Capítulo XXIV

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La luna de miel del matrimonio Carvajal Valdés se extendió por ocho días, en una isla paradisíaca del Caribe, llenos de amor, pasión y mucho sexo pues la pareja aprovechó hasta el ultimo segundo para complacer sus más intimas fantasías. Las paredes de aquella exclusiva villa privada fueron testigos del derroche de gemidos y gritos de aquellas dos mujeres que parecían no saciarse una de la otra. Con el sonido del mar y las aves de fondo, cada rincón de aquel lugar fue bautizado con el sudor y la esencia de cada una en intercambios maratónicos que fluidos. Esa era su gran oportunidad, con Gala lejos, no tenían que se cuidadosas o cohibirse.

- No te detengas, amor, no pares, por favor – pedía la morena mientras su mujer la penetraba con maestría con dos de sus dedos y la sentía empujar su cadera en busca de profundidad.

- ¿Te gusta? – preguntaba ahogando sus gemidos con besos a la vez que Juliana le enredaba las manos en el pelo y temblaba a punto de llegar al clímax.

- Me encanta – respondió agitada – Voy a llegar, Val, no pares – y segundos después la ojiazul sintió el calor de su savia escurrir en sus dedos.

- Te amo – decía Valentina llenando su rostro de besos mientras ella sonreía satisfecha.

- Te amo, gracias por una luna de miel tan especial – se besaron despacio y decidieron descansar pues al siguiente día debían regresar a casa y les esperaba un largo vuelo.

Al verlas llegar, Gala enloqueció y corrió hacia ellas para abrazarlas y decirles cuánto las había extrañado. Esa noche abrieron muchos regalos que la pareja trajo para su hija y Doris, les mostraron todas las fotografías de los lugares que visitaron, les contaron sus aventuras y vieron los vídeos que grabaron para ellas mientras buceaban y conocían a los delfines.

Pasó un año desde su boda, cuando Juliana y Valentina iniciaron el proceso para tener un nuevo bebé. Lo hicieron mediante un donante anónimo, en el mismo centro de fertilidad dónde Gala fue concebida, y les tomó cinco semanas conseguir el anhelado resultado positivo en la prueba de embarazo. La noticia llegó a cambiarles la vida y hacerlas más felices de lo que ya estaban, sobre todo a la pequeña de la casa, que ansiaba tener un hermanito o hermanita con quien jugar y, en sus propias palabras, vivir aventuras.

El Embarazo fue toda una experiencia para Juliana, por ser la primera vez, y para la ojiazul una nueva oportunidad de disfrutar a plenitud del milagro de la vida que se gestaba en el vientre de su esposa. Se dedicó por entero a cumplir cada antojo que tenía, a regalarle mimos, a estar a su lado en las clases prenatales, a acompañarla a cada cita con el obstetra y en cada ultrasonido, a leer cuentos a su pequeño o pequeña aún no nacido. En fin, la vida de Valentina giraba en torno a su familia y esa necesidad constante de verlos felices y hacerlos sentirse especiales.

- Y así es como el pequeño caballo entendió que lo importante no es no equivocarse sino aprender de las cosas que nos pasan y volver a empezar - leía con su cabeza colocada en las piernas de su mujer, que le acariciaba el pelo, besó su vientre - ¿Te gustó la historia de hoy, amorcito? - hablaba con el abultado vientre de su esposa y la criatura, como cada vez que escuchaba la voz de su madre, empezó a moverse inquieta.

- Me encanta cuando hace eso, es como si te diera las gracias por ser tan dulce - comentó la morena que adoraba esos momentos en que su esposa se dedicaba a leer cuentos y aventuras para su bebé.

- No tienes que darme las gracias, amorcito, mamá se siente muy feliz cuando puede hablar contigo y dejarte besitos – miró a su esposa que sonreía.

- Eres tan perfecta – dijo – No puedo creer lo afortunada que soy de que seas mi esposa y haber emprendido este viaje contigo.

- Tú eres más que perfecta, eres todo para mí – respondió. Se levantó del regazo de su mujer y se puso de pie – Voy por un vaso de agua a la cocina, ¿quieres algo? – se quedó pensativa.

Luna EncantadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora