensé en esto antes. Llevas un mes aquí y solo pudiste lavar tu cabello con agua y jabón.

— Pero no era necesario, gastaste dinero en eso. Me da pena.

— ¿Por qué? Somos amigas, y sé lo que es estar aquí sin ningún producto de higiene de nuestra época.

Aome era demasiado buena a los ojos de Kyoko, sentía que no lo merecía. A la vez tenía otra sensación adentro, una sensación extraña de arrepentimiento. No pudo hacer otra cosa más que aceptar el regalo, estaba profundamente agradecida.

Luego de eso, se reunieron todos a deleitarse con la comida chatarra de la sacerdotiza. Misako no comía algo así desde hace un tiempo, se estaba acostumbrando a los alimentos naturales de esa época.

Estaba acostumbrada a cocinar para sí misma desde mucho antes, cuando su madre llegaba tarde, ahí descubrió su don para los sazones. En una de esas donde se quedó desde la mañana hasta la noche con la casa sola, descubrió que también se le daba limpiar y organizar. Kyoko no creía tener habilidades en nada, sin embargo se veía a sí misma como una buena ama de casa, algo que  la inquietaba.

Esa noche el grupo de Aome e Inuyasha se quedó a dormir en la cabaña, para marcharse al día siguiente. A Kyoko le resultaba interesante como una niña de la edad de Aome tenía una responsabilidad tan grande sobre sus hombros y la afrontaba con tanto optimismo. "Soy inútil".

《•••》

Ya llevaba otros dos meses en la era sengoku. Dos meses sin tocar su cigarrillo, dos meses que se le pasaron  demasiado rápido por lo monótono que se estaba volviendo su diario.

Levantarse temprano, preparar el desayuno, tomarlo junto a la Anciana Kaede, ayudarla a recoger hierbas, despedirla una vez que se marche a los alrededores para establecer campos y pergaminos que protejan el lugar y ayudar a los aldeanos. Luego se pondría a limpiar, al terminar resolvería algún ejercicio de sus libros de texto para ocupar su mente. Más tarde prepararía el almuerzo y lo podía tomar tanto sola como con la anciana, dependía el día. Lavaría los trastes en el río, al igual que la ropa. Se daría un baño en el mismo lugar, después regresaría para comenzar a preparar la cena, la cual tomaría con Kaede. Iría a cepillar sus dientes al río y luego a dormir.

Se sentía extraña, no estaba durmiendo bien. Al irse a la cama un cosquilleo desagradable se clavaba en su pecho y subía a su boca ... era miedo. Tenía miedo, de todo. Miraba al cielo y tenía miedo, miraba al río y tenía miedo, miraba al bosque y tenía miedo, miraba al pozo ... y se sentía aterrada. Aterrada por no regresar.

《•••》

El día se sentía tranquilo. Kyoko se hallaba ayudando a dos mujeres a trabajar en los arados. Tenía calor y estaba cansada, pero estaba en paz por fin, ocupándose de algo, sintiéndose de provecho.

— Se le da bien trabajar señorita Kyoko — Dijo una de ellas.

— Dice la sacerdotiza Kaede que la ayuda mucho en casa y que cocina muy bien — agregó la otra señora. — Y a parte tiene habilidades para el trabajo necesario. Usted sería una excelente esposa.

— No me veo a mi misma como una esposa.

— Hay hombres buenos en esta aldea, jóvenes que estarían encantados con usted. He escuchado que el hijo del anciano Ryuso la elogia por bella. Es fuerte, sería un buen marido.

— A mi no me interesa nadie, no me quiero casar y ... aún planeo regresar a mi lugar de origen, es solo que no me ha sido posible en todo este tiempo.

— Valla, que lástima. Y eso que ya está en edad de casarse.

Esa era una de las cosas que no le gustaban a Kyoko del tiempo y el lugar en que se encontraba. Esas dos señoras con quienes estaba trabajando ya tenían hijos, estaban casadas desde hace años y se notaban más viejas de lo que en realidad eran, solo tenían unos cuantos años más que Kyoko.

Las mujeres no tenían ni voz ni voto en ningún lugar, ni siquiera era seguro que sus maridos las escucharan. Debían obedecer y cumplir ciertos roles. Le daba lástima, todas esas adolescentes embarazadas cuya esperanza de vida no era larga debido a todas las interrupciones que sus cuerpos cambiantes recibían por las costumbres arcaicas. Ninguna en esa aldea a parte de la anciana Kaede era capaz de leer o escribir, por lo que no tenían el conocimiento para expresar sus inquietudes y solo acataban.

Se sentía deprimida en un lugar donde no la tomarían en serio. ¿Por qué pienso en todo lo malo ahora? Son cosas que se escapan de mi control, eso y todo lo que me hace sentir mal, debería simplemente ... no lo sé, ¿qué debería hacer? ¿Por qué todo es complicado? ... ¿Por qué? ... ¿Por qué no puedo?

Unas horas después, decidió ir a pensar en el bosque, ir al pozo, estar ahí. Caminó y caminó, pero algo le decía que hiciera algo distinto, que tomara otro camino, que explorara, que tomara una decisión poco segura. Así hizo. Cambió de dirección varias veces, sin preocuparse por perderse, pasando entre el follaje para llegar a un punto donde todos los árboles le parecían iguales.

Solo tomó asiento en el suelo, arrepintiéndose por hacer algo tan estúpido, ahora quería regresar a la aldea. Pero antes, pensó que no sería malo quedarse ahí un rato. Cerró sus ojos y ...

— ¡Pero que delicia! — espetó una voz ronca y grave. Kyoko abrió los ojos de golpe, encontrándose con una criatura monstruosa a unos pasos de ella. Pegó un grito horrorizada, tratando de aferrarse a algún tronco inútilmente. Temblaba, no podía moverse. Lo que podría llamar un Orco, o quizás un Ogro de una estatura anormalmente alta, la piel rugosa como una roca bañada en carne y sudor, el rostro deforme y cada diente sobresaliendo de su boca de manera grotesca. De sus comisuras brotaba la saliva, y sus ojos vacíos y hambrientos parecían haber encontrado el paraíso al verla tan indefensa.

Se acercó con pisadas ruidosas, levantando sus brazos peludos, a punto de poner sus garras lodosas en el cuello de la chica para extrangularla. Las lágrimas comenzaban a brotar de los ojos de Kyoko, temblando sin parar, sin poder cerrar los ojos ... hasta que la bestia hizo sonar un alarido de dolor mientras flexionaba ligeramente sus rodillas. Se escuchó el viento siendo cortado, y una flecha le atravesó la garganta, haciéndolo caer al suelo. Un resplandor que poco iluminaba lo invadió, dándole el fin conocido como purificación.

Kyoko alzó la mirada, para encontrarse a la anciana Kaede con su arco y flecha en mano. La mujer se le acercó rápidamente. — ¿Estás bien? — Pero Kyoko no respondía, sus ojos se perdieron en sus propios pies. Se abrazaba a sí misma. Ella acababa de experimentar, por primera vez en su vida, el verdadero terror, el verdadero miedo, el enfrentamiento con lo desconocido y ajeno a su mente, con un monstruo.

Sálveme Señor _ Seshomaru x lectora Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt