Cap. 2: Fui salvada

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Hoy cumplo un mes exacto de haber llegado a la época de las guerras civiles. Haré lo posible por no perder la cuenta de los días. Admito que no extraño a nadie de mi era, pero si extraño mi era. Me estoy empezando a acostumbrar, pero en serio extraño la ducha caliente y la cama suave, las luces nocturnas y el aire acondicionado.

Escribió Kyoko en el cuaderno que antes usaba para las clases de Matemáticas. Contaba los días como un preso: de 5 en 5. Procuraba dibujar la línea en cuanto se levantara para no olvidarlo. Estaba viviendo con la anciana Kaede y debía admitir que era una mujer muy amable y a la que le estaba agarrando cariño.

Con Aome y su grupo estuvo tratando una amistad, pero realmente no ha llegado a considerar a nadie en ese lugar su "amigo", ni siquiera a Aome.

Hablando de ella, le resultó gracioso cuando se animó a preguntarle a Kyoko por qué tenía tantos aretes en toda la oreja. "Es algo que haces cuando quieres molestar a tu madre" respondió la peli corta, ganándose una pequeña risa.

Me he enterado de muchas cosas este último mes. Aome se dio la tarea de contarme sobre otros personajes que no he conocido en esta historia. Sucede que hay un hombre lobo enamorado de ella, seguido por dos miembros de su manada; son Koga, Ginta y Hakkaku respectivamente. También mencionó a Kohaku, el hermano menor de Sango y a Kikyo, según ella el primer amor de Inuyasha. También me habló del hermano mayor de Inuyasha: Seshomaru, y sobre cómo a pesar de mostrarse como un frío y sanguinario demonio perro, cuida muy bien de una niña de nombre Rin. Si mal no recuerdo en ese bloque se incluía un sirviente llamado Jaken, pero no recuerdo bien como me lo describieron.

Kyoko cerró el cuaderno y lo guardó en su mochila. Miró todo lo que tenía adentro de esta: en el bolsillo grande muchas libretas y libros de texto, una botella vacía de agua, un estuche de lápices y una bolsa de "cuidado personal" que guardaba un peine, un pequeño espejo, dos labiales, en general algo de maquillaje, una pequeña toalla, tres ligas para el cabello y un pañuelo. En el bolsillo pequeño había un encendedor, una caja de cigarros casi nueva y un esmalte de uñas negro que escondió ahí para que su madre no lo agarrara para ella como solía hacer muchas veces.

Al ver todo eso, no pudo evitar pensar "¿no se podía comprar ella misma sus cosas?". Agarró el paquete de cigarros y el encendedor y lo escondió en su kimono, no lo había usado desde que llegó, pero se quería liberar hoy. Se fijó en que ningún conocido suyo estuviera cerca y se dirigió al bosque. Avanzó hasta el pozo devorador de huesos y se sentó en el suelo recostada a este. Sacó la caja y el encendedor, tomó uno de los cigarros y lo encendió.

No era una costumbre para ella fumar, pero lo había hecho unas cuantas veces. Estaba segura de que antes de que este mes terminara, esa caja estaría completamente vacía. Inhaló profundamente, si, era relajante.

Pasó un buen rato ahí, recostada, ya iba por el tercero. No sabía como sentirse. Se le acabó el tercero, lo tiró en el pozo y sacó el cuarto, lo encendió. Se miró las ropas, el kimono que le había regalado una señora de la aldea y le quedaba muy suelto arriba y muy apretado abajo. Se puso de pie y decidió sentarse en el marco del pozo, con los pies hacia adentro.

¿Y si salto?

Que hermosos los pensamientos intrusivos a los que nunca hay que hacerles caso.

Se estiró y echó su cabeza hacia atrás, para encontrar que no estaba sola. Abrió aún más los ojos, girándose asustada. Se topó con el torso de un hombre bastante alto. Miró hacia arriba y lo vio.

Que rostro tan hermoso, que ojos tan dorados, no podía ser humano. La impresión la hizo moverse de la manera incorrecta y el pie que apollaba en el otro lado del marco se resbaló, haciéndola caer.

No, por favor no ahora, no quería saltar, no era cierto.

Una mano agarró su antebrazo y la jaló hacia afuera, dejándola sentada otra vez, pero con los pies hacia afuera esta vez. El hombre la soltó y ella se le quedó mirándolo.

- ... Hola - dijo ella distraídamente sin dejar de verlo a los ojos. - Gracias. - ¿qué más podría decir? - ¿Quién ... quien eres?

- ¿Qué es eso? - habló con una voz gruesa y profunda, mirando la caja y el encendedor que estaban en el suelo. Kyoko se dio cuenta de a lo que se refería. Claro, no es algo de esta época.

- Son ... se llaman cigarros, son algo parecido al tabaco pero más pequeño y que puedes llevar en el bolsillo. - se puso de pie y se agachó para agarrar la caja y el encendedor, poniendo este último a la vista de ese hombre - Esto es un encendedor, hace fuego - lo enciende - ¿ves?

Hubo un silencio poco reconfortante mientras Kyoko guardaba ambas cosas en su kimono. Se percató en ese momento de que estaba hablando con un total desconocido, que analizándolo, no parecía ser humano y no sabía por qué estaba ahí. Ahora tenía miedo.

- Disculpe, pero ... ¿qué hace en este lugar? - se atrevió a preguntar aún con recelo.

- El aroma es muy fuerte. - la forma prepotente y casi robótica en la que hablaba la hacía sentir insegura.

- ... Claro. - Si, debería enjuagarse la boca o masticar una hoja de menta, la anciana Kaede notaría el olor extraño y no quería compartir con ella este pequeño gusto suyo. Miró al pozo de nuevo, lo que sintió como unos cuantos segundos, fue tiempo suficiente como para que el hombre que la había salvado desapareciera sin dejar rastro.

Sin mucho más que hacer, decidió ir al río a quitarse el olor a cigarro mientras pensaba en lo incómodo que le parecía saber que muchísimas de las criaturas de ese lugar no eran humanas, empezando por su círculo cercano. Se sentía acechada, acababa de tener contacto con quién sabe qué cosa de una manera fugaz y sin tanta explicación. Se sentía completamente desprotegida ante su situación, siendo ignorante de demasiadas cosas para su gusto.

Al terminar en el río y volver a la cabaña de la anciana Kaede se encontró no solo con ella, sino también con una niña y una criatura pequeña que aparentaba muchos años para ese tamaño. La anciana se percató de la confusión en el rostro de Kyoko, así que la invitó a sentarse.

- Kyoko, ella es Rin. Aome te habló de ella. - la joven se quedó pensando un momento.

- Pero, ¿no viajaba esa niña ... con el hermano mayor de Inuyasha?

- Si, pero el amo Seshomaru dijo que iría a un lugar tan peligroso que yo no lo podría acompañar ni quedarme cerca, así que nos trajo a mi y al señor Jaken aquí por unos días. - espetó muy contenta la pequeña niña. - Yo soy Rin, ¿te llamas Kyoko verdad? Mucho gusto en conocerte.

La peli corta no sabía bien cómo interactuar con niños, pero con un "igualmente", de su parte, bastó para que la niña se le acercara y la invitara a jugar, mientras la criatura a su lado que ya sabía que era el señor Jaken, las miraba con recelo.

Sálveme Señor _ Seshomaru x lectora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora